«Encuentros liberadores desde lo sencillo, lo pequeño» Jorge Márquez, jardinero de Uruguay

Como laico vive el celibato opcional. Pertenece a la familia espiritual Carlos de Foucauld. Estudió arte —dibujo y pintura—. Se desempeña como jardinero. Es parte del equipo de redacción de la revista Umbrales.

Nuestra vida es, por el simple hecho de ser personas, un itinerario permanente, instintivo, consciente o no, en búsqueda de comunión, del encuentro con Dios, y en esto podríamos decir que se nos va la vida entera. Jesús nos muestra el camino, iniciándolo y recorriéndolo él mismo. La clave es el encuentro con el hermano, con el pobre, el pequeño, el último, ‘encuentros liberadores’ donde profundizamos juntos nuestro ser hijos del Padre, hermanos entre nosotros, rescatándonos así del vacío existencial y de todas las injusticias sociales que nos puedan marginar de una vida digna, plena. Muy sencillamente y como laico, compartiré unas pequeñas reflexiones, desde experiencias cotidianas, donde el escuchar, y ponernos en camino, despojados y abordables, nos preparan y permiten el encuentro.

1.1. Escuchar y ponerse en camino

Desde jovencito anidaba en mí el deseo de ir a vivir en soledad a un medio pobre, aún más pobre que el mío, que soy hijo de una familia de obreros y de un popular y populoso barrio de Montevideo, deseo que me fue desaconsejado, en primera instancia y con buen juicio, por los acompañantes espirituales de aquella etapa de mi vida. Fueron pasando los años, pero siempre persistió aquella inquietud, que se hacía más fuerte y, al ver en mi camino aquellos rancheríos de techos de lata, alejados, al borde de los barrios, como expulsados de los mismos, se me hizo más claro escuchar, visibilizar, de dónde provenía ‘el clamor’, el llamado. Recién a principios de la década del 2000 fue que pude comenzar a concretar aquel sueño. Lo único que sabía era que tenía que ir solo, a vivir y rezar allí, y que no iba a reproducir la experiencia de otros, ni a iniciar alguna obra social, ni como agente pastoral de una parroquia, etcétera. Era un cambio de barrio, de dirección, y abierto a lo que Dios quisiera mostrarme. Así empecé a buscar “el cantegril” (asentamiento) en el qué afincarme, y, ya de arranque, comenzaron las experiencias removedoras, a través de personas concretas.

En uno de mis primeros recorridos, saliendo de un asentamiento, me encuentro con un hombre mayor: venía tirando de su carro, volviendo de su trabajo como hurgador. Y allí mismo lo abordo y le pregunto: “señor, ¿usted sabe si acá habrá algún pedazo de terreno donde pueda hacerme un rancho?”. El hombre me mira en silencio, y luego me dice: “¿y vos qué querés hacer acá? Vos no sos de acá…”. Yo le contesto que sí, “yo soy de barrio”… Ante mi sorpresa veo aparecer lágrimas en sus ojos y sigue: “m’hijo, no ves que no sabés ni dónde estás, ni con quién estás hablando, yo tengo varios años de cárcel arriba” … y seguían las lágrimas. No atiné a decirle nada más que, a pesar de eso, él seguía siendo un hombre bueno, pues al contármelo, en cierta forma, me estaba cuidando. El hombre puso su mano sobre mi hombro y simplemente dijo “¡gracias!” y siguió su camino… Dios se hacía presente, en ese simple acto de encuentro entre dos desconocidos. Seguramente a mí me liberaba de una visión idealizada … intuyo que aquel interlocutor también se fue un poco más aliviado. A lo largo de los meses siguió la búsqueda hasta encontrar finalmente el lugar donde levantar la casita, que se realizó con la ayuda concreta de hermanos en la fe, y con mi hermano menor hicimos de albañiles, y comenzamos a levantar las paredes con bloques, y ponerle techo de chapas. Allí viví durante varios años, fue una de las experiencias más transformadoras y enriquecedoras de mi vida, siendo simplemente un vecino más, y dejando que Dios me hablara a través de aquellas personas concretas, mayoritariamente parejas jóvenes con hijos. Allí puedo decir que si bien era ‘sapo de otro pozo’, me sentí bien recibido. Pude constatar de cerca que la mayor pobreza, no es solo material, sino la consecuencia de esta: el estar marginado, al borde, separados. Allí también estábamos materialmente separados del resto del barrio por una cañada. Pocas son las posibilidades de socialización, sacando la escuela, los mandados, y algún evento ocasional. Esa situación de lejanía y aislamiento en la que viven estos hermanos es lo que mayor dolor me produce, también la estigmatización, pues para muchas personas, por el sólo hecho de vivir en un asentamiento “son todos chorros” (ladrones), a mí me lo gritaron alguna vez y tuve que vencer la tentación del orgullo herido que quería defenderse: “yo estoy acá, pero no soy así”… ¡Cuánto tengo para agradecer a mis amigos del cantegril! Estando con ellos pude profundizar la fe, despojándola de tantos ‘adornos sobrantes’, mostrándome “el verdadero rostro de Cristo”, como dice papa Francisco. Aprender junto a ellos lo que significa ser de los últimos, compartir sencillamente de lo poco, ¡haciendo de ello una fiesta!

