
Jacques Levrat
Charles de Foucauld, después de una larga estancia en Oriente, – en la Trapa de Akbés y en Nazaret -, desembarcó en el puerto de Argel en septiembre de 1901 con un amigo monje, se queda en la Trapa de Staouéli, fundada en 1843 en la región de Argel. Allí, el Padre de Foucauld reza delante de una imagen de la Virgen que representa a Marie que lleva, dentro de ella, a su niño, una imagen rara en la tradición cristiana… Después de una breve estancia en Argel, Charles de Foucauld se instala en Beni Abbés, cerca de la frontera marroquí. Allí, con mucho cuidado, construye una casa muy simple para vivir su fe, cerca de los habitantes de esta región, y poder acoger hermanos. Para decorar su oratorio, pinta, de sus propias manos, un cuadro representando al encuentro de María con su prima Isabel en la Visitación. Una elección significativa, vamos a verlo. Un segundo cuadro lo completará, representando a la Santa Familia. Estas dos escenas son como un resumen de su experiencia espiritual, vivida en Nazaret, y de su encuentro con la imagen de la Virgen en la Trapa. Están allí, cerca del tabernáculo delante del cual pasa largos momentos, cada día. Estos cuadros expresan lo que es su proyecto apostólico en Argelia: no busca ya la soledad, como en Oriente, quiere ahora dedicar su vida al encuentro del otro tomando como modelo a la Virgen en la Visitación.

Charles de Foucauld interpretará de distintas maneras este encuentro de María con Isabel en sus oraciones y sus escritos. Esta elección marcará su vida apostólica en Beni Abbés, luego en Tamanrasset. Y, después, el relato de la Visitación marcará profundamente la vida de las Iglesias del Magreb. En efecto, en estos países, los cristianos, y no solamente entre los discípulos directos de Charles de Foucauld, viven de este misterio, generalmente de una manera muy discreta. Afortunadamente, algunos de ellos han dejado huellas escritas de esta experiencia espiritual. Destaco a tres. El padre Peyriguère, por ejemplo, que ha vivido 30 años en el Atlas Medio marroquí, ocupándose de los enfermos de El Kebab y de la región, hace hincapié, en sus escritos espirituales, en la necesidad de estar habitado por Cristo, y vivir el vínculo entre sus múltiples encuentros de la vida diaria y el Visitación.
El padre Jean-Mohamed Abd-el-Jahí también. Este Marroquí, musulmán, bautizada en 1928 y ordenado sacerdote en la orden franciscana, vivió su fe cristiana en el contexto difícil de la colonización. Con gran sensibilidad, experimentó, penosamente, en su carne, la falta de respeto de numerosos cristianos con los musulmanes. Siendo profesor en el Instituto católico de París, escribirá un libro que tiene por título «María y el Islam». En la última página de este libro, escribe: «El misterio maríano que, por excelencia, debe vivirse ante los musulmanes, es el de la Visitación». Es, en efecto, para el modelo de un encuentro verdadero profundamente respetuoso con el otro…
Es también el caso de Christian de Chergé. Durante la guerra de Argelia, este soldado francés fue salvado de la muerte por un amigo argelino, guarda forestal, que se sacrificó por él. Este acontecimiento orientará toda su vida. Ordenado sacerdote, elegirá consagrarse a los Argelinos, será monje y prior de la Trapa de Tibherine y, a su vez, con sus hermanos monjes, dará su vida por este país. Él también meditó mucho y escribió sobre el Misterio del Visitación y el sentido de la presencia cristiana en el mundo musulmán. Entre sus textos sobre este tema, he aquí un fragmento de la homilía que pronunció en la fiesta de la Visitación, el 31 de mayo de 1993:
«La Iglesia vino en este país para una urgencia de servicio, o de presencia… Como María, lleva con ella al Emmanuel. Es su secreto. No sabe cómo decirlo. ¿Ha de decirlo? Y he aquí que a menudo, es el otro – el musulmán – que toma la iniciativa de saludar, como Isabel hablando la primera con la libertad del Espíritu del cual sabemos todo lo que puede manifestar de comunión profunda, más allá que todas las fronteras y diferencias. Entonces sale en nosotros también, una oración irresistible, la de un Magnificat.»
