Carlos de Foucauld: aventurero de Dios, explorador del último lugar

MIGUEL MÁRQUEZ

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 64 (2005), 387-422

Salamanca

1. EL 1 DE DICIEMBRE DE 1916

Desde hace dos años Europa vive enzarzada en la primera gran guerra de este siglo XX 1. Sus ecos habían llegado al corazón de África. Los lugares defendidos por los franceses están en peligro y todo occidental amenazado 2. Los radicales musulmanes siembran el pánico a lo largo de toda la frontera de Argelia. Desde Tripolitania, los senusi organizan la guerra santa. Mientras tanto, termina el día en Tamanrasset, el 1 de diciembre de 1916, y Carlos de Foucauld, protegido en su fortín, después de haber escrito al viejo amigo general Laperrine y a su hermana María de Blic, ahora, sentado ante una caja que le servía de mesa, a la luz anémica de una vela, terminaba de escribir a su prima María de Bondy palabras que definen toda una vida:

1 El 3 de agosto de 1914 Alemania había declarado la guerra a Francia, invadido Bélgica y atacado Lieja. La noticia llega a Tamanrasset el 3 de sep- tiembre de ese mismo año.

2 Los Senusi, de la tribu de Ajjer, serán los que den muerte a Carlos. Habían sido fundados por Mohammed Ibn Ali es-Senoussi, en el siglo XIX. Tenían como misión librar al oriente árabe de la influencia extranjera y exter- minar a los cristianos. Y constituirán un peligro para las posiciones francesas. Están apoyados por Turquía y Alemania. Cf. SERGIO C. LORIT, Carlos de Fou- cauld. La llamada del desierto, Madrid, Ciudad Nueva, 1986, p. 142, nota 3; JAVIER M. SUESCUN, Carlos de Foucauld en el Sahara, entre los tuareg, Bilbao, DDB, 1994, p. 68.

«...nuestro anonadamiento es el medio más poderoso que tenemos para unirnos a Jesús y hacer bien a las almas. Es lo que San Juan de la Cruz repite casi a cada línea. Cuando se puede sufrir y amar se puede mucho, se puede lo más que es posible en este mundo» 3. Caía la noche fría cuando oyó llamar a la puerta del fortín. Atravesó el patio y, asomado al corredor oscuro, gritó: —«¿Quién es?» —«El correo», respondió desde fuera la voz bien conocida de El Madani, un haratino al que Carlos había dado de comer muchas veces. Carlos enfiló corredor adelante, para abrir la puerta… Al hacerlo, fiado de que le traía el correo, se lanzaron sobre él. Todo sucedió en media hora… De rodillas, atado con los codos detrás de la espalda, era custodiado por un joven tuareg, Sermi Ag Tohra, de quince años. Alguien gritó: «vienen los árabes» (los mi- litares del fuerte Motylisnki), se creó un momento de confusión, y sonó una descarga. «El tuareg que estaba al lado del morabito le puso el cañón de su fusil junto a la cabeza e hizo fuego. El morabito ni se movió, ni gritó. Yo no le creía herido. Sólo minutos después vi correr la sangre, y que todo el cuerpo del morabito, inclinándose lentamente, caía hacia un lado. Estaba muerto» 4. Años atrás, estando en Nazaret, en las clarisas, a los pocos meses de haber llegado allí para vivir la vida escondida y silenciosa, escribía proféticamente, un 6 de junio de 1897, palabras de un dramatismo lamentablemente certero: «Piensa que debes morir mártir, des- pojado de todo, extendido en tierra, desnudo, desfigurado, cubierto de sangre y de heridas, violenta y dolorosamente muerto…, y desea que eso sea hoy» 5.

3 Ib., p. 120; ANTOINE CHATELARD, Carlos de Foucauld. El camino de Ta- manrasset, Madrid, San Pablo, 2003, p. 271; también puede verse la cita de esta carta en J. F. SIX, Carlos de Foucauld. Itinerario Espiritual, Barcelona, Herder, 1988 (4.ª ed.), p. 304, y la fuente en la que se apoya: G. GORRÉE, Sur les traces du père de Foucauld, París, La Colombe, 1953, p. 291.

4 Testimonio de primera mano de un testigo de excepción, Paul Embarek, que durante mucho tiempo fue su compañero y ayudante, pero al que tuvo que despedir en alguna ocasión por su comportamiento no ejemplar. Cuando Paul desaparecía, o cuando lo despidió en 1906, Carlos no podía decir la Eucaristía, y esto era un sufrimiento especial para el enamorado de Cristo Eucaristía. Había vuelto a contar con los servicios de Paul en 1914. Lo van a buscar los senusi al poblado y lo traen al fortín, lo sientan cerca del «morabito» y observa todo lo que pasa. El testimonio completo, detallado, son dos páginas y está recogido en BAZIN, o.c., pp. 388-389.

La muerte del Carlos de Foucauld es el final lógico de una vida entregada, abandonada en manos de Dios, expuesta hasta el extre mo. Es la muerte que le asemeja de forma definitiva a su Maestro, al que siempre quiso parecerse en todo. Se cumple otra vez la his toria de los que aman hasta dar la vida, porque nunca se protegieron tanto que estuvieran a salvo. Al fin sólo queda la confianza, el abandono en manos del Padre 6: «Padre mío, me pongo en tus manos; Padre mío me abandono a ti, me confío a ti; Padre, Padre mío, haz de mí lo que quieras; sea lo que sea, te doy las gracias; te agradezco todo, estoy dispuesto a todo; lo acepto todo; te agradezco todo; con tal que tu voluntad se cumpla en mí, Dios mío; con tal que tu voluntad se cumpla en todas tus criaturas, en todos tus hijos, en todos aquellos que tu corazón ama, no deseo nada más, Dios mío; en tus manos entrego mi alma; te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque te amo, me entrego en tus manos con infinita confianza, pues tú eres mi Padre» 7.

5 CARLOS DE FOUCAULD, Escritos Espirituales, Madrid, Studium, 1964 (2.ª ed.), p. 127. El texto continúa: «Para que yo te haga esta gracia infinita, sé fiel en las vigilias y llevando la Cruz. Considera que esta muerte es a la que debe conducir toda tu vida: ve por esto la poca importancia que tienen tantas cosas. Piensa a menudo en esta clase de muerte para prepararte y para juzgar las cosas en su verdadero valor». Ib., pp. 127-128.

6 Nos sobrecoge el testimonio reciente de la muerte del Hermano Roger de Taizé, asesinado el 16 de agosto pasado por una mujer perturbada. Al día si- guiente, en Colonia, delante de muchos jóvenes, el arzobispo de Pamplona, monseñor Fernando Sebastián comparaba la muerte del Hermano Roger con la de Carlos de Foucauld. Dos hombres que se entregaron por un sueño de paz y reconciliación y que mueren violentamente, sin hacer ruido. Cuando se lleva- ban al Hermano Roger, el hermano que dirigía los cantos entonó: «Bonum est confidere: Es bueno confiar en el Señor». Queda el abandono y la confianza, en toda ocasión. Ese es el mensaje de los dos hermanos universales Carlos de Foucauld y Roger de Taizé.

2. ITINERARIO VITAL DE UN AVENTURERO

Resaltaremos algunos hitos fundamentales en el recorrido de su agitada vida; giros fundamentales, desconcertantes incluso para los más allegados, como su director y amigo el abate Huvelin, o su familia, especialmente su prima María de Bondy y su hermana, María de Blic. Son estos giros, esta «inconstancia» (vista desde fuera), la que requiere un análisis por nuestra parte que llegue a comprender la raíz y la posible lógica de tal movilidad.

Señalaremos los principales lugares en los que recorre un cami no interior, que es el que nos interesa desentrañar… La obra que despierta el interés por Carlos de Foucauld sale a la luz pocos años después de su muerte, en 1921. Tiene el mérito de haber dado a conocer al mundo a un hombre escondido en las entrañas más recónditas de África. Se trata de la vida que escribe Bazin, escrita en un estilo hagiográfico y ampuloso, canonizando y moralizando, omitiendo datos escabrosos y adelantando, al contar los excesos, la santidad posterior, como pasando demasiado rápido y con vergüenza sobre las etapas menos edificantes; resulta ingenua en algunos momentos, pero aporta datos de primera mano, está escrita con mucha admiración, y logró su propósito de dar a conocer y lanzar la figura de Carlos al mundo entero. A partir de la obra de Bazin, las biografías y los escritos acerca de su espiritualidad se multiplicarán de año en año 8.

7 Es la más famosa oración de Carlos de Foucauld que rezan (algo recor- tada) todas las noches los Hermanitos de Jesús antes de acostarse. La escribe Carlos a propósito del versículo de Lucas 23,46: «Padre mío, a tus manos en- comiendo mi espíritu». CARLOS DE FOUCAULD, Escritos Espirituales, p. 32.

8 Perteneciente a la Academia Francesa, RENÉ BAZIN contaba con la con- fianza del hermano Carlos. Éste había escrito a Massignon el 11 de abril de 1916: «El señor René Bazin, sus pensamientos, están en gran armonía con los míos». La biografía sale en 1921, cinco años después de la muerte de Foucauld. Los Escritos Espirituales, publicados también por BAZIN, aunque muy escasos,

La vida y la evolución espiritual de Carlos de Foucauld no pueden ser fácilmente descritas de forma lineal, al modo biográfico cronológico, como tradicionalmente se podía entender. Su vida está constituyen una riqueza grande. A partir de la biografía de BAZIN, como hemos dicho, no es fácil abarcar la bibliografía acerca de Carlos de Foucauld. Resal- tamos la exhaustiva bibliografía de J. F. Six, muy completa hasta la fecha de su publicación, en 1958. 25 páginas muy pedagógicamente organizadas: en Carlos de Foucauld. Itinerario Espiritual, Barcelona, Herder, 1988 (4.ª ed.) (primera edición francesa de 1958), pp. 337-361.

En adelante se puede consultar la bibliografía de una buena obra reciente, escrita por un conocedor de la figura de Carlos y hermanito de Jesús (vive en Tamanrasset desde 1945), que, además de los principales escritos en fran- cés, aporta las biografías y escritos publicados en castellano: ANTOINE CHATE– LARD, Carlos de Foucauld. El camino de Tamanrasset, Madrid, San Pablo, 2003, pp. 333-338.

