CHARLES DE FOUCAULD

Aula Mounier- Institut Emmanuel Mounier Catalunya

Carmen Herrando
Miembro del Instituto E. Mounier

El pasado 27 de mayo, la Santa Sede hacía pública
la próxima canonización —todavía sin fecha—
de Charles de Foucauld (1858-1916), beatificado
en 2005 por el papa Benedicto XVI.
De Charles de Foucauld dijo Yves Congar que, con
Teresa de Lisieux, serían los dos faros que alumbrarían
la espiritualidad del siglo xx; también lo subrayó Pablo
VI. Y así ha sido. Charles de Foucauld ha dado muchos
frutos, sobre todo el de una familia religiosa extensa y
con una vivencia evangélica ejemplar, llena de deseos
de mostrar con la vida lo más central del mensaje de
Jesús; más de veinte grupos o fraternidades dispersos
por el mundo entero, que tratan de vivir los diversos
aspectos del carisma de vida de este hombre admirable,
y lo hacen, además, casi todos ellos, entre los más
pobres. Carisma, el de Charles de Foucauld, que consiste
sobre todo en una unidad fuerte entre acción y
contemplación, entre vida interior cuidada, en la que
el trato con «el Amado» tiene un lugar primordial, y
la misión a la que el Mensaje de Cristo no puede sino
empujar, aunque se trate, para muchos de ellos, de
una misión silenciosa en lo que toca a las palabras, pero
elocuente en lo que se refiere al propio vivir. Pues
la espiritualidad de Nazaret no es sino vivencia callada
de una vida sencilla, tomando como modelo el tiempo
que Jesús vivió con sus padres en el hogar de Nazaret,
como un niño o un joven más en una familia cualquiera;
se trata de uno de los puntos primordiales que
las familias inspiradas en Charles de Foucauld aportan
a la Iglesia del siglo xxi, una espiritualidad muy significativa
que contrasta con tanto imperio de la imagen
y que lleva a interrogarse a muchos acerca de dónde
reside la autenticidad del Evangelio.
De todos es conocido que Charles de Foucauld llevó
una vida un tanto disoluta como militar y explorador
aventurero por el Norte de África, y que vivió
una conversión fulminante en otoño de 1886, en la
iglesia de San Agustín, en París; en este templo puede
verse una exposición permanente sobre la conversión
y la vida de Charles de Foucauld, en el altar enel que tuvo lugar aquella su primera confesión «consciente
» seguida de la comunión. La fe cristiana entró
en su vida para habitarla ya siempre, con una intensidad
inusitada: «Apenas creí que había Dios, comprendí
que no podía vivir más que para Él», escribirá
recordando este acontecimiento que daría tal vuelco
a su vida. Y pronto quedaría especialmente afectado
por estas palabras del padre Huvelin, su director espiritual:
«Nuestro Señor tomó de tal manera el último
lugar, que nadie pudo arrebatárselo»; se acogió a ellas
con todas sus fuerzas, y desde entonces no dejaría de
buscar el último puesto entre los últimos. Ingresó así
en la Trapa, pero en un monasterio pobre y alejado,
en Siria; y buscando ese último lugar trabajó como
mandadero para las hermanas clarisas de Nazaret durante
cuatro años. En 1901, dando otra orientación a
su vida y sin dejar de «aspirar» al último lugar, fue ordenado
sacerdote, y pocos años después llegaría hasta
Argelia, donde se instaló como una suerte de monje
ermitaño que cultivaba la amistad con sus vecinos, primero
en Beni Abbès y luego en Tamanrasset, entre los
tuaregs, en medio de los cuales viviría hasta su muerte,
el 1 de diciembre de 1916. En Tamanrasset, al sur
de Argelia, en 1908, pasó por una experiencia de desolación
y enfermedad; Charles de Foucauld, allí, solo
entre los más alejados, vivió la experiencia de dejarse
asistir por ellos; sus amigos tuaregs se percataron de la
situación y guardaban para él buena parte de la escasa
leche que daban sus cabras. Esta vivencia de abandono
radical supuso para él una vivencia muy enriquecedora
que se conoce como su segunda conversión.
En España hay presencia de fraternidades de Charles
de Foucauld en bastantes lugares a lo largo de las diversas
regiones en que se divide nuestra geografía: familias
religiosas, laicos, grupos de espiritualidad, etc. En
Aragón, concretamente, los Hermanos de Jesús están
desde 1958, pues tuvieron que abandonar momentáneamente
Argelia debido a la guerra de independencia
de Francia; y en la comarca de Los Monegros hallaron
un paraje similar para poder vivir temporadas de

