
CONSOL MUÑOZ, franciscana misionera
Esta semana tendremos la celebración de Todos los Santos. Y ese día veneramos a todos los “santos” que no tienen fecha propia en el calendario litúrgico, y que disfrutan ya de la bienaventuranza del cielo.
Había un gran deseo, entre los cristianos, de honrar la gran cantidad de mártires que murieron, especialmente durante la persecución del emperador Diocleciano (284-305), la más cruel y prolongada de la historia. Y, por otra parte, no había días suficientes al año para conmemorar cada uno de ellos, aparte de que muchos mártires murieron en grupos. Entonces se vio que lo apropiado era establecer una fiesta común para todos.
A partir de la segunda mitad del siglo IV el calendario de Nicomedia anunciaba para el viernes de la octava de Pentecostés la fiesta «de todos los santos confesores». En Roma el papa Bonifacio IV dedicó, a principios del siglo VII, el Panteón en honor de “santa María y todos los santos mártires”, y su fiesta se celebró, durante mucho tiempo, el 13 de mayo.
Más tarde, el papa Gregorio III consagró una capilla a la basílica de San Pedro dedicada a todos los santos, fijando la celebración para el día 1 de noviembre. El papa Gregorio IV, en 835, extendió la celebración de todos santos, el 1 de noviembre, a toda la Iglesia Universal. Quiso que todo el mundo cristiano honrara a todos los santos del cielo en dicha fecha.
La comunión con todos los santos nos lleva a agradecer la intercesión que, para nosotros, hacen delante del Señor. Ellos ya han llegado a la patria celeste y disfrutan de la presencia de Dios, pero sin olvidar a quienes, aún, peregrinamos en este mundo. Se refiere al himno del oficio de lectura de la fiesta de Todos los Santos; y una estrofa canta: “Desde el cielo nos llega cercana su presencia y luz guiadora: nos invitan, nos llaman ahora, compañeros seremos mañana.”
Las familias religiosas tenemos incluida, en nuestros respectivos calendarios litúrgicos, la festividad de Todos los Santos. En el caso de la familia franciscana, la celebramos el día 29 de noviembre, fecha de la aprobación de la Regla de los Hermanos Menores, por el papa Honorio III, el 29 de noviembre de 1223.
Por tanto, es una fiesta en la que conmemoramos tantos santos y santas de todas las épocas, de todas las capas sociales, de todas las culturas, que han iluminado con luz propia la santidad de la Iglesia. Una muchedumbre que ha vivido el seguimiento de Jesús y su evangelio de forma radical.