A continuación me permito presentar unida la bibliografía que hace de base al presente artículo en lo referente a la biografía y escritos de Carlos de Fou- cauld, y que aparecerán citados, en su mayoría:

BIOGRAFÍA Y ESPIRITUALIDAD

RENATO BAZIN, Carlos de Foucauld, Madrid, Editorial Voluntad, 1926 (del original francés: Charles de Foucauld, explorateur du Maroc, ermite du Saha- ra, Paris, Plon, 1921); RENÉ VOILLAUME, En el corazón de las masas, Madrid, Studium, 1968 (6.ª ed.) (primera edición francesa: París, Cerf, 1950); MIGUEL CARROUGES, Carlos de Foucauld. Explorador místico, Madrid-Buenos Aires, Studium, 1957; JEAN FRANÇOIS SIX, Carlos de Foucauld. Itinerario Espiritual, Barcelona, Herder 1988 (4.ª ed.) (edición original francesa, París, Seuil, 1958); JEAN FRANÇOIS SIX, «Foucauld (Charles de), 1858-1916», en Dictionaire de Spiritualité, 5 (París, 1964) 729-741; SERGIO C. LORIT, Carlos de Foucauld. La llamada del desierto, Madrid, Ciudad Nueva, 1986 (obra original italiana de 1964); ROGER QUESNEL, Carlos de Foucauld. Las etapas de una búsqueda, Bilbao, Mensajero, 1967; LUIGI BORRIELLO, Sulle orme di Gesù di Nazaret. Evoluzione Interiore e Doctrina Spirituale di Carlo de Foucauld, Napoli, Edi- zione Dehoniane, 1980; LUIGI BORRIELLO, El mensaje espiritual de Carlos de Foucauld, Santander, Sal Terrae, 1981; JAVIER M. SUESCUN, Carlos de Foucauld en el Sahara, entre los tuareg, Bilbao, Desclee de Brouwer, 1994; JOSÉ LUIS VÁZQUEZ BORAU, Carlos de Foucauld y la espiritualidad de Nazaret, Madrid, BAC, 2001; ANTOINE CHATELARD, Carlos de Foucauld. El camino de Tamanras- set, Madrid, San Pablo, 2003.

ESCRITOS

HERMANO CARLOS DE JESÚS, Directorio, Barcelona, Herder, 1963 (versión original francesa de 1961, París, Seuil); CARLOS DE FOUCAULD, Escritos Espiri- tuales, Madrid, Studium, 1964 (prefacio de René Bazin); CHARLES DE FOUCAULD, Contemplación. Textos inéditos, Salamanca, Sígueme, 1969; CHARLES DE FOU– CAULD, Escritos Espirituales, I, Salamanca, Sígueme, 1981.

llena de cambios de rumbo, de saltos inesperados y su personali- dad, vista en la distancia, es una constante interpelación. De haber vivido a su lado, nos habría espantado en muchos momentos, por la dureza, la imprevisibilidad y la radicalidad, todo ello revestido y tejido, no obstante, de un humanismo claro, sin embargo, su inter- pelación más incisiva se refiere a la fuerza interior que le movía, a la fuente de la que nacía una vitalidad tan ardiente. La pregunta por quién o qué movía sus pasos nos trasladará al secreto de su vida y de su muerte.

Dios es el artesano que, con materiales diversos, reciclando nuestros desperfectos y deshechos rehace la historia y la conduce. Nada queda fuera de esta tarea de reconstrucción, de segundo naci- miento: nuestro pecado, nuestros errores forman parte misteriosa del entramado que hará de base a un nuevo proyecto. Al fin, la pregunta clave no se refiere a la intachabilidad de nuestra vida, sino al amor, no a la perfección sino a la aceptación de su voluntad en el presente, a la fe en que Él es capaz de rehacer y regalar nuevamente la vida. La pregunta de Jesús a Pedro se hace crucial y única: «¿Me amas?» El amor será el que vertebre y saque a luz nuevamente a aquel que estaba perdido y vacío, y le devuelva la posibilidad de una historia de amor apasionado y fecundo, otorgando sentido, incluso a las pérdidas pasadas, haciendo de él un hombre integrado 9.

Leemos su historia:

2.1. Infancia y primera juventud

Carlos Eugenio de Foucauld de Pontbriand nacía el 15 de septiembre de 1858, en Estrasburgo, hijo de María Isabel Beau- det de Morlet y de Francisco Eduardo de Foucauld, vizconde de Foucauld.

9 BOFF ha planteado esta concepción de la vida como integración, al hablar de la santidad, en la cual, el hombre más santo es el más integrado, no el más perfecto. LEONARDO BOFF, San Francisco de Asís. Ternura y Vigor, el capí- tulo 5: San Francisco: La integración de lo negativo de la vida —el santo:

¿un hombre perfecto o un hombre integrado?—, Santander, Sal Terrae, 1982, pp. 185-215. Un capítulo interesante que plantea el cambio de paradigma en la concepción de la santidad.

Su madre infundió en los niños una piedad sincera, hecha de gestos más que de palabras; este influjo de su madre nunca se le borrará. El recuerdo que Carlos tiene de su infancia no es triste, a pesar de perder muy temprano a sus padres, en un mismo año. Su madre muere el 13 de marzo de 1864, a los treinta y cuatro años de edad y su padre el 9 de agosto del mismo año. Su hermana, María, y él quedan bajo la tutela de su abuelo materno, el coronel de Ingenieros retirado Carlos Gabriel de Morlet, que tenía sesenta y siete años. El abuelo tenía debilidad por el nieto: cariñoso, vivo, laborioso y re- suelto. A causa de la guerra de 1870, con la derrota de Francia, como tantos otros viven el exilio, y se trasladan al oeste de Francia y luego a Suiza: se establecen en Nancy en 1870. Carlos recuerda de esta época su Primera Comunión. Su prima, María Moitessier, que será figura clave en la evolución interior de Carlos, le regala Élévations sur les Mystères, meditaciones sobre el evangelio, que le influirá más adelante. Va a la escuela Episcopal de San Arbogat, dirigida por sacerdotes de la diócesis de Estrasburgo, y más tarde asiste al Instituto, donde empieza a perder el orden, el trabajo regular y la fe.

Con el título de bachiller, el abuelo quería que Carlos entrase en la Escuela Politécnica, pero él se fue a lo más fácil, quería entrar en la Academia de Oficiales de Saint Cyr, porque las oposiciones no tenían tanta dificultad. Se traslada a París. Los exámenes a la Escuela Militar tienen lugar en 1876. Entra con la nota más baja, a punto de ser rechazado por su obesidad precoz. Toda esta época es el «descenso hacia la muerte». Aparte de perder la práctica religiosa, va perdiendo el sentido de la vida. En la preparación para las Escuelas Superiores de París, con los jesui- tas, le despiden por actitud inadecuada y mala conducta. Lo único que le sostiene es el cariño de su abuelo: «A los diecisiete años yo era todo egoísmo, vanidad, impiedad, malos deseos; estaba como enloquecido… En cuan- to a holgazanería, llegó a tal punto que hube de ser despedido (…) hice padecer lo indecible a mi pobre abuelo, negándome al trabajo… De la fe no quedaba huella en mi alma» 10.

2.2. Carrera militar

Este período de la vida de Carlos está marcado por una pérdida decisiva: su abuelo muere el 3 de febrero de 1878. El dolor con que vive esta ruptura es mucho mayor que el que experimenta de niño a la muerte de sus padres. Años más tarde sigue vivo el dolor por la partida del abuelo que con tanta ternura le trató.

Las seguridades y las comodidades de las que se vio rodeado no aseguraron un lugar firme y ahondan el vacío que se va creando dentro de él. Un creciente sentimiento de soledad que le acompaña en adelante; soledad amarga y dura en este momento, y que más adelante será la base de su búsqueda interior: «…es duro estar solo; y sin embargo es a eso a lo que estoy condenado por necesidad. Entonces tú serás todavía feliz y estarás tranquilo con tu familia (…) yo no lo soy y proba- blemente no lo seré nunca» 11.

Se revela aquí un cierto instinto de apego y una valoración en cierto modo absorbente de la amistad. Este apego y afán de poseer se ve acrecentado, unido a su libertad económica. Más adelante, cuando se enfrente a la vaciedad y futilidad de las cosas, y descubra la sencillez de la vida en Marruecos y la «riqueza» de las personas por sí mismas, irá recibiendo duros golpes de atención que van preparando el salto. Por el momento, en la Academia, el vacío y la noche que se asientan en él no hacen sino acrecentar su espíritu caprichoso. Un poso de tristeza y aburrimiento que no consiguen ahuyentar las fiestas y la buena vida.

En esta época de Saint Cyr, comparte habitación y fiestas con Antonio de Vallombrosa, más tarde marqués de Morés (que morirá también asesinado en África). Era raro el día en que uno de los dos no era arrestado, como testimonia el general Laperrine.

10 Carta a un amigo, del 24 de febrero de 1893, citada en BAZIN, o.c., p. 14.

11 Ib., pp. 70-71.

Al salir de la Escuela de Caballería se traslada a Pont-à-Mous- son, donde no mejoró su actitud.

En el año 1880 el Regimiento 4.º de Húsares, del que era tenien- te, es destinado a Argelia, pasando a ser el 4.º de Cazadores de África. Se establece en Setif. Le reprochan que viva maritalmente con una joven francesa y, a pesar de las advertencias, se niega a romper su ritmo de vida. Carlos abandona a sus compañeros, rompe con su carrera y pide el retiro temporal del ejército. Se marcha a Evian.

