
El autor del presente artículo se pregunta sobre las razones que
motivan la búsqueda de un tiempo de desierto.
SOLO DIOS
Sólo el desierto es totalmente verdadero y, en su simple desnudez, nos
pone, sin huida posible, frente a la sola y última alternativa: Dios o lo que no
es El, la conformidad total al plan de la Redención o la negativa de nuestra
vocación.
En el desierto estamos requeridos para una elección más absoluta y
radical, elección cuyas alternativas están diluidas a lo largo de la vida
ordinaria, dentro de la multiplicidad de acontecimientos cotidianos y por
múltiples compromisos más o menos conscientes.
Vamos al desierto fundamentalmente, para afianzar y madurar en la
opción básica de nuestro ser cristiano: Dios como el Único, el Absoluto. El
desierto se convierte así en un tiempo de revelación de Dios.
Como Israel en le desierto, el cristiano está llamado a demostrar su fe
en el único Señor, a depender sólo de El, a poner en El toda la seguridad. Y
esto como respuesta gratuita al amor gratuito del Señor, que nos invita a
seguirle. Vivimos en el desierto un tiempo de intimidad exigido por la
relación de amor entre el Señor y cada uno de nosotros.
El Absoluto se manifiesta en Cristo Jesús, como amor que atrae a sí
en una comunión íntima y con una alianza perpetua. “Yo lo atraeré y la guiaré
al desierto, donde hablaré a su corazón… Entonces te desposaré conmigo para
siempre… en la benignidad y en el amor”.
MOTIVACIONES SECUNDARIAS O FALSAS
El tiempo de desierto no es en sí un tiempo de auto-análisis ni de
examen de conciencia especial, pero ciertamente este reencuentro con Dios
nos va a descubrir cuál es la gran motivación de nuestra vida enlazada con
otras motivaciones más de nuestro agrado que exigen menos fe en la
realidades invisibles y nos dan más seguridad y facilidad de vivir.
Sin querer decir que las otras motivaciones no sean legítimas, en este
tiempo tomaremos conciencia de que poco a poco ellas acaban por tener un
puesto bastante importante en nuestras vidas, tragándose poco a poco aquella
que era en pleno derecho del Señor.
Progresivamente, a causa del silencio y de la preparación más clara de
la Realidad de Dios, tomaremos conciencia mucho mejor de la corrección que
debe efectuarse en nuestra mirada sobre las cosas, las personas, nuestra propia
vida… e irá imponiéndose en nosotros una jerarquía de valores que había ido
desapareciendo y hacia que Dios no fuera total y suficientemente el centro.
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En el desierto caerán paso a paso las ilusiones que nos impiden ser
conscientes de todo lo que embaraza nuestro corazón. No puede soportar
mucho tiempo caminar a solas por el desierto ni no se tiene un corazón
sencillo y pobre y si todavía espera uno de la vida cualquier cosa que no sea
Dios solo.
Por eso es por lo que las tentaciones de instaurar el Reino de Dios por
otros medios que los empleados por Jesús y de volvernos útiles a los hombres
de otro modo que por la afirmación vital de la trascendencia divina o del amor
divino, sólo serán definitivamente vencidas en el desierto, como lo fueron por
Jesús.
Nuestro mundo está lleno de aspirantes al papel de Dios. Todos
quieren proponerse como criterio absoluto. El poder, la ley, el orden, el
dinero, la propiedad, el mercado, la productividad, el consumo, la libertad, la
ciencia, el partido, el Estado, la Iglesia, la ideología… Cualquier cosa, aunque
sea buena, en la medida en que pretende trascender al hombre y establecerse
por encima de él como tribunal inapelable… se corrompe en ídolo y a menudo
homicida.
El desierto desocupa nuestro corazón de ídolos.
ENCONTRAR EL VERDADERO YO
Es así solamente como puede emerger nuestro verdadero yo, ese “yo
mismo” que es un gran desconocido para cada uno de nosotros.
Siempre que un hombre va a ser seriamente utilizado por Dios, es
conducido al desierto. Allí se realiza el descubrimiento del “yo mismo” real y
es atormentado por los demonios del falso “yo mismo” que tratará
constantemente de ocultar lo real bajo lo superficial. Este tormento, que es al
mismo tiempo un acto importante de descubrirse a sí mismo, solo se puede
realizar en la soledad.
Una gran tarea, que supone siempre una gran tensión y un gran
sufrimiento sólo se puede afrontar si un hombre se enfrenta a su verdadero yo,
si ha descubierto que tiene la valentía de mantenerse leal cuando todo se
ponga contra él, si ha examinado en silencio su propia debilidad, si ha
aceptado estos sufrimientos.
Únicamente vaciándose de sí mismo y aceptándose a sí mismo puede
uno tener esperanza de ser capaz de decir, con algo de verdad: “no se haga mi
voluntad, sino la tuya”.
ACUCIADOS POR LA SALVACIÓN DE LOS HOMBRES
El tiempo de desierto, es también una obra de amor que deriva de
tomar a nuestro cargo pastoralmente, a los hombres con quienes vivimos o
que nos son confiados, para que presentemos a Dios sus angustias y sus
súplicas, en unión con Jesús orando en el desierto.
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Es un mismo espíritu el que debe empujarnos a mezclarnos entre los
hombres o a subir a la montaña solo, frente al Dios que salva, como Jesús o
como Moisés.
Los tiempos de oración, en medio de una vida atropellada, forman
parte, también, como en Jesús, de nuestra misión a favor de los hombres.
Podríamos decir que es como un estado extremo de oración.
Es precisamente en el sentido de esta oración desnuda y solitaria de
aquel que está comprometido por vocación en el misterio de la Redención de
los hombres, donde se sitúa también la llamada sentida para la oración
solitaria en el desierto
Se trata aquí de una verdadera consumación de la vocación apostólica,
suponiendo la muerte de sí mismo y una gran disponibilidad interior por la
caridad de Jesús, de suerte que toda la vida esté como dominada por la
inquietud de la salvación de los hombres.
Es llevar a plenitud la oración de intercesión.
Cuanto más nos acercamos por la adoración y el don de nosotros al
corazón de Dios, más somos empujados por esta misma unión, a desposarnos
con los cuidados y ternuras de nuestro Dios por todos los hombres.
Y he aquí desde el mismo momento que hemos dejado la relación
particular con los hermanos, para encontrar a Dios en el desierto, somos
reenviados hacia ellos por Aquel que está en el corazón del destino de cada
uno.
Adoración e Intercesión, no son vividos aquí como dos tiempos
diferentes sino más bien como dos facetas del mismo movimiento de Amor.
DESDE LA POBREZA Y EL VACIAMIENTO DE NOSOTROS
Para que el desierto sea un camino hacia Dios, debe ser acogido con
espíritu realmente pobre. El desposeimiento interior a que nuestra pobreza
debe conducirnos, es exigido aquí para que el desierto deje de abrumar y
llegue a ser camino de libertad hacia Dios.
El desierto es camino real hacia el vacío de nosotros, en el que se
puede realizar la gran plenitud.
En medio de las contradicciones de la vida, sólo conservaremos la
mirada de fe fija en Dios, si el corazón está consolidado en el desposeimiento
y la pobreza interior.
Y sólo los hombres despojados, los que voluntariamente renuncian a
muchas cosas, a veces hasta a su propio porvenir, son los que pueden hablar
fraternalmente a los otros despojados, los que pueden comprenderlos, los que
pueden ayudarles sin herirlos, los que tienen autoridad para llevarlos hasta la
siempre tierra prometida.
JOSÉ SÁNCHEZ RAMOS