desierto en soledad y ofrecer a otros esta experiencia
capital en la espiritualidad que su inspirador les dejó
como herencia. Más de sesenta años de vida evangélica
silenciosa, de cultivo sencillo de la amistad, de vida
activa y contemplativa, a un tiempo, hecha a base de
oración, presencia eucarística y trabajo manual. Dos
hermanos nos siguen acompañando y abren a todo el
mundo la fraternidad, situada en un pueblecito de la
provincia de Zaragoza: Farlete. Además de su presencia
fraterna, los Hermanos ponen a disposición de quienes
quieren vivir un tiempo de silencio y soledad las
cuevas que se encuentran próximas a esa localidad zaragozana,
lindando al norte con la provincia de Huesca.
Muchas son ya las personas que han pasado temporadas
de desierto en las cuevas conocidas por la zona
como «cuevas de san Caprasio», en honor a este santo
que llegó hasta estos pagos desde el sur de Francia.
A estas familias o grupos que beben de la espiritualidad
de Charles de Foucauld, hay que añadir más recientemente
el grupo de Amigos del desierto, fundado
por Pablo D’Ors, cuyo libro El olvido de sí (2014) tiene
a Charles de Foucauld por protagonista; es un trabajo
que ha contribuido en buena medida a dar a conocer
al futuro santo entre los lectores de lengua española.
No deja de ser curioso que el milagro que hará posible
la canonización de Charles de Foucauld haya sido
no tanto una curación cuanto una «preservación».
Y que se diese, además, en el ámbito del mundo del
trabajo, lugar tan especial en la vivencia del carisma
foucauldiano: Nazaret, la vida oculta de Jesús vivida
de forma anónima entre los más pobres, predicando
el Evangelio no con la palabra, sino con la vida, como
tantas veces recordaba el propio Charles de Foucauld.
A finales de noviembre de 2016, en vísperas de cumplirse
cien años de la muerte del beato Charles de Foucauld,
Charles Charpentier, trabajador en una empresa
de restauración de monumentos históricos, se desplomaba
desde 16 metros de altura cuando operaba en el
armazón de la techumbre de la institución San Luis,
en Saumur. Curiosamente, este lugar se encuentra
muy cerca de la Escuela de Caballería donde Charles
de Foucauld había cursado estudios militares en 1878,
durante aquellos años de vida desordenada. Charles
Charpentier, que tenía entonces veintiún años, cayó
desde lo alto de la cúpula del edificio y fue a dar sobre
un banco puesto del revés, con las patas hacia arriba,