Por este tiempo sucede un hecho que variará determinantemente el resto de su vida: la Insurrección de Bou-Amama, en el Sud Ora- nés, el año 1881. Su antiguo regimiento es reclamado para la lucha. A Carlos de Foucauld algo se le remueve por dentro y le sacude violentamente el pensamiento de que sus compañeros están arries- gándose en la guerra mientras él permanece tranquilo en Evian. El teniente Foucauld escribe al Ministerio del Ejército pidiendo unirse a sus compañeros y aceptando las condiciones que se le impongan. Es muy revelador el testimonio del general Laperrine, que for- maba parte de la expedición y que tanto aparecerá posteriormente en la vida de Carlos en África, y que fue siempre un gran amigo:

«Entre los peligros y las privaciones de las tropas expedi- cionarias, este literato alegre se reveló como un soldado y como jefe; soportando gozoso durísimas pruebas, exponiendo su vida, e interesándose con abnegación por sus hombres» 12.

Los árabes le impresionaron vivamente. Decide estudiarlos me- jor; se propone hacer un viaje por el sur. Pide permiso para ello y le es denegado. Y, como en tantas otras ocasiones, Carlos, que antes del permiso ya tiene tomada la decisión, presenta su dimisión, nos dice él mismo: «para satisfacer libremente ese deseo de aventuras»; regresa a Argel y se dispone a preparar todo lo necesario para el viaje por Marruecos.

12 LAPERRINE, Les étapes de la conversión d’un housard, citado en BAZIN,

o.c., p. 23.

2.3. Explorador en Marruecos

El lenguaje del placer va dejando lugar al del deseo y el atractivo. Algo ha cambiado sustancialmente en este hombre en su paso por África, que ha desenterrado el coraje y la capacidad del sacrificio por un ideal. Ha surgido un reto, un desafío que le pone en vilo y le lanza a la empresa convocando todas las fuerzas malgastadas y dispersas antaño. Quiere hacer algo nuevo, algo que los demás no han hecho, y lo quiere hacer aún siendo consciente del riesgo claro que supone. Viaja a Argel, donde se encuentra en junio de 1882, para preparar la expedición, y trabaja 16 horas diarias entre libros, para ser lo más eficaz en sus pasos. Esta aventura se presenta como una clara respues- ta a un vacío prolongado de sentido y de interés. ¿Encontrará Carlos aquello que le devuelva un norte, un motivo por el que luchar?

Lo que es cierto es que la misma preparación del viaje ya había logrado sacar de él un valor y tenacidad extraordinarios y una vo- luntad decidida de llegar hasta el final, cueste lo que cueste. La divisa de la familia Foucauld era «Nunca hacia atrás»: «Cuando se parte anunciando que se va a hacer algo, no se debe regresar sin haberlo hecho…» 13

«El viaje, desde la salida de Argel hasta la vuelta a tierra fran cesa, duró once meses y trece días, o sea, desde el 10 de junio de 1883 hasta el 23 de mayo de 1884. Después de haber intentado en vano penetrar en Marruecos por el Oeste, como todos los judíos de Nemours le disuadiesen de aventurarse en el Rif, se embarcó para Tánger y por allí entró en tierra salvaje. Los viajeros van montados sobre mulas, llevando escaso equipaje. Encamínanse hacia el Sur, al principio con algunos rodeos, para visitar, por ejemplo, la fértil comarca de Sesguen, donde hasta entonces sólo había entrado un cristiano, a quien nunca se vio volver. Andan casi todo el día» 14.

Para hacer este viaje ocultando su condición de cristiano, pasan- do lo más desapercibido posible, Carlos sólo tenía dos opciones de disfraz: el traje árabe y el judío. Entonces los judíos eran comercian- tes a los que se toleraba. Carlos se disfrazará de judío, y será durante

13 SUESCUN, o.c., p. 9; CHATELARD, o.c., p. 30.

14 BAZIN, o.c., p. 40.

La brújula, el barómetro, el sextante fueron sus compañeros… Mientras iba de camino «llevaba un cuadernito de cinco centímetros cuadrados escondido en el hueco de la mano izquierda, y en la derecha un lápiz de dos centímetros» 15, con el que apuntaba todas las incidencias del camino y las mediciones. Luego, en lugar a sal- vo, iba pacientemente pasando las notas tomadas en cuadernos más grandes. Un ingente trabajo hecho con la paciencia infinita de un artesano concienzudo.

Más adelante haría de nuevo un viaje a Marruecos, en 1885, para completar datos. El 14 de septiembre de 1885 embarca en Port Vendres para Argel y el 23 enero de 1886 llega a Niza 16. Terminamos este apartado de la exploración de Marruecos con el documento más significativo, de Duveyrier, por el que se con- cedía a Carlos de Foucauld la medalla de oro de la Sociedad Geo- gráfica Francesa. Tuvo lugar en la sesión del 24 de abril de 1885. Carlos no estaba presente. El texto no sólo reconoce los logros en el campo de la geografía, sino el valor y el sacrificio en las condi- ciones en que tales descubrimientos fueron hechos:

«Lo ha llevado a cabo sin ayuda del gobierno, a su costa, y haciendo junto con el sacrificio de su porvenir en la carrera militar otro sacrificio mayor aún, si es posible. Se ha resigna- do a viajar bajo el disfraz de judío entre poblaciones que consideran al judío como un ser útil, pero inferior. Asumiendo valientemente este papel, ha renunciado absolutamente a su bienestar, y sin tienda, sin lecho, casi sin equipaje ha trabaja- do durante once meses en medio de pueblos que, habien- do desenmascarado más de una vez al actor, lo han colocado en dos o tres ocasiones frente al castigo que merecía, es decir, la muerte (…) En once meses, un hombre solo, el vizconde de

15 BAZIN, o.c., p. 36.

16 Ib., pp. 48 y 51.

Foucauld ha doblado, por lo menos, la extensión de los itine- rarios hasta el presente más cuidadosamente delineados sobre Marruecos. Ha perfeccionado los 689 kilómetros de sus pre- decesores y les ha añadido otros 2.250. En cuanto a la geogra- fía astronómica, ha determinado 45 longitudes y 40 latitudes, y cuando contábamos por unas cuantas docenas las altitudes conocidas, él nos aporta 3.000. Gracias a M. de Foucauld se abre, cual podéis comprender, una nueva era, y no sabe uno qué admirar más: si los resultados, tan hermosos como útiles, o el sacrificio, el valor y la abnegación a cuyas expensas los ha obtenido este joven oficial francés» 17.

2.4. El año que cambió su vida: 1886

El descubrimiento de los lugares y de la geografía de Marruecos no parece tan decisivo como el descubrimiento del alma de sus pobla- dores. Carlos de Foucauld hará un viaje sorprendente exteriormente, lleno de peligros, pero, desde el día en que nació en él el deseo irre- frenable de emprenderlo, otro viaje ha ido abriéndose paso en él, un auténtico descubrimiento también de su propia geografía interior: un hallazgo más desconcertante y transformador, que tuvo su origen al sur de Marruecos, en la zaoüia 18 de Tisint. Las dificultades, la sole- dad, el peligro de muerte influyeron, pero lo que más le marcó fue la fe de hombres que vivían en continua presencia de Dios 19.

En este estado lo encuentra el año 1886 en París, año decisivo en el que convergen tantos caminos, tantos vacíos y decepciones, y

17 Ib., pp. 42-43; el texto más amplio de la presentación de Duveyrier en CHATELARD, o.c., p. 30.

18 «Una zaoüia es la sede de una confraternidad religiosa musulmana. En ella se juntan los fieles para orar en común. En ella acogen a los peregrinos y practican la antigua hospitalidad con los pobres y los peregrinos», MIGUEL CA– RROUGES, Carlos de Foucauld, explorador místico, Madrid-Buenos Aires, Stu- dium, 1957, p. 139. Carlos buscará establecer en África una zaoüia cristiana de oración y hospitalidad.

19 A. CHATELARD, o.c., p. 31. «La vista de esta fe, de estas almas viviendo en continua presencia de Dios me hizo entrever algo más grande y más autén- tico que las ocupaciones mundanas». Carta a Henry de Castries, 8 de julio de 1901.

que le inclinan, bajo la atenta mirada de personas cercanas muy queridas a un cuestionamiento de su rechazo de la fe. Si había per- sonas inteligentes que él admiraba y que vivían tan intensamente la fe, tal vez aquella religión no fuera tan absurda. Comienza a repetir durante largas horas la oración que recomendará a sus amigos: «Dios mío, si existís, haced que yo os conozca». Aun sin fe, va a las iglesias a rezar al Dios al que pregunta si existe 20.

Después de un viaje por el sur de Argelia, que emprende en julio de 1885 y termina el mismo año, para revisar y contrastar sus notas sobre Marruecos, vuelve a Francia a principios de 1886. Allí se reencuentra con la bondad y la fe de su prima: «…poco a poco llegué a decirme que la fe de un alma tan grande, la que yo veía cada día muy cerca de mí en tan her- mosas inteligencias, en mi familia misma, quizá no era tan incompatible con el sentido común como me había parecido hasta entonces. Era a finales de 1886. Experimenté entonces una profunda necesidad de recogimiento. Me pregunté enton- ces en lo más profundo de mi alma si realmente la verdad quizá era conocida por los hombres… Entonces hice una ex- traña oración: pedía al Dios en el que aún no creía, que si existía se me diese a conocer… Pocos meses después de este gran cambio pensé entrar en un convento, pero tanto el señor Huvelin como mi familia me empujaban al matrimonio… Dejé pasar el tiempo» 21.

En carta a Henry de Castries afirma cómo comienza a sentirse atraído a ir a la iglesia: «…empecé a ir a la iglesia sin tener fe, y no me hallaba bien más que allí, repitiendo durante largas horas esta extraña oración: “Dios mío, si existís, haced que yo os conozca”» 22.

20 Cf. Carta a Henry de Castries del 14 de agosto de 1901.

21 Carta a Henri Duveyrier, 21 de febrero de 1892, relatando su conversión de 1886. Cf. CHATELARD, pp. 34-35.

22 Carta a Henry de Castries, 14 de agosto de 1901: «Me vino la idea de que era menester estudiar esta religión, donde acaso se encontraba la verdad de que yo desesperaba, y me dije que era mejor tomar lecciones de religión

A fines de 1887 y principios de 1888 aparecen en las librerías Itinerarios en Marruecos y Reconocimiento de Marruecos, con gran aceptación por parte del público. Hace un viaje para conocer Tierra Santa; en 1888, a mediados de diciembre, llega a Jerusalén, y al año siguiente regresa a París. El 20 de octubre está en el monasterio trapense de Nuestra Señora de las Nieves para un retiro de una semana. Decide ingresar trapense.

