Élisabeth Lafourcade, sobre los pasos de Carlos de Foucauld

Hija de un oficial colonial, Élisabeth Lafourcade (1903-1958) descubrió muy pronto África y se sintió llamada a acudir a estas poblaciones pobres para ayudarlas. No era fácil, para los hombres musulmanes, tener que lidiar con una doctora que, además, asistía a misa todas las mañanas, aún volvía a la iglesia por la tarde y llevaba una cruz al cuello.  Sin embargo, rápidamente fue reconocida por sus grandes cualidades y finalmente fue estimada y querida por todos. Después de Túnez, Elisabeth pasó unos años en Argelia para acabar en Marruecos. Sabía ser marroquí con los marroquíes, bereber con los bereberes. Ella estaba allí como testigo de Cristo, poniéndose a su servicio con el «tacto del amor de Dios que, por su Espíritu, sugiere las palabras que él mismo diría a sus predilectos». Los pioneros, cuyos nombres eran Charles de Foucauld, Albert Peyriguère y las Hermanitas Nómadas formaron una gran familia que no pretendía el poder sino que se ponía al servicio. Isabel no es la figura menor de estos tiempos, de los que nada se puede olvidar ya que iluminan, aún hoy, nuestro camino hacia Dios.

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