
Jacques Levrat
María, después de su encuentro con Isabel, ya lo hemos observado, escuchó las palabras pronunciadas por ésta. Estuvo atenta a lo que brotaba del corazón de su prima. Esta actitud corresponde a la que el mismo Jesús practicó y enseñó. En efecto el primer gesto público de Jesús, explicado por el Evangelio, se sitúa en Jerusalén, cuando, a los 12 años, se encuentra en medio de los doctores. Ahora bien, nos dice el texto: Jesús está allí, «escuchándolos y preguntándolos». Jesús no comienza por enseñar, por decir a sus hermanos humanos que deben hacer… Está allí, en una actitud de recepción, disponibilidad, escucha respetuosa: «suave y humilde de corazón». Escucha. Pregunta también. No como un funcionario que debe informarse, sino como un enamorado que quiere saber lo que vive el corazón del otro, que pretende comprenderlo, que quiere descubrir lo mejor del otro. Jesús ha consagrado el tiempo más largo de su vida a escuchar. Quería conocer su pueblo, sus miserias por supuesto, y también sus alegrías, su esperanza… A continuación, solo a continuación, hablará. ¡Lo hará incluso con autoridad, ya que sabe lo que hay en el corazón del hombre! En esta época, no se hablaba aún de diálogo… Pero sabemos hoy que esta actitud de escucha respetuosa es la primera condición. Uno de los objetivos de! diálogo es, en efecto, descubrir lo que hay de bueno en el otro. Y, a partir de lo mejor, es posible intercambiar, compartir, enriquecemos mutuamente con nuestras experiencias espirituales. Ahora bien, podemos observar que Charles de Foucauld dedicó mucho tiempo a la escucha y al descubrimiento del otro. Ya, en su «Reconocimiento en Maruecos»- una «visita» de carácter científico -, por razones prácticas, había elegido ponerse en una situación de silencio. Al principio de su viaje, hablaba bastante mal el árabe dialectal y muy poco el berber. Y sobre todo, disfrazado en judío, no quería hacerse reconocer. Este silencio, obligado hasta cierto punto, le permitió observar muy atentamente el país y a sus habitantes. Es probablemente una de las razones de la calidad científica de su trabajo. Un trabajo que continúa siendo una obra de referencia sobre Marruecos de final del siglo XIX.

Anos más tarde, cuando Charles de Foucauld vuelve al Magreb, es por amor a sus amigos tuaregs que quiere conocer su lengua y su poesía, que los escucha y los pregunta detenidamente. Hace allí aún, un trabajo científico de gran cualidad: un diccionario de lengua tuareg de más de 2.000 páginas manuscritas y las recopilaciones de poesía berber. Sus motivaciones habían evolucionado. No tenía ya que salir de los problemas personales en los cuales aún estaba metido, en tiempos de su «Reconnaissance au Maroc»; había adquirido una gran libertad interior, una nueva capacidad de amar, de escuchar y preguntar. Aquellos trabajos saharianos son una expresión de su respeto por una cultura en la que reconoce, y quieren hacer conocer, las calidades, el valor. Son, por eso, una señal de su amor, de su deseo de conocer mejor a las personas para, según sus propias palabras, «convertirse uno de entre ellos»; como Jesús, por su Encarnación y su vida a Nazaret, pasó a ser uno entre nosotros. La calidad de estos trabajos científicos en realidad, aún hoy, los hace un instrumento indispensable para conocer la lengua y la poesía tuareg que expresa el alma profunda de este pueblo. Un alma preparada para estremecerse, si se la descubre.

En la actualidad, en el Magreb, entre otras formas de presencia, cristianos trabajan en centros de estudio, bibliotecas, para descubrir las distintas culturas de esta región, y para ponerse al servicio del desarrollo de los hombres. Estos centros culturales son lugares de encuentro privilegiados entre cristianos y musulmanes. Encuentros que se sitúan, deliberadamente, a nivel cultural, en el humanismo. No hay un humanismo sectario, pero abierto a intercambios sobre lo que da sentido a la vida, un humanismo disponible a intercambios en el ámbito religioso. Hago hincapié en esta dimensión humanista porque demasiado a menudo, me parece, se aborda a los Magrebíes poniendo sobre ellos la etiqueta «musulmán». Una etiqueta religiosa que funciona como un marco o un disfraz que no permite entender la riqueza y la complejidad de su historia, su vida social, su personalidad. En estos centros de estudio, tenemos como objetivo de encontrar al otro con toda su riqueza cultural. Una cultura que incluye una dimensión religiosa, ciertamente, pero a la cual no se la puede nunca reducirlo. ¡Es más que eso! La escucha del otro, acogerlo de tal como es, pide también que sepamos tomar el tiempo necesario para el encuentro y respetar las etapas. Tomando modelo de la paciencia divina: «Mil de años son para El como un día». Ya que Dios trabaja el corazón del hombre en profundidad, a lo largo del tiempo.
Cuando tengo la tentación de quemar etapas, pienso en el episodio del evangelio de Marcos que necesité tiempo para comprender. Jesús, nos dice el texto, para viajar al país de los Gerasenos, tuvo que cruzar el lago para llegar a la otra orilla. Durante la travesía sufre una fuerte tormenta, ir hacia los paganos remueve siempre muchas cosas. Allí, encuentra un hombre «poseído de un espíritu impuro». Jesús lo libera de este espíritu astuto, y, después de un momento pasado con él, Jesús se prepara para volver a salir y se incorpora a su barca. En ese momento, el Geraseno manifiesta el deseo de seguirle. Pero Jesús, viendo sus buenas disposiciones, le propone otro programa, le dice: «Ve a tu casa, con los tuyos, y explícales lo que el Señor ha hecho en ti y como se ha compadecido de ti» (Mc 5.19). Este hombre, si hubiera seguido a Jesús, habría podido ser testigo de su muerte, su resurrección, los dones del Espíritu, en una palabra de la plenitud del misterio pascual… Pero Jesús lo devuelve a los suyos y le da una misión: dar testimonio de su curación y este encuentro que acaba de vivir… Lo mismo sucede con nosotros que debemos vivir el momento presente, con alegría, gratuidad, disponibilidad: el futuro sigue estando abierto, está en las manos de Dios.
Cuando Charles de Foucauld llegó al Magreb, tenía prisa en proclamar toda la Buena Noticia y bautizar… Pero, poco a poco, la escucha atenta de las personas entrevistadas y los años de estudios le han permitido conocer mejor al otro tal como es, con su historia y sus riquezas. El otro es un hermano, y es trabajado por el Espíritu. Debo encontrarlo, pero debo también respetar su propio camino espiritual hacia Dios. Ya que, como dice el profeta Isaías: «vuestros pensamientos no son mis pensamientos, y mis caminos no son vuestros caminos» (Is.55,8). Por ello Charles de Foucauld aprendió a vivir como «hermano universal».
