DIOS ES CASI TODO

Dios es casi todo. El resto es casi nada y depende de Dios.
El teocentrismo es la única perspectiva sana, si es auténtica,

porque la realidad es teocéntrica.

Tan claro es como que todo lo relativo depende de lo absoluto,
siendo una dependencia flexible, recreada, con autonomías,
y, en las criaturas espirituales, tremendamente libre.
El universo es inmenso, una exageradísima y desmesurada creación,
que, sin embargo, es sólo un tenue eco de su Creador y Sustentador.
No depende de nosotros nuestra divina dependencia,

sino reconocerla o no.

Si, descentrados, no la asumimos a fondo y con sinceridad,
¿qué sabemos de nosotros mismos y del resto de lo real?.
¿Qué nos quedaría, sino una fragmentación mental de fragmentos?.
La bella paradoja es que sólo la dependencia divina garantiza nuestra independencia

de toda tiranía mundana, incluidas las propias esclavitudes.
Sólo en Dios somos libres, con una libertad finita, pero inmensa, universal.

Dios es casi todo y nos da totalmente todo,
pero no es que no nos deje hacer nada o poco,

sino que es Él quien nos activa, cooperando íntimamente con nosotros.

En Dios nuestro operar emerge grandioso.

Así, somos milagros que hacen milagros, incluso sin darnos cuenta,
porque obramos sí nosotros, mas del Señor somos obra y obramos en el Señor.

Al darnos Él todo, nos da quehacer,

un cohacer con Él y con los hermanos, un colaborar, coexistir y convivir.
¿Qué son las abrumadoras inmensidades intergalácticas
frente a la grandeza de una sola alma o a la dignidad de un solo ángel?
¿Qué es la tierra entera y todos los soles y lunas y espacios intersiderales

ante un solo atisbo de Cielo, del trono de Dios?.

El mundo es gigante, porque con arte gigante lo ha creado Quien sobrepasa lo gigante

en su unidad y su trina comunión personal.

Vivamos, pues, centrados en Dios, en el núcleo de la realidad.
Vivamos teocentrados, realizados y unidos en la Trinidad.
Teocéntricos, centrados en el corazón celeste de Dios,

nos hallamos geocéntricos, con los pies y las responsabilidades en la Tierra.
Así, y así sólo, nos descubrimos antropocéntricos, maduros en humanidad.
Este teocentrismo antropocéntrico es el del Hijo de Dios y del hombre, el del Nazareno.

¡Contemplamos la gran unión sin confusión de la unidad de Dios
con sus tres amorosas personas, tan distintas como unidas en comunión!.
¡Admiramos la íntima unión sin confusión de Dios en pleno

con la perfecta humanidad de Jesús!.

Gozamos también con la armonía de ser a la vez teocéntricos y antropocéntricos,

como lo fue y sigue siendo Jesucristo.

En Él somos cristocéntricos, ínsitos en su trinitaria divinidad y su humanidad judía.
Unidos a Cristo, siendo con Él y en Él otros cristos, semillas de nuevos cristianos,

transcendemos nuestra escasa vida terrena.

Como más podemos hacer y fructificar, es viviendo el Cielo en la Tierra,
y, sobre todo, al cuidar a los de la Tierra desde la gloria del Cielo.

Concentrados en Cristo, nada nos descentra de la unidad terreno-celeste en nuestro corazón.

El Reino de Dios, anunciado y materializado en Jesucristo,

es que Dios sea todo en todos,

sin anular nada de lo otro, de lo creado y recreado por Él.

Cuando Dios sea todo en todo,
todo lo otro será todo,

en plenitud compartida por Quien todo lo es y lo da.

Puede parecernos que en nuestra vida práctica Dios es nada o casi nada.
Pero sin Dios y su acción discreta, sería nada todo lo demás.
Todo depende de Dios, como si nada dependiera de Él.
Dios hace, más que nadie, y, como nadie, deja hacer.

Es extremo en hacer y dejar hacer.
Todo, directa o indirectamente, de Él proviene,
salvo el mal o pecado, procedente de nosotros.

De Él deriva sólo por habernos creado libres y para una mayor libertad.

Siendo omnipotente, Dios es incapaz de mal,

Y de grandes males, como tantas cruces, saca los mayores bienes, como tu salvación gloriosa.

Pablo López López

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