Pero uno de los hallazgos más grandes fue el cambio de mi paradigma de comunidad, tantas veces asociado casi exclusivamente con los hermanos con quienes uno comparte y celebra la fe. Acá se me reveló claramente que mis hermanos, ‘mi fraternidad’, han de ser los alejados, invisibilizados por la pobreza, fracturados e inmovilizados por tantísimos dolores, que les impiden entrar en relación plena en derechos y deberes con el resto. Allí pude agudizar el oído y escuchar claramente ‘el sordo clamor del hombre’ que pide liberación y vida, que clama por ‘entrar en comunión’, una comunión profunda que se realiza en pequeños encuentros, cotidianos, ¡pequeños, pero muy profundos! A través de distintas intuiciones y experiencias vamos también haciendo necesarias opciones que pueden dar una nueva orientación a nuestra vida —en mi caso estas exigieron hasta un cambio de espiritualidad, que se escribe fácil, pero que implicó todo un duelo…—.

1.2. Despojados y abordables para el encuentro

Hace ya más de 20 años que la vida me presentó la posibilidad de trabajar como jardinero, trabajo que tiene mucho “de pico y pala, de flores y mariposas” ¡y del que disfruto mucho! Dada la importancia que tiene el trabajo en nuestras vidas, por la sabiduría y experiencia que nos exige, por el tiempo y esfuerzo que conlleva, podemos decir también que el mismo ‘nos posiciona socialmente’, y acá una nueva invitación a ‘insertarme y asumir como hermanos’ a todos los que forman parte de una gran masa de trabajadores itinerantes, generalmente provenientes de barrios pobres, algunos también marginados, que cruzan cada día hacia los barrios más acomodados de la ciudad buscando sustento, especialmente para sus familias, entre ellos, pequeños albañiles, feriantes, hurgadores, vendedores ambulantes, y este hace que mis primeros compañeros de trabajo sean todos los empleados en el servicio doméstico. Al iniciar la jornada, tempranito en la mañana, comienzo con un ‘laudes callejero’ que alaba y agradece a Dios desde el encuentro y saludo —como dándonos ánimo— con cada uno de los de ‘nuestro gremio’, generalmente señores mayores, algunos con muy magras jubilaciones que tienen que salir a hacerle frente para poder parar la olla, y de muchachos jóvenes, con poca formación y, por lo tanto, con pocas posibilidades. Todos ellos trabajan duro, en largas jornadas, expuestos y finalmente ‘como amigados’ con las situaciones climáticas, de extremo calor en verano, y los fríos del invierno… Espacio privilegiado también para una contemplación profunda de Jesús obrero en Nazaret, transpirando al igual que cualquier hijo de vecino, con la pasión por la justicia y la paz que consumen su alma, ¡y entregando así la vida con el mismo amor con el que lo hizo en la cruz!