2.5. La Trapa más pobre

En el año 1890 entra en la Trapa de Nuestra Señora de las Nieves, luego se traslada a la de Akbés en Siria, por deseo de mayor pobreza. Toma el nombre de hermano María Alberico. Hace su profesión reli- giosa en Akbés el día de la Candelaria, un 2 de febrero de 1892. Carlos cuenta su propia vida de forma somera a Duveyrier, en un documento único, que ya hemos citado, aclarándole los motivos por los que ha entrado en la Trapa, ya que Duveyrier le expresa su extrañeza y la incomprensión total de los votos que acaba de pro- nunciar. El valor de esta carta es que está dirigida a un no creyente y con toda paciencia y profundidad le hace un recorrido por su vida y las razones que le han llevado a esta decisión 23.

No busca en la Trapa estar en paz de forma egoísta, aunque, sin buscarla, la ha encontrado. Y apunta una motivación fundamental- mente cristológica: quiere llevar una vida lo más parecida posible a la de Jesús en la tierra. Él fue un pobre artesano, despreciado, humilde y trabajador, y especialmente los tres últimos años le tocó vivir el rechazo, la ingratitud y la persecución, hasta morir en la cruz.

católica, como había tomado de árabe. Como había buscado un buen “thaleb” que me enseñara el árabe, busqué un sacerdote instruido que me informara sobre la religión católica (…) Dios terminó la obra de mi conversión, que tan poderosamente había empezado por esta gracia interior tan fuerte que me im- pulsaba casi irresistiblemente a la Iglesia».

23 CHATELARD, o.c., en un anexo al final del libro transcribe completa la carta de Carlos de Foucauld a Henri Duveyrier, del 21 de febrero de 1892. Carlos acababa de hacer sus votos el 2 de febrero, en Akbés, Siria. Un docu- mento excepcional en primera persona que hay que leer. Su estancia en la Trapa se prolonga de 1890 a 1896. Desde muy temprano, en la Trapa, han nacido en él deseos de crear en torno a sí un grupo de compañeros con los que vivir las inquietudes de vida que le van quemando dentro, al estilo de Na- zaret. Este deseo le acompañará toda la vida, y tan sólo se verá cumplido años después de su muerte. Este principio de Congrega- ción que comienza a plantearse tiene por objeto «llevar la misma vida de Nuestro Señor en la forma más exacta posible, viviendo exclusivamente del trabajo de las propias manos, sin aceptar nin- guna donación, ni espontánea, ni solicitada, y siguiendo al pie de la letra todos los consejos del Divino Maestro, sin poseer nada, dando a todo el que pida, no reclamando nada, privándose de todo lo posible…; agregar a este trabajo mucha oración…; no formar más que grupos reducidos…; diseminarse sobre todo en los lugares y países donde no es conocido y amado Nuestro Señor Je- sucristo» 24.

La fama de Carlos había crecido entre sus hermanos y entre los superiores. Algunos llegaban a pensar en él como posible futuro superior. Piensan que estudie teología para proponerle que se ordene sacerdote. Él hace ver a Huvelin sus inquietudes: «¡Si me hablan de estudios manifestaré que estoy gus- tosísimo de seguir metido hasta el cuello en las mieses y en los bosques, y que siento repugnancia extrema de cuanto pueda alejarme de este último lugar que vine buscando, de este abatimiento, en que deseo hundirme cada día más, a ejem- plo de Nuestro Señor (…); y después, en último extremo, obedeceré» 25.

Al poco tiempo de esta carta, meses después de la profesión, llega la orden de comenzar la teología. Va creciendo la inquietud interior, invitándole a la soledad, a más pobreza, a ir más allá. Huvelin le dice (29 de enero de 1894) que estudie la teología hasta el diaconado, que practique las virtudes, sobre todo la humil- dad, y que ya se verá más adelante. Le da largas. Y afirma algo que

24 VÁZQUEZ BORAU, o.c., p. 15. Citando una carta del 4 de octubre de 1893.

25 Carta escrita a Huvelin, citada en BAZIN, pp. 91-92.

repite en otras ocasiones: «Por otra parte, no has sido hecho en absoluto para dirigir a los demás» 26.

El tiempo corre al igual que crecen las inquietudes y anhelos de Carlos, se acercan los cinco años que darían paso a la profesión so- lemne. Expresa su deseo de partir. Es el 15 de junio de 1896 (fecha de la carta) cuando Huvelin consiente con pena que deje la Trapa: «Esperaba yo, amado hijo, que hubiera hallado usted en la Trapa lo que buscaba; que hubiera hallado pobreza, humildad y obediencia bastantes para poder imitar a Nuestro Señor en su vida de Nazaret. Pensaba que, al entrar allí, hubiera podido decir: Haec requies mea in saeculum saeculi! Mucho siento que así no haya sido. Hay un impulso muy fuerte hacia otro ideal, y poco a poco, por la fuerza de ese movimiento, es usted empujado a salir de ese marco donde se halla fuera de su lugar» 27. Por ahora, le aconseja que viva a las puertas de un convento en Cafarnaún o Nazaret 28.

2.6. Nazaret: meta soñada

a) Un sueño cumplido

Después de pasar por Roma, obtenida la dispensa necesaria por parte de los superiores de la Orden, emprende el camino a Tierra Santa. Cuando desembarca en Jaffa tiene treinta y ocho años. Ahora ya no será el vizconde de Foucauld, ni el teniente Foucauld, ni el hermano María Alberico, a partir de este momento se convierte en el hermano Carlos de Jesús. Ha renunciado a formar parte de una gran Orden religiosa, para hacerse más insignificante, para ir a un lugar más escondido, más último.

26 Carta de Huvelin, 29 de enero de 1894. Citada en VÁZQUEZ BORAU, o.c., pp. 15-16.

27 BAZIN, o.c., p. 98.

28 Cf. CHATELARD, p. 121.

Vivirá en una cabaña de tablas utilizada para trastos, rechazando la casita del jardinero. Será recadero de las monjas, ayudará en la sacristía, dado que no tenía gran destreza para la albañilería u otros oficios manuales. Poco a poco las monjas le dejan más tiempo para sus reflexiones y oración. Carlos vive feliz en Nazaret, a imitación de Cristo, su deseo de vida escondida largamente soñada. Más adelante, cuando le nazca el deseo de ser sacerdote, para mejor servir, lo justificará con el ejemplo humilde de nuestro Señor, y el sacerdocio será la forma más adecuada de parecerse a Jesús. En Nazaret tampoco pasa desapercibido a sus convecinos. En 1898 va a Jerusalén a ver a la abadesa de aquel monasterio de clarisas, la fundadora, Madre Isabel del Calvario, que será figura clave en la aceptación por parte de Carlos de la ordenación sacer- dotal. A pesar de que había dicho: «ser sacerdote: eso es ponerme de manifiesto, y yo he nacido para la vida oculta» 29, va cediendo, de modo que, pese a la insistencia de Huvelin para que permanezca en Nazaret, a primeros de 1900 se presenta en Francia, a fin de preparar todo lo necesario para la ordenación. Al mismo tiempo se pregunta dónde podría ejercer el ministerio sin perder su vocación eremítica.

b) Las tentaciones de Nazaret

Resulta interesante leer este período a la luz de lo que Chatelard llama las tentaciones de Nazaret. Cuáles serían estas tentaciones:

1. Ir a pedir limosna: con el fin de echar una mano a las cla- risas que lo necesitaban realmente y, a pesar de que ellas no se lo habían pedido, él se plantea ir fuera a pedir para ellas. Huvelin le desaconseja salir de Nazaret.

2. Volver a la Trapa: es una tentación que Carlos llama de orgullo, tentación de hacer bien a las almas, piensa que tal vez en Akbés podría haber sido superior en poco tiempo y haber podido ayudar a los religiosos y a los pueblos del contorno. Siente la ten- tación de «hacer algo», de «trabajar», de «resultados». Es funda-

29 BAZIN, o.c., p. 144.

mentalmente cuestión de «eficacia», y, a pesar de que se da cuenta de que es tentación, no obstante ahí está el peligro. De hecho reco- noce que no tiene lo que se necesita para ser Superior 30. Huvelin insiste en que permanezca en Nazaret.

3. La tentación de la visibilidad (los peligros de Jerusalén): Llama Chatelard «peligros de Jerusalén» a la tentación que surge precisamente en contacto con la abadesa de aquel lugar, la Madre Isabel, que va a ser la figura clave que influirá en la aceptación por parte de Carlos de ser ordenado sacerdote. Ella tenía ganas de co- nocerle para comprobar la veracidad de las cosas que decían de él, convenciéndose de que tiene delante de sí a una persona extraordi- naria. Ella le invita a recibir compañeros. Carlos se anima a escribir dos nuevas reglas.

Mientras tanto, la voz de Huvelin sigue en la misma dirección, escribiendo palabras llenas de sabiduría, en las que trata de ahuyen- tar este afán de eficacia que ha sobrevenido a Carlos: «Sí, silencio, sí, el silencio de Nazaret, se está bien en Nazaret para obedecer en silencio. ¿Y el bien que hay que hacer? Se hace el bien por lo que se es, mucho más que por lo que se dice… se hace el bien siendo de Dios, para Dios. ¡Sí la estabilidad, sí esto ibi! Quedarse allí, recoger estiércol, dejar que penetren, que crezcan y se afiancen en el alma las gracias de Dios, defenderse de la agitación del continuo volver a empezar. Es cierto que somos y seremos siempre principian- tes, pero al menos siempre en la misma dirección y en el mismo sentido» 31.

Vuelve a Nazaret y agradece a Huvelin que le haya defendido de estas tentaciones de inconstancia.

30 «Ya veo que es una tentación: no tengo nada de lo que se necesita para ser Superior, ni autoridad, ni firmeza, seguridad de juicio, ni experiencia, ni ciencia, ni perspicacia, ni nada de nada (…) en mi caseta de tablas, a los pies del sagrario de las Clarisas, en mis jornadas de trabajo y mis noches de oración, tengo precisamente lo que buscaba y deseaba desde hace ocho años, de tal modo que resulta visible que Dios me había preparado este lugar (…) Pero la tentación existe». Carta a Huvelin de 16 de enero de 1898, citada en CHATE– LARD, o.c., p. 89.

