Sahara: Argelia, el hombre de Tamanrasset

«Tamanrasset, las calles de arena roja, los muros de las casas mezclados con barro y paja, sombreados por los verdes tamariscos saharianos, tuaregs indolentes con un amplio turbante y gandures azules que pasean perezosos tomados de la mano, un mercado hecho de pasillos y arcadas donde amontonas en el suelo unas cuantas legumbres, dátiles secos cubiertos de moscas, monturas de camello, botes de plástico, quemados de lana, aromas, huesos, misteriosos paquetes de drogas africanas, un fuerte con cuatro torres, gran cubo de tierra roja, las aristas, con una puerta pequeña y baja, protegida por un muro anti-piso, en la pared a la derecha de la entrada un gran agujero que interrumpe la informe del yeso agrietado como una piel de elefante, el agujero de una bala disparada en la tarde de 1 de diciembre de 1916».

Así describe el mítico Tam, Gino Boccazzi en su «Hombre de Tamanrasset» (Rusconi 1983), el libro que dedicó al padre Charles de Foucauld, el morabito blanco, el hombre que durante años estudió la civilización tuareg y buscó mediar entre el colonialismo francés y la necesidad de libertad de los nómadas del desierto.
De Foucauld nació en Alsacia, en 1858, en el seno de una familia noble que lo había iniciado en la carrera militar al inscribirlo en la Academia de Saint-Cyr y, siendo un joven oficial, había sido enviado a la guarnición de Argelia donde entendió que la disciplina y el aburrimiento del mundo militar estaban demasiado cerca de él para resistir por mucho tiempo.
Además, la vida en el desierto argelino lo había fascinado, los silencios, los grandes cielos estrellados, el canto del viento, las dunas, altares naturales, erigidos para salvaguardar un mundo que no quería abrirse a los franceses, lo habían empujado hacia el ascetismo, por lo que decidió ingresar en una congregación religiosa y en 1910 fue ordenado sacerdote.

E inmediatamente entró en el desierto, Marruecos, Argelia, luego Tamanrasset donde aquella bala que cuenta Boccazzi puso fin a sus días.
Una loca fulcilata, sin sentido, porque De Foucauld era muy conocido por todos los tuareg de la zona y también era admirado por su manera de comportarse: un blanco que hablaba la lengua de los tuareg, que confraternizaba con los esclavos, con los pobres, que vivía de la nada, que había venido, único en aquellos días, sin fusil, vestido con una gastada túnica, antes blanca, con un corazón rojo rematado por una cruz en el pecho.

Eran días en que el colonialismo, como para justificar su violencia, no sólo negaba su cultura a los pueblos sometidos, sino que borraba sistemáticamente sus rasgos, desconociendo sus valores.
Muy diferente se comportaba el «marabú de corazón rojo», era el cordero entre los lobos, porque los lobos eran también los tuareg, hombres fuertes, orgullosos, acostumbrados a la santurronería, gente que concebía la incursión como un acto de valentía, que vivía con la daga en su cinturón.

Entonces De Foucauld se había retirado a Assekrem, en soberbia soledad, una cumbre escarpada, dura, cruel, entre rocas, sol, viento, elementos que parecen reconciliar al hombre con la vida y empujarlo hacia Dios.
Una pequeña casa de piedra, que aún existe, y en su interior una inscripción: «No guardo lo suficiente la presencia de Dios».
Allá arriba, entre aquellas rocas afiladas, feroces, en el gran silencio roto sólo por los gritos de los gavilanes, nacieron los muchos estudios de aquel hombre manso y severo consigo mismo que para comprender a un pueblo trató de ser parte de él, adaptarse a las condiciones locales, amar a los más maltratados como amaba al amenokal, al patrón, del que se había convertido en amigo y confidente.
Aceptado por otros, aunque con cierto recelo, considerados diferentes a los suyos, aquellos franceses que también habían querido ocupar el gran vacío donde sólo podían vivir los tuareg.
Luego ese tiro, obra de un fanático.
Y ahora los restos descansan en El Meniaa en un sarcófago colocado cerca de una pequeña catedral católica, la de San Giuseppe.

http://scientiantiquitatis.blogspot.com/2012/11/sahara-algeria-luomo-di-tamanrasset.html?m=1

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