Estas pocas frases iluminan la misión de la Iglesia en el Magreb: como María, se pone en marcha, va al encuentro del otro con un espíritu de servicio. El encuentro se hace en casa del otro, como pasa con Isabel. La Iglesia debe pues hacer el camino que la conduce al otro. Y, como María, lleva en ella un misterio, está habitada por la presencia divina, un misterio que la sobrepasa y que debe vivir en el silencio y la contemplación… María, en camino, debía preguntarse que iba a decir a su prima, cómo explicarle lo que le pasaba. No tenía palabras para decirlo… La Iglesia, tampoco, no tiene las palabras para expresar el misterio que vive. ¡Será siempre inexpresable! Cuando las dos mujeres se encuentran, una emoción muy intensa les estremece. Un estremecimiento de alegría que viene de los niños que llevan dentro, están sobrepasadas hasta cierto punto por el acontecimiento… María no dice nada, es Isabel que habla. En realidad, es el Espíritu que habla por ella, que le ayuda a encontrar las palabras que dan sentido. María se expresará a su vez. Es una oración de alabanza, de acción de gracias que brota de su corazón: «Mi alma exalta al Señor y mi espíritu se llena de alegría en Dios mi salvador». María era impulsada por el deseo de servir, un servicio bien concreto. Pero, porque está habitada por Cristo, el encuentro tomó una nueva dimensión, más allá de lo que podía imaginar…El corazón de la misión está aquí. Debo ir hacia el otro, a encontrarlo en su propio terreno, ponerme a su servicio. Y, si estoy habitado realmente por el Cristo, el encuentro alcanzará una plenitud que me sobrepasa y del que debo dar gracias.

Así pues, poco a poco, la Iglesia descubre que en la misión, lo que es primero, no es la conversión del otro, sino nuestra propia conversión. Debe vivir, simplemente, humildemente, el misterio que la habita. No tiene que imponerse. Debe sobre todo velar para no estorbar a Aquel que la vive ni el trabajo del Espíritu. Comprendo que lo que importa, no son mis palabras, sino las del otro, ya que me dicen lo que él vive, lo que lleva en él de humanidad, de proyectos, de esperanza… Es lo que debe atraer mi atención, lo que debo escuchar y acoger. A partir de eso, si el contexto es favorable, podemos dialogar más, ir avanzando… Tenemos, en efecto, cosas que decimos de nuestras experiencias espirituales. Christian de Chergé a menudo ha comentado este evangelio del Visitación para descubrir su riqueza y vivirlo con sus hermanos, en la Iglesia. Este año más concretamente, nosotros debemos acordarnos de este testimonio de nuestros hermanos monjes. En efecto, murieron hace diez años. Era el 26 de marzo de 1996, inmediatamente después de la fiesta de la Anunciación. Y 56 días más tarde, el 30 de mayo, en la víspera de la fiesta del Visitación, sus cabezas se encontraron… Vivieron durante 56 días una vida ocultada, de los que no se sabe nada, un tiempo de maduración, de gestación, que preparaba su verdadero «nacimiento», su encuentro con el Señor.
Su sacrificio es ciertamente la señal más fuerte que haya sido dirigida por las Iglesias del Magreb a nuestros hermanos musulmanes. Nos muestra que la parte fundamental de la misión no es tanto lo que podemos hacer o decir, sino nuestra calidad de vida, nuestra calidad de ser, nuestro amor ilimitado. Se situaron simplemente como «hombres de oración en medio de hombres de oración». Estaban habitados por el Cristo, su muerte hizo estremecer hasta el fondo, aquellos que venían a visitar…Su sacrificio y el otras hermanas y hermanos cristianos – conocidos y desconocidos – es un don de Dios a nuestra Iglesia. Hay también una luz que da sentido al sacrificio de numerosos cristianos que, cada día, humildemente, discretamente, dedican su vida al servicio de sus hermanos musulmanes. Charles de Foucauld tuvo, ante sus ojos, en su capilla, el cuadro del Visitación. De encuentro en encuentro, preparó el encuentro con su «Bien amado Señor Jesús». Él que gustaba de repetir: «vivir hoy como si debiera morir esta noche, mártir». Mostró y abrió este camino.