31 Carta de Huvelin, 18 de julio de 1899, citada en CHATELARD, o.c., p. 100.

4. Mejor en otra parte: Carlos vive mal con la popularidad, y no lleva bien el ser conocido. Tampoco siente que su trabajo sea tan útil a las monjas. Surge, en este contexto, pensar en servir a los demás, en romper los muros ideológicos de su concepción monás- tica y servir a los enfermos en un hospital. Admite tener menos oración; juzga que ganará su alma si es por servir a los demás.

5. Triunfo del genio propio, ¿desobediencia?: Este es uno de los capítulos más contradictorios de su vida. Pretende comprar el monte de las Bienaventuranzas, y acaba implicando económicamen- te a su familia. El impulso que siente es tan grande que llega a afirmar que es mayor que el que tuvo por explorar Marruecos, o por entrar en la Trapa y más incluso que el deseo de fundar una Con- gregación. Esta seguridad nos resulta sensiblemente desproporciona- da, pero Carlos no duda de que sea voluntad de Dios 32. Sin embargo su director afirma lo contrario: «No creo que esa idea de sacerdote ermitaño venga de Dios» 33.

La respuesta de Huvelin a este proyecto es un no categórico y otra vez: «¡Quédese en Nazaret!», pero Carlos de Foucauld se pre- senta en París el 17 de agosto para preparar su ordenación. Cena y duerme en casa del abate Huvelin, que sólo puede justificar la ac- titud irrefrenable del ermitaño de Nazaret por «algo muy fuerte que le empuja». Y reconoce que lo único que puede hacer por él es admirarlo y quererlo, como reconociendo en la trayectoria de su dirigido un destino misterioso, todavía escondido, pero que le arras- tra con una fuerza irresistible.

En este momento ya se plantea dónde podrá ejercer el ministe- rio, y se pregunta por qué no en Argelia. Las fechas de estos últimos años son las siguientes: el 5 de marzo de 1897 había llegado a Nazaret como un pobre desconocido. Allí había permanecido hasta el 1900. Viaja a París y luego a Nuestra Señora de las Nieves el 29 de septiembre, para prepararse al diacona- do y al sacerdocio. El 9 de junio de 1901 tiene lugar la ordenación sacerdotal en la capilla del Seminario de Viviers, por Monseñor Mon- téty, arzobispo de Béryte, con la presencia de Monseñor Bonnet.

32 Carta a Huvelin del 30 de marzo de 1900.

33 Carta del 20 de mayo de 1899, en CHATELARD, p. 111.

2.7. Beni Abbés: un ermitaño abierto a todos

Las voces interiores que le susurran convertirse en un apóstol, le hacen plantearse la ausencia de sacerdotes en Marruecos y Argelia. Este «abandono» se convierte nuevamente en un desafío para el intrépido buscador de retos aparentemente imposibles. Pide al obispo del Sahara, desde Nuestra Señora de las Nieves, el permiso necesario para emprender su actividad, con el deseo de hacer bien a las almas, acompañar a los soldados, evitar que sus almas se pierdan y santificar a los pueblos infieles, poniendo en medio de ellos a Jesús en el Santísimo Sacramento 34.

En 1898 había escrito la Regla, en la que se refiere a sus com- pañeros como ermitaños del Sagrado Corazón; ahora, en 1901, cam- bia ermitaños por hermanitos. La soledad de los ermitaños da paso a la idea de hermandad y fraternidad. Quiere seguir siendo monje, pero hermano de Jesús y de los hombres. No se conforma con estar sólo con Jesús, a solas con él, quiere hacer lo que a él le agrada, y lo que él más quiere es la salvación de los hombres. Como conse- cuencia lógica, la forma de salvarlos es yéndose a vivir con ellos, estando en medio de ellos, en sus mismas condiciones de vida, sien- do su hermano y su amigo. ¿Dónde hay más necesidad, más penuria, más abandono? Allí le gustaría estar. El 28 de octubre de 1901, al caer la tarde de un día abrasador, vio Carlos las primeras palmeras de Beni-Abbés. Aquí estará hasta el año 1903. En 1904 se dedica a viajar por el sur. La capilla que construye la dedica al Sagrado Corazón de Jesús; la vivienda se llama «La Fraternidad del Sagrado Corazón de Je- sús». Está empeñado en ser y aparecer entre ellos como hermano universal. Las gentes llaman a la casa de Carlos «La fraternidad» (Jaua, en árabe). Sin embargo, en Beni Abbés como en Tamanrasset, le conocerán como el marabout 35.

34 Cf. BAZIN, pp. 158-159.

35 «Esta palabra francesa, de origen árabe, sirve entre los musulmanes para designar a los letrados en religión y a los hombres de Dios. La palabra francesa retraducida al árabe como “marabú” designa únicamente a los sacerdotes y religiosos cristianos y, en femenino, a las religiosas. La etimología de la pala-

Construye una pared alrededor del patio y cerca el terreno; había decidido vivir enclaustrado y no salir de esos límites sin un motivo importante.

Veremos que estas exigencias cambiarán con el tiempo. Era un sacerdote solitario, perdido en un oasis del Sahara, abandonado en la confianza en Dios, pensando en una familia de Hermanos del Sagrado Corazón, misioneros que no predicarían el evangelio, sino a través de la oración, la caridad y la pobreza. Una de sus preocupaciones y actividades en esta época fue la liberación de esclavos, tal como hizo con José y con Pablo Embarek (testigo principal de su muerte). Hizo lo posible porque la abolición de tal práctica fuera una realidad. Sin embargo, su deseo de llegar donde sentía que más falta hacía, le empuja más al sur, entre los tuareg. Pide permiso a Mon- señor Guerin, prefecto Apostólico del Sahara, permiso que le es concedido. También dan su beneplácito Huvelin y las autoridades militares. Allí vivirá sin enclaustrarse.

2.8. Tamanrasset: entre los tuareg

A Tamanrasset llega el 11 de agosto de 1905. Elige este lugar, el poblado de los cien fuegos, la principal tribu, en plena montaña, apartado de los centros importantes. Quiere hacer todo lo posible por ayudar a los pueblos de estas comarcas, olvidándose de sí mismo, y visitar a las pequeñas colo- nias de agricultores del Hoggar para hacerse cercano. Moussa, el amenokal de los tuareg del Hoggar 36, está contento de que Carlos se instale aquí; él está también en la base de la elec- ción de este lugar.

bra evoca la idea de “atar juntos”, vincular a una persona o a un lugar, como en francés “religieux”. El hermano Carlos se complacía en este apelativo, que él mismo utilizaba. La palabra no tenía aún el sentido peyorativo que tomará más tarde en África, como hechicero, brujo, con el verbo marabouter». CHATE– LARD, o.c., pp. 151-152.

36 «La confederación del Hoggar, lo mismo que las demás confederaciones tuareg, era gobernada por un jefe electo, el amenokal, elegido entre los nobles. El amenokal de los Hoggar era Moussa ag Amastane, sucesor de dos jefes ene-

La presencia de Carlos en Tamanrasset fue interrumpida en distintas ocasiones por viajes a Argel, a Francia, a Asekrem. Al comienzo de su estancia en Tamanrasset ha tenido que des- pedir a Paul Embarek, su catecúmeno. Sin él no puede decir misa. Se da cuenta de que no viene la gente de los alrededores, les cuesta romper el hielo. Y se propone visitarlos él, aprovechando la llegada de Motylinsli, con el que estudia las historias de la gente y su mane- ra de expresarse. El material recopilado formará la obra Textes toua- regs en prose 37. Este trabajo será la base de sus posteriores estudios de la lengua y de los diccionarios tuareg.

El año 1908 está marcado por la enfermedad. Permanece clava- do en el lecho, sin poder moverse, y tiene la sensación de que se acaba, que el fin se acerca. Entrega su alma, su espíritu, su vida a la Sagrada Familia… La enfermedad que tiene es escorbuto, produ- cida por falta de alimentación adecuada; está anémico. A fuerza de dar a los demás se había ido descuidando a sí mismo. A la mala alimentación se une el exceso de trabajo. En el 1910 pierde la cercanía de su amigo el general Laperrine, que se va a Francia y mueren tres amigos fundamentales: monseñor Guérin, en Ghardaïa; Lacroix, en Argel, y el P. Huvelin, en París 38. Dedica interminables horas a la redacción del diccionario de la lengua tuareg (tamahac). Desea adelantar el trabajo para estar más con la gente y dedicarse a la oración y a la lectura de autores espirituales. Una parte importante del año 1911 (7 de julio al 15 de diciem- bre) la pasa en la ermita del Asekrem, a cuatro días de camello desde Tamanrasset, donde se han trasladado numerosos tuareg nó- madas buscando superar el hambre, y donde Carlos vive una soledad muy querida.

migos de los franceses, más hábil que sus predecesores y más inteligente tam- bién, Moussa entró en negociaciones con los jefes militares de los oasis, antes aún de haber sido elegido amenokal. A principios de 1904 sellaba un tratado de amistad con Francia y se hacía proclamar jefe de los tuareg Hoggar en In- Salah, obteniendo el perdón para el antiguo amenokal, Attisi, que se había retirado hacia el sudeste, a la región de los tuareg Azdjers», ibídem, p. 41.

37 CARLOS DE FOUCAULD-A. DE CALASSANTI-MOTYLINSKI, Textes touaregs en prose (dialecto de l’Ahaggar), Argel, Carbonnel, 1922. Edición reciente en Aix-en-Provence, Edisud, 1984. Citado en CHATELARD, o.c., p. 245.

38 CHATELARD, o.c., p. 249.

Hacia el 1913 el frío de las gentes se ha disipado. Se ha conver- tido en referencia importante para los franceses y los tuareg de la región. Cuida la amistad con ellos. Ha logrado también su deseo de fundar una Cofradía, la «Unión de oraciones para la Evangelización de los Pueblos», que reúne a 49 miembros. Este fue uno de los cometidos de su última estancia en Francia, en 1911.

