INTÉRPRETE DE LOS PADRES DEL YERMO – San Casiano

La obra casianense es como un legado de la doctrina de los Padres. Este es uno de los valores más sustantivos de sus conferencias. Casiano nos dice cómo se siente, cómo se vive en el desierto. Desde luego, no hay que apurar tanto el valor de este aspecto que descartemos en absoluto de sus conferencias las ideas propias que ha ido barajando con las de los monjes. Casiano introduce, a no dudarlo, conceptos de su propia cosecha; pero aun éstos aparecen sugeridos y, por lo mismo, subordinados a los que van exponiendo los ancianos.

Por otra parte, lo que da más calor y viveza a su obra es precisamente este diálogo que entabla con los monjes. Sus conferencias son el fruto dt su contacto personal con ellos. Cierto que el papel de discípulo que interroga va a cargo de Germán, su amigo entrañable y compañero de peregrinación, paro también alguna que otra vez lo desempeña el mismo Casiano. Las respuestas de los quince maestros que responden están condensadas en las veinticuatro conferencias. El lector ve desfilar ante sus ojos las figuras de Moisés, Serapión, Abraham, Yosé, Nesteros… Casi siempre nos describe los rasgos personales de estos héroes al principio o al final de su exposición, trazándonos con una pincelada maestra las preferencias de cada uno de ellos, su idiosincrasia, sus virtudes más características. Así, por ejemplo, de Pafnucio nos dice: «Entre aquella pléyade de santos vimos brillar al abad Pafnucio con el resplandor de una ciencia singular, semejante a la (p. 10) claridad de una luz deslumbradora». Al abad Daniel le llama «paladín de la filosofía cristiana» a. Del abad Sereno escribe bellamente: «Su vida era un fiel trasunto de la serenidad que expresaba su nombre» s. Del centenario Cheremón afirma que «se traslucía en él toda la candidez de la infancia». Y así, de cada uno de ellos nos va dando una idea, sucinta, sí, pero global, que pone al lector en conocimiento de aquellos ancianos venerables. Nos hacemos a la idea–a medida que vamos leyendo la obra de Casiano-de que estamos oyendo de los mismos labios de estos varones espirituales la doctrina monástica que han vivido de antemano era el desierto.

Si a ello se unen las descripciones topográficas que prodiga el autor-como cuando nos pinta la vastedad del desierto egipcio, el ambiente de paz de Escete, la soledad inhóspita de la Tebaida, que es, al mismo tiempo, cuna y tumba de aquellos solitarios-, tenemos la grata impresión de revivir las circunstancias y situaciones de aquel mundo monástico en que se hallaron un día los dos monjes peregrinos. Y es que Casiano tiene el don de hacerse interesante, de insinuarse en el alma de los lectores e inocularles, merced a sus dotes de escritor, las ideas madres que bebe directamente de sus interlocutores. En este sentido puede llamársele con justo título intérprete de los Padres del yermo.

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