Si de pasión por la justicia y la paz hablamos, no podemos dejar de mencionar las difíciles condiciones laborales de gran parte de estos trabajadores itinerantes, muchas veces ‘en negro’, o sea sin aportes y respaldo social, que agrava aún más su situación de vulnerabilidad. Y constatar también que la mujer en el servicio doméstico sigue siendo, pese a los distintos avances en la lucha social que vienen haciendo para ‘empoderarse’ desde su ser mujer y salir de las distintas situaciones de opresión a las que muchas veces las ha llevado la estructura de nuestras sociedades patriarcales, las más afectadas por estas condiciones, muchas veces hasta inhumanas, pero que toleran. Un verdadero sacrificio por sus familias. No olvidemos el altísimo porcentaje de familias monoparentales dónde en su mayoría la mujer ‘es jefa’, nunca mejor empleado el término. Es en este ambiente, en esta realidad diaria, cotidiana, escondida, donde surgen preciosos ‘encuentros liberadores’, de verdadera fraternidad, desinteresada, gratuita. En el prestar oído para escuchar mutuamente nuestros sueños y proyectos, cansancios y quejas, Dios se hace presente. Él está, y sigue acompañando la historia, y vuelve a ponerse del lado del pobre, y nos anima con el aliento de su Espíritu en el anhelo y la construcción de una sociedad más justa y fraterna: “mira, hago nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5). Termino este pequeño texto proponiendo un pensamiento de Luis Pérez Aguirre, que nos puede iluminar para afinar el oído y sincronizar el corazón en nuestras búsquedas de Dios y de los hermanos: “hazte radicalmente pobre para ser radicalmente fraternal. Busca, desde el impulso amoroso del eros, la identificación con los más pobres y pequeños a fin de reconstruir la nueva familia humana*.

  • Este texto se encuentra en el libro “Susurros del Espíritu. Densidad teologal de los procesos de liberación”, página 105, que nos lo ofrece gratuitamente la Asociación AMERINDA, con acceso abierto, a disposición de todos/as,
  • La obra, coordinada por Pablo Bonavía, Francisco de Aquino Júnior, Geraldina Céspedes y Alejandro Ortiz, consta de 747 páginas y se encuentra organizadas en tres partes precedidas de un Prefacio y una Introducción.
  • En la primera parte, Agenor Brighenti aborda el “Panorama del itinerario de la teología de la liberación”.
  • En la segunda parte, 13 autores y autoras disertan sobre la “Densidad teologal de la Historia”: Pablo Bonavía, Jorge Márquez, María Laura Manrique, Afonso Murad, Margot Bremer, Luis Van de Velde, Jorge Costadoat, Pedro Trigo, Francisco de Aquino Júnior, Diego Pereira Ríos, Marcelo Barros, María José Caram y Víctor Codina (QEPD).
  • Finalmente, la tercera parte —y la más extensa del libro— está compuesta por 18 capítulos que sugieren una “Lectura teologal de procesos históricos actuales”. Los autores y autoras de esta tercera parte son: Ivo Lesbaupin, Marcelo Barros, Elio Gasda, Leonardo Boff, Alejandro Ortiz, Celso Pinto Carias, Nicolás Panotto, Ronaldo Zacharias, César Kuzma, Faustino Teixeira, Magali do Nascimento Cunha, Roberto Malvezzi, Nancy Cardoso, André Musskopf, Sofía Chipana Quispe, Cleusa Caldeira, Alfredo Gonçalves, Sinivaldo Tavares, y Geraldina Céspedes.
  • En total, en esta obra colectiva, que fue elaborada fruto de un proceso de planeación y coordinación de sus editores, intervienieron 31 autores y autoras de América Latina y el Caribe, principalmente.
  • De acuerdo con Francisco Aquino Júnior, Susurros del Espíritu: Densidad teologal de los procesos de liberación se inserta en el contexto de la celebración de los 50 años de reflexión teológica liberadora en América Latina y el Caribe”.
  • Es una obra colectiva intergeneracional, escrita a muchas manos/cabezas/corazones, con sensibilidades y perspectivas diferentes y transversales, que implica a personas de los más diversos países, integradas a las diferentes luchas y resistencias de nuestra Patria Grande – Pacha Mama”, comenta el teólogo brasileño.
https://amerindiaenlared.org/contenido/25115/descargue-gratis-el-libro-susurros-del-espiritu-/

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