Los últimos años en Tamanrasset son de un trabajo durísimo, mantiene el ritmo de 10,45 horas diarias. El 24 de junio de 1915 termina el diccionario tuareg-francés, con 2.028 páginas. A pesar de que le insisten en que se traslade de lugar por la inseguridad creciente en la zona, decide permanecer en Tamanras- set. No obstante, se determina hacer un fortín para almacén y gra- nero, posible lugar de refugio de las gentes del lugar, capaz de resistir el asedio. En la construcción colabora la gente del pueblo.

Tres días antes del 1 de diciembre de 1916 termina las poesías tuareg. Carlos ha definido su misión como misionero aislado en una carta dirigida a René Bazin, en la que sueña con el día en que la población sea amiga y confiada, y un poco preparada para recibir el cristianismo: «Mi vida consiste en estar en relación lo más posible con cuanto me rodea y prestar todos los servicios que puedo. A medida que se establece la intimidad, siempre o casi siempre a solas, hablo brevemente del buen Dios…» (16 de julio de 1916) 39.

3. EL MENSAJE DE UN EXPLORADOR DE DIOS

La espiritualidad de Carlos de Foucauld está íntimamente ligada a su propia biografía, de modo que el impacto de su personalidad deja en la penumbra sus escritos. Aun teniendo de él muchos manuscritos: comentarios bíblicos, reflexiones, notas sobre la vida de Nazaret, so- bre la oración, el proyecto de vida de la fraternidad soñada, etc., es su vida la que ejerce mayor atractivo. Algunos han comparado a Carlos

39 Citado en VÁZQUEZ BORAU, o.c., p. 59.

de Foucauld con Francisco de Asís, también lo hace Six en su Itine- rario Espiritual con Teresa del Niño Jesús. Dos figuras que marcan una renovación-revolución en la manera de entender la espiritualidad cristiana de su tiempo: son tres palabras nuevas.

3.1. Imitar a Cristo

«El evangelio me enseñó que el “Primer mandamiento” consiste en amar a Dios con todo mi corazón, y que hacía falta encerrarlo todo en el amor; todos saben que el amor tiene por efecto la imitación… No me sentía destinado a la imitación de la vida pública en la predicación: por tanto, debía imitar la vida escondida del humilde obrero de Nazaret…» 40

Aparecen aquí algunos de los elementos claves de su espiritua- lidad: amar a Dios con todo el corazón; la imitación; la vida escon- dida del humilde obrero de Nazaret. Voillaume afirma que en estas líneas está contenida «admirablemente no sólo la vocación del Padre (Foucauld), sino la idea matriz de su espiritualidad» 41.

En el artículo primero de sus Consejos, dentro del Directorio de la unión de los hermanos y hermanas del Sagrado Corazón de Je- sús 42, expresa de forma clara su idea de la imitación de Jesús pro- puesta a sus seguidores:

«Los hermanos y hermanas del Sagrado Corazón de Jesús tomarán como regla preguntarse en todas las cosas qué pen- saría, diría, haría Jesús en su lugar, y hacerlo. Harán conti- nuos esfuerzos para hacerse más y más semejantes a nuestro Señor Jesús, tomando como modelo su vida de Nazaret, que nos da ejemplos para todos los estados. La medida de la imi- tación es la del amor. “Si alguno quiere servirme, sígame”» 43.

40 Carta a H. de Castries, 14 de abril de 1901. Citada en R. VOILLAUME, En el corazón de las masas, Madrid, Studium, 1968 (6.ª ed.), p. 113.

41 Ibídem.

42 CARLOS DE FOUCAULD, Directorio, Barcelona, Herder, 1963.

43 Ib., pp. 43-44.

La persona de Jesús, no es tan sólo un recuerdo, un sentimiento,

«Jesús es un ser vivo cuyas huellas quiere seguir apasionadamen- te» 44, no sólo interiormente. Aquí está el radicalismo y la peculiar llamada que experimenta Carlos, «quiere también una conformidad exterior de estado de vida» 45. Digamos que en el exceso de la amis- tad se halla el querer parecerse en todo, exigencia de un amor tam- bién profundamente humano, como fue la vida de Carlos: nada es- tática, siempre mordiendo el polvo de los caminos y del desierto, siempre queriendo vivir enraizado en el corazón de Jesús y llegar al corazón de sus gentes.

Pero lo cierto es que esta imitación tan material que le lleva incluso a querer vivir físicamente en la ciudad de Nazaret, tal como vivió Él, es una particularidad interesante de la vida de Carlos de Foucauld 46. Esta material imitación de las condiciones de vida de Jesús, tal como él las entendía, va, a lo largo de la vida de Carlos, siendo entendida más como una conformidad interior, de corazón, de alma. Con el tiempo relativizará algunos aspectos que fueron esenciales en épocas pasadas. Esto mismo es lo que le lleva a dejar Nazaret, sintiendo que Nazaret es cualquier lugar 47.

A la humildad de la vida escondida de Jesús, Carlos une un deseo permanente de abyección, que, no estando presente en la vida de Nazaret, encuentra su raíz en el Crucificado por amor. La vida de Nazaret fue pobre, dura, humilde, laboriosa, pero no abyecta. Esta palabra nos provoca cierta sospecha de exageración, cuando insiste

44 VOILLAUME, p. 119.

45 Ibídem.

46 Leer el comentario de VOILLAUME acerca de la necesidad para todo cris- tiano de ser «otro Cristo». Esta vocación tan minuciosamente próxima a las condiciones materiales de Jesús es algo propio de algunos, entre ellos Carlos de Foucauld, cf. o.c., nota a pie de página, p. 119. Y obedece a una etapa con- creta de la evolución de Carlos, que resulta, para algunos, expresión de un amor imperfecto aún, como él mismo reconoce al partir de Nazaret. Cf. Ib., p. 122.

47 «In de Foucauld tutto conduce all’imitazione pratica di Gesù Cristo po- vero e sofferente. Questa imitazione deve farsi nell’amore, perchè Gesù Cristo stesso è povero e sofferente per amore, e l’imitazione perfecta vuole non so- lamente la similitudine dell’azione esteriore, ma soprattutto la conformità in- tima del sentimento», H. MONIER-VINARD, «La spiritualité du P. de Foucaud», en Revue d’Ascetique et de Mystique, 9 (1928), p. 408. Citado en BORRIELLO, tesis citada, pp. 270-271.

en buscar humillaciones, desprecios, oprobios, descalificaciones, ridiculizaciones, etc., que podrían incluso parecer poco humilde al que las persigue. Ciertamente, no es entendible este afán si no es desde la clave de un amor loco, apasionado por Jesús 48.

Todo lo que supone la abyección requiere, por la historia pasa- da, un discernimiento de raíz, que en el caso de Carlos va siendo clarificado y curado de exageración 49.

Está claro que las vidas más provocadoras y removedoras, aqué- llas que han pronunciado una palabra que merece ser retomada y que suscita novedad, han sido las de personajes nada condescendien- tes con la moda, nada esclavos de su imagen pública, hombres y mujeres ridículos y locos en cuanto extraños a los protocolos de lo comercial y prudente.

3.2. Nazaret: Deseo apasionado por la vida escondida y el último lugar

Al principio, el anhelo por vivir la vida de Nazaret le lleva a la misma ciudad donde vivió Jesús. Pero Nazaret se convierte más que en un lugar físico, en su proyecto de vida. Dejando el lugar, siente la llamada a vivir en cualquier sitio la vida de Nazaret: con- templativo en medio de los hombres, viviendo como ellos, no ais- lado. Su celda estará abierta a todos; será, en adelante, un eremita peculiar en medio de un pueblo no cristiano al que Carlos no predi- ca nunca. Su apostolado principal es la presencia amigable, orante,

48 Nos resultan curiosas algunas escenas de las que fueron testigos los habitantes de Nazaret: «vestido con una chilaba a rayas, llena de remiendos, hecha jirones, recogiendo las basuras en las calles de Nazaret, objeto de las risas de todos los chiquillos, encontrando su alegría en las burlas y en las piedras que le tiraban…». O aquella ocasión en que cuando un predicador, que estaba de paso en las clarisas terminó de comer, pensando que Carlos tendría hambre voraz, le dijo «siéntate y come bien, por lo menos esta vez…», LORIT, o.c., pp. 87-88.

49 Creo muy recomendables dos obras clarificadoras a este respecto, para entender el fenómeno del rigorismo, la ascesis y la libertad: ANSELM GRÜN, Portarse bien con uno mismo, Salamanca, Sígueme, 2001: sobre el rigor y la misericordia; y A. GRÜN, No te hagas daño a ti mismo, Salamanca, Sígueme, 2002: sobre la libertad interior y la maduración a través de las heridas.

hospitalaria, pobre, sacrificada. Ha acudido al desierto no para huir, todo lo contrario, se planta en medio de un territorio inhóspito, lleno de peligros y de penurias, con las armas de la confianza, el ardor de su corazón y la terquedad de un espíritu dispuesto a llegar al final.

Nazaret es pobreza de alma y disponibilidad a Jesús y como Jesús. Deseando gustosamente ocupar el último lugar, para entrar así en el corazón de lo humano sin poder, sin prepotencia, como uno de tantos.

Las notas fundamentales de la vida de Nazaret, que permanecen en el tiempo y en el proceso de Carlos de Foucauld, podríamos recogerlas en cuatro puntos 50:

1. º Vida escondida de humildad, pobreza, oración y mortifi- cación.

2. º Deseo ardiente de cooperar a la obra de la salvación del Redentor por la entrega en el amor. Esta vinculación a la obra re- dentora la centra en la vivencia eucarística.

3. º Su trato cercano, fraternal, amistoso con todos, lleno de gestos sencillos, entre ellos como uno de tantos, sin alardes. Tal como viviría la familia de Nazaret en contacto con sus vecinos.

4. º A pesar de reflejar tantas veces el anhelo de vivir del tra- bajo de sus manos, las circunstancias no se lo permitieron. Vivió siempre de lo que le enviaba su familia. Habría sido difícil mante- nerse de otro modo en Beni-Abbés y en Tamanrasset.

3.3. Hermano universal: una caridad sin medida ni fronteras. Un canto a la amistad

Se hace prójimo de los que están más lejos de toda presencia cristiana. Cuando más adelante no puede ir a Marruecos, se inclinará por bajar al sur y vivir entre los tuareg:

50 Cf. VOILLAUME, o.c., p. 132; cf. también las características de la Congre- gación que quiere fundar, llevando lo más fielmente la vida humilde de Jesús: trabajar con sus manos, no vivir de limosnas, no tener propiedad alguna, repar- tirlo todo, vivir al día, etc., en SIX, o.c., pp. 119-120.

«Yo no estoy aquí para convertir a los tuareg, sino para tratar de comprenderlos» 51.

Los árabes pusieron a Carlos el sobrenombre de «hermano uni- versal»:

«Compartamos, compartamos, compartamos todo con ellos (los pobres) y démosles la mejor parte, y si no hay bastante para los dos, démosles todo. Es a Jesús a quien se lo damos (…) y si después de haberlo dado todo, para él, a él en sus miembros, morimos de hambre, bendita suerte (…). Y si, sin llegar a morir, cayésemos enfermos por la necesidad, por haber dado demasiado a Jesús en sus miembros, ¡bendita, dichosa enfermedad! Seríamos felices, favorecidos, privilegiados, qué gracia de Dios, qué dicha, estar enfermos por ese motivo» 52.

Carlos está preocupado por hacerse próximo a ellos y ganarse su confianza 53. Se da cuenta de que tiene que alejarse de los soldados para que no le identifiquen con la presencia impuesta del país coloni- zador. Ha de hacerse pequeño y accesible, indefenso, uno de ellos, para que le admitan en confianza. Vemos que en gran medida logrará este cometido; especialmente durante la enfermedad de 1908, que lo deja sin poder moverse y teniendo que ser atendido. Aquellos a los que quería servir le sirvieron, le cuidaron. Tendrá que pasar por la impotencia de verse al límite, sin fuerzas, aceptando la hospitalidad y el cariño de los otros. Esa hospitalidad que le conmovió desde el pri- mer momento en los meses de la exploración de Marruecos.

51 L. LEHURAUX, Au Sahara avec le Père Charles de Foucauld, Paris,

St. Paul, 1946, p. 115. Citado en CHATELARD, o.c., p. 268.

52 De una meditación en Nazaret. Citado en CHATELARD, o.c., p. 256.

53 «Vamos de manantial en manantial, a los lugares de pastos más frecuen- tados por los nómadas, nos instalamos allí entre ellos, pasando varios días con ellos, tratando de familiarizarlos con nosotros, de crear confianza y amistad… Los indígenas nos reciben bien; pero no es sincero; ceden a la necesidad.

¿Cuánto tiempo necesitarán para tener los sentimientos que simulan? Quizá no los tengan nunca (…). ¿Sabrán distinguir entre los soldados y los sacerdotes, ver en nosotros, servidores de Dios, ministros de paz y de caridad, hermanos universales? No lo sé. Si hago lo que debo, Jesús repartirá gracias más abun- dantes y ellos comprenderán», BAZIN, o.c., p. 265.

Nos enseña Carlos que la verdadera evangelización no nace como una imposición desde arriba, como ofrecimiento de segurida- des incuestionables, como ayuda compasiva que llega desde el lado de los que ostentan el poder. La verdadera evangelización consiste en lograr entrar en el alma de las gentes y escuchar ahí quieto, hacerse hermano de todos, para compartir de igual a igual las rique- zas de las que cada uno es portador. Carlos no puede dejar de ha- cerse presente como aquél que está cautivado por Jesús de Nazaret, y todo lo que su vida irradia y tiene de fuerza es un reflejo de su Bien Amado Jesús. Situándose a su nivel, tendrá acceso al corazón de estas gentes y aunque no lleguen a abrazar la fe, sin embargo, sabrán que Jesús estuvo entre ellos y su presencia era amor, no recelo, sonrisa, no juicio, mano tendida, no amenaza.

El mejor pasaporte de Carlos de Foucauld fue siempre su cordia- lidad y su fidelidad en la amistad. Era un hombre cariñoso y cercano, al que las gentes se podían aproximar para charlar y ser escuchados. Su apostolado era el de la bondad y la amistad. Al médico que llega enviado al Hoggar, Rober Herisson, le recomienda «ser humano, ca- riñoso, estar siempre alegre. Hay que reír siempre, incluso para decir las cosas más simples. Yo, ya ves, me río siempre y enseño mis feos dientes. La risa pone de buen humor a tu interlocutor, acerca a los hombres, permite comprenderse mejor y alegra un corazón sombrío. Cuando estés entre los tuareg, has de sonreír siempre» 54.

Una parte importante de sus escritos son las cartas. La principal destinataria es su prima María de Bondy, que recibe, entre 1889 y 1916, setecientas treinta y ocho cartas, y su hermana, María de Blic, trescientas cincuenta y ocho, entre 1872 y 1916. Las cartas a Henry de Castries, por ejemplo, o la carta a Duveyrier explicándole las razones de haber entrado trapense, son cartas llenas de humanidad y cariño.

Cuando Suescun escribe su biografía sobre Carlos, viaja al Hoggar y entrevista a una viejecilla tuareg que conoció a Foucauld y a Moussa, el amenokal. Dice de Carlos que «era un hombre de paz, amigo de los pobres y amigo de todos. Era muy cariñoso» 55.

54 Citado en JAVIER M. SUESCUN, o.c., p. 81.

55 Ib., p. 80.

Una relación que conmueve es precisamente la que mantiene con el amenokal, aún hoy tenido entre los tuareg como un gran jefe y guerrero, hombre piadoso. Hay dos cartas de Moussa que reflejan la fuerza de la amistad que les unía en lo humano y también en lo espiritual. Carlos se convirtió en consejero y compañero espiritual del jefe tuareg.

Cuando Moussa vuelve de Francia, en 1910, donde ha permane- cido varios días enviado por Laperrine y Foucauld para que conozca el país, escribe al Hermano Carlos, nada más llegar a Argel y co- mienza así la carta:

«Desde Argel para el Hoggar, día 20 de septiembre de 1910.

Al honorable, al excelente, a nuestro amigo y querido entre todos, señor marabut Abed Aïsa (servidor de Jesús), el sultán Moussa ben Mastane te saluda y te desea la gracia de Dios y su bendición.

¿Cómo vas? Si tú deseas tener noticias nuestras, como nosotros deseamos las vuestras, te diré que estamos bien, gra- cias a Dios, y que no tenemos más que buenas noticias que darte. Acabamos de llegar de París, después de un feliz viaje. Las autoridades de París han estado muy atentas con nosotros. He visto a tu hermana y he visto también a tu cuñado. He visitado sus jardines y sus casas. ¡Y tú, tú estás en Tamanras-

set como el pobre!

A mi llegada te comentaré todas las noticias en detalle.

Ouani ben Lammiz y Soughi ben Chitach te saludan (dos nobles que acompañaron al amenokal).

Saludos» 56.

La carta es importante por la impresión que causa en el jefe tuareg el contraste entre el nivel de vida de la familia y la elección que ha hecho Carlos de vivir en la extrema pobreza y desprotec- ción de Tamanrasset. Cuando Moussa visita los lugares familiares entiende mejor el valor de la presencia de Carlos entre los hombres del desierto. Crece la admiración y el respeto por el Marabut del

56 Ib., p. 75.

Corazón Rojo en el alma del jefe de los tuareg. La carta es revela- dora, además, de la amistad entrañable y sincera que les unirá hasta el final. El hermano Carlos supo cuidar sus amistades a base de de- dicación y verdadero respeto.

Cuando el 13 de diciembre de 1906 informan a Moussa de que su amigo, el marabut, ha sido asesinado, con la herida aún sangrante y las lágrimas en los ojos, escribe a María de Blic una carta llena de desgarro:

«Alabanza al Dios único.

A la señoría de nuestra amiga María, hermana de Carlos, nuestro marabut que las traidoras y engañadoras gentes de Adjjer han asesinado, de parte de Moussa Ag Amastane, jefe de los tuareg del Hoggar.

Que la salud esté con nuestra desolada amiga María. Desde que he sabido de la muerte de nuestro amigo, vues-

tro hermano Carlos, mis ojos se han cerrado; todo es oscuri- dad para mí; he llorado y he derramado muchas lágrimas. Estoy sumido en un gran duelo. Su muerte me ha llenado de pena.

Estoy lejos del lugar donde los traidores y cínicos ladro- nes le han matado, es decir, ellos le han matado en el Hoggar y yo me encuentro en Adrar, pero si a Dios le place, matare- mos a las personas que han matado al marabut hasta que hayamos cumplido nuestra venganza.

Salude de mi parte a vuestras hijas, a vuestro marido y a todos sus amigos, y dígales que Carlos, el marabut, no sólo ha muerto para vosotros, sino también para todos nosotros. Que Dios le conceda su misericordia y que un día nos encontremos con él en el Paraíso. 20 de diciembre de 1335 del calendario musulmán; 13 de diciembre de 1916» 57.

Lo que seguro nunca aprobaría Carlos sería el tono de venganza que expresa Moussa.

57 LORIT, o.c., pp. 76-77.

3.4. Pasión por Jesús Eucaristía

Mientras estaba en la Trapa de Akbés, la vida eucarística se convierte en el centro. Cuando piensa en la Fraternidad que sueña iniciar, la adoración del Santísimo ocupa lugar fundamental, porque encarna la presencia de Jesús escondido. La presencia de Jesús es el secreto de esta vida de Nazaret, alimentarse de Él sostiene este tra- bajo invisible, cotidiano.

En sintonía con el anonadamiento de Cristo, también en la Eu- caristía, se pide al creyente, al discípulo, vivir desposeído, humilde, obediente, pobre, etc. Conforme a la actitud que emana de este misterio de abajamiento y abyección.

En Tamanrasset, al igual que en Beni-Abbés, pasaba largas horas en adoración eucarística. Vive con Jesús un diálogo permanente de amigo a amigo, que dura en la noche y en las largas marchas por el desierto. La Eucaristía es el principal alimento de su vida contem- plativa.

También en su devoción eucarística se ha dado un proceso, una evolución. Ahora ya no considera tan esencial para sus Fraternida- des la adoración perpetua. De hecho, por la fuerza de los aconteci- mientos, los primeros años de vida en Tamanrasset no pudo contar con la reserva eucarística. Su devoción eucarística se vio depurada en su amor a Jesús, y más volcada y unificada en la caridad. Es señal de madurez. El ermitaño que adora, se hace hermano univer- sal, que acoge y venera al Dios que vive en el corazón de cada criatura, sin negar la riqueza incalculable del Sacramento 58.

3.5. Fecundidad del fracaso 59

La vida de este buscador del último lugar estuvo marcada por la cruz y el fracaso.

Si leyéramos su vida en términos de obras eficaces, tal vez nos llevaríamos una gran decepción. A menos de un siglo de su muerte,

58 Cf. VOILLAUME, o.c., p. 131.

59 Para este tema del fracaso o la infecundidad, véase el capítulo de CHA– TELARD, «La fuerza en la debilidad», o.c., pp. 255-272; y SIX, «La victoria eter- na del Amado», o.c., pp. 309-315.

lo que nos impacta de este aventurero es la fuerza de su entrega, la pasión de su amor por Cristo y por el último lugar, más que el resultado de sus empresas. De hecho, no puede ser considerado un autor brillante de obras espirituales, ni fundador en vida de ninguna congregación, ningún compañero que le durase más de unos meses, no convirtió muchos infieles, como Francisco Javier. Todo lo que Carlos es y hace «da la impresión constante de algo inacabado» 60. La sensación que da el relato de su vida es el de una lógica conmovedoramente fecunda en la infecundidad. Hay algo de él que nos atrae poderosamente en el corazón de su improductividad (al menos improductividad en lo que se refiere a frutos misioneros

palpables).

Ciertamente, la vida de Carlos estuvo llena de paradojas y du- das: el deseo de clausura y la disponibilidad a los cercanos, el tra- bajo manual y la amistad, la teología y la sencillez, el sacerdocio y la pobreza-humildad, etc. Pero fue dejando que las circunstancias le fueran marcando caminos, le deshicieran sus proyectos, incluso después de haber luchado por ellos vivamente contra viento y ma- rea. Ciertamente, como reconoce J. F. Six, al final de sus días, el rostro de Carlos parece «burilado por el viento de arena. Su alma ha sido largamente trabajada por Dios, gastada por Él» 61.

Pero la lectura de su vida desde el prisma de la infecundidad no es sólo nuestra lectura, Carlos mismo siente en algunos momentos esta sequedad y oscuridad que a los creyentes del siglo XXI no nos es desconocida: «sequedad y tinieblas. Todo me es penoso: sagrada comunión, rezos, oración, todo, todo, hasta decir a Jesús que le amo… Tengo que agarrarme a la vida de fe. ¡Si por lo menos sintiera que Jesús me ama! Pero no me lo dice jamás» 62. Nos recuerdan mucho el camino final de Teresa del Niño Jesús las palabras que Carlos escribe: «Estoy tan frío que no me atrevo a decir que amo, sino que quisiera amar» 63.

60 SIX, o.c., p. 309.

61 Ib., p. 310.

62 Ib., p. 311. Es cierto que hemos elegido un momento puntual de su vida, en Nazaret, con las Clarisas, pero la mayor frecuencia de sus expresiones es de un emocionado reconocimiento de la Presencia de Dios.

63 Ib.

4. LA FAMILIA QUE CARLOS NO CONOCIÓ 64

Carlos de Foucauld no tuvo seguidores en vida, aunque lo deseó ardientemente. Tan sólo la «Unión de oraciones para la evangeliza- ción de los pueblos» o «Unión Sodalidad Carlos de Foucauld». Fue Luis Massignon el que recogió el testigo de esta Unión creada por Carlos en su vida (Viviers, 1909), y que a su muerte contaba con 49 miembros, incluido él mismo. El coordinador, desde 1960, ha sido el sacerdote J. F. Six.

En 1933 René Voillaume inició el primer grupo de Hermanitos de Jesús. También en 1933 comenzó un grupo de mujeres Herma- nitas del Sagrado Corazón, dedicadas más a la contemplación. En 1939 nacían las primeras Hermanitas de Jesús, con la hermanita Magdeleine de Jesús 65. A partir de ellos son miles los miembros pertenecientes a familias sacerdotales, religiosas, seculares y asocia- ciones que viven bajo la inspiración de la vida y el espíritu de Carlos de Foucauld.

5. UN PROVOCADOR QUE INTERPELA

Carlos de Foucauld fue un nómada toda su vida (aunque él re- comendara a Moussa que favorezca la permanencia, la vida seden- taria, para afianzarse como pueblo) 66 y la clave de su movilidad hay

64 Para todos estos datos, consultar las dos páginas principales de la familia de Carlos de Foucauld, en España y Francia: www.charlesdefoucauld.org y www.carlosdefoucauld.org.

65 Se puede leer la historia de la fundación de las hermanitas de Jesús a través de los diarios de la hermanita Magdeleine, llenos de vibrantes aventuras de fe, en Desde el Sahara al mundo entero. La historia de las hermanitas de Jesús tras las huellas del hermano Carlos de Foucauld, Madrid, Ciudad Nueva, 1985.

66 Cuando Bazin escribe la biografía tiene el privilegio de contar con los manuscritos originales, todo el material de primera mano e, incluso, los papeles que quedaron esparcidos y revueltos por el suelo a la muerte de Carlos. Entre esos papeles, un documento muy valioso y curioso, un cuaderno de notas ín- timas, que llevaban este epígrafe: «Lo que he de decir a Moussa y Cartas escritas a Moussa». Entre esas notas había indicaciones tan simples y sencillas, que no me resisto a señalar: rodearse de personas honradas; no conservar bribones a su lado (…) Reducir sus gastos. Hacerse pequeño (…) No pedir ni

que buscarla en su ardiente deseo de parecerse a Jesús, de ocupar el último lugar junto a los «últimos», los más pobres de entre los pobres y en una fuerza poderosa que lo arrastraba más allá de lo aparentemente sensato o prudente.

Ambos ejes vitales (imitación de Jesús y ardiente caridad) harán de él un hombre en permanente estado de vigilia, disponible para cruzar terrenos inexplorados en busca de miserables o desprotegidos a quienes hacerse cercano, en medio de los cuales vivir. Esta movi- lidad también hacía de la puerta de su morada destino de peregrina- ción en busca de pan, consuelo, libertad.

Nuestra cultura religiosa no soporta fácilmente este desarraigo que supone estar pronto para partir. Pese a la aparente fragilidad de nuestras instituciones actuales, pese a los radicales y profundos cambios de nuestro tiempo y la canonización cultural del fragmento y de lo efímero, de la belleza epidérmica, del disfrute instantáneo, sin embargo, no es la nuestra una cultura que acepte positivamente el reto de la movilidad interior. Crece en nosotros el pánico a «po- nernos en camino», a quedarnos sin nada, a fiarnos de Otro, a ex- plorar nuevas formas de hacernos cercanos al «otro», para conquis- tar de esa forma la única posible paz duradera: «hacerse todo a todos», «hacerse uno con los más pobres».

Crece la amenaza de fundamentalismos (de todos los signos, políticos y religiosos) que arraigan a la persona en verdades incues- tionables, evitando la incertidumbre del pensamiento propio y el vaivén de lo inseguro. Afirmando con cincel sagrado lo que divide frente a lo que une, nombrando lo diferente como lo erróneo, lo de fuera como lo peligroso, creciendo la dificultad para el diálogo y la empatía. Todo acercamiento al «otro» está bajo sospecha de traición de lo «propio y auténtico».

Nuestro tiempo es tiempo de paradojas y contradicciones pues- tas al descubierto cuando se nos acerca la figura desamparada y sin

aceptar regalos (…) Cuando se encuentra cerca de algún oficial, ir con fre- cuencia a verlo enteramente solo, pues muchas cosas se tratan mejor cara a cara (…) Jamás mentir a nadie (…) Jamás alabar a nadie en su presencia; la adulación es una bajeza propia de los thalebs árabes; no ser lento y perezoso; saber aprovechar el tiempo». Pues bien, el tercero de estos consejos es «Fa- vorecer la vida sedentaria». Para consultar el contenido de esos papeles encon- trados por el suelo, cf. R. BAZIN, o.c., pp. 291-296.

brillo del amigo de los tuareg, ahondando el drama de nuestro ale- jamiento de los más míseros. En su vida retorna el reto de la mística, el riesgo de creer en un Dios que ha fascinado a muchos que lo dejaron todo y se perdieron en territorios lejanos con la sola brújula ardiente de Su mirada. Retorna el reto del acercamiento entre los pueblos y, por tanto, la distancia creciente, abismal en muchos ca- sos, y dolida del Sur, de los de Abajo, de los más míseros, también la distancia del mundo árabe respecto a occidente, dramática y cruel- mente presente a través de un nefasto embajador: el terrorismo is- lámico.

Son muchas las palabras que nos sugiere la mirada de Carlos, el marabut de las manos caídas, indefenso de palabras grandes, armado de gestos silenciosos que no convirtieron a muchos, pero fueron misteriosa semilla depositada como un sueño del mañana en la tierra común de todos, hasta que la humanidad despierte de su división y su desgarro.

La fecha prevista para la beatificación de Carlos de Foucauld era el 15 de mayo de 2005, día de Pentecostés. En esos días murió Juan Pablo II y fue elegido Papa Joseph Ratzinger: Benedicto XVI. La fecha de su beatificación será el próximo 13 de noviembre de este 2005, en la Basílica de San Pedro 67.

Carlos de Jesús descansa silencioso en El Golea, junto a la igle- sia de los Padres Blancos, sin hacer ruido, tal como vivió. Las letras de la inscripción de la losa están algo gastadas, pero los vientos del desierto no borrarán la memoria del amigo de los tuareg. El desierto mantiene erguida la memoria de los que han sabido vivir y marchar- se entregando la vida. Nunca borrará sus huellas.

67 Cuando se publica este artículo, dicha beatificación ya se ha producido (n. ed.).

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