lo que provocó el empalamiento del trabajador, es
decir, el atravesamiento de su cuerpo por la parte del
abdomen. El accidente no podía ser más aparatoso ni
más mortal, de entrada. El responsable de la empresa,
François Asselin, que se encontraba en París y no lograba
dar con la familia de Charpentier, telefoneó al
padre Artarit, párroco de la Parroquia del Beato Charles
de Foucauld, en el mismo Saumur, a quien conocía
porque solía asistir a la Eucaristía dominical en esta
parroquia, y le contó lo sucedido, al tiempo que le
invitaba a rezar al titular de la parroquia (Charles de
Foucauld) por el joven trabajador cuya vida todos daban
por perdida. El propio Asselin pasó la noche en
oración no sin recordar la fecha próxima de los cien
años de la muerte de Charles de Foucauld. Su oración
y la llamada al párroco desencadenaron todo un movimiento
de intercesión, dirigido al beato Charles de
Foucauld, pidiendo por la salud de aquel joven carpintero
que había sufrido semejante accidente en vísperas
de una fecha tan señalada. Y, contra todo pronóstico
médico, Charles sobrevivió a la terrible caída,
y sin grandes dificultades, además. Como él explicaría
después, tras la caída, se levantó él solo y caminó
unos cincuenta metros con el palo del banco atravesándole
el abdomen, en busca de ayuda. A los pocos
días, tras una operación que resultó exitosa a pesar de
las dificultades que veían los médicos, Charles se encontraba
en la habitación deseando abandonar el hospital,
y dos meses después había vuelto al trabajo. Es
lo que relataba recientemente el encargado de la empresa,
François Asselin, poniendo el acento en lo sorprendentemente
bien que encontró a Charles tres días
después del accidente, cuando pudo por fin visitarlo
en el hospital, y subrayando al mismo tiempo la perplejidad
de los médicos, que no dejaban de expresar
que un accidente así era mortal casi por necesidad, y
que no se podía decir, sin más, que Charles había tenido
mucha, muchísima, suerte.
El vínculo de Charles de Foucauld con Saumur
propició que en la diócesis se celebrasen novenas de
acción de gracias y más encuentros de oración en torno
a la figura de aquel que había adquirido el grado
de oficial de la Escuela de Caballería de aquella localidad;
y que el centenario de la muerte del todavía
beato cobrase especial significado en la región, donde
se estaba rezando para que tuviera lugar el milagro

que pudiera desencadenar una pronta canonización.
Así, tanto desde la diócesis de Angers como desde
diversos grupos espirituales vinculados a Charles de
Foucauld, animados todos ellos por los miembros de
Amitiés Charles de Foucauld y en coordinación con el
postulador de la causa de la canonización, el padre
Ardura, se puso en marcha un movimiento para presentar
este hecho extraordinario de la preservación
del trabajador Charles Charpentier como un segundo
milagro para el proceso de canonización. Se siguieron
las vías habituales. Dos médicos certificaron
la curación de Charpentier desde donde sucedieron
los hechos (en Saumur, Francia), y más adelante se
reuniría en Roma una comisión médica que juzgaría
de nuevo lo sucedido, esta vez desde la distancia, de
forma aún más rigurosa y mucho más objetiva, si cabía.
Fue esta comisión romana la que el pasado mes de
noviembre de 2019 declaraba por unanimidad que lo
sucedido en el accidente padecido por Charles Charpentier
no tenía explicación natural. Por último, la
Congregación para la causa de los santos tenía la última
palabra sobre el caso, y, reunida durante el pasado
mes de febrero, todos sus miembros reconocieron
por unanimidad que la «preservación» o curación
del joven trabajador tenía carácter sobrenatural, y que
podía considerarse un milagro, a todas luces.
Charles Charpentier no era creyente. No deja de
ser sorprendente que el milagro se haya obrado precisamente
en un no creyente, cuando el propio Charles
de Foucauld pasó casi toda su etapa de monje-misionero
entre personas no creyentes y él mismo lo
fue durante una etapa bien notable de su vida. Charles
de Foucauld solía decir que Jesús es Señor de lo
imposible. Contemplando estos hechos vienen a la
memoria estas palabras que le acompañarían a lo largo
de su vida.

La canonización de Charles de Foucauld es un motivo
de alegría. Aunque el lector haya leído en este
artículo que hubo movilizaciones desde la diócesis
de Angers o desde la misma Iglesia de Francia para
rezar por la canonización, no está de más expresar
que los miembros de las fraternidades, sus hijos e hijas
más ‘directos’, por así decir, aunque no estaban en
contra, tampoco pusieron un gran empeño en promover
las causas de beatificación o de canonización
de ese hombre santo en quien inspiran su forma de
vida. Lo contrario hubiese supuesto cierta contradicción
de fondo en personas que, como se viene indicando,
tratan de vivir el Evangelio con la mayor sencillez
y desde el más auténtico anonimato. Sin embargo,
la Iglesia sigue ahí promoviendo las causas de sus
santos, y Charles de Foucauld ha llegado a ser beatificado
y muy pronto canonizado.
Su ejemplo nos recuerda la importancia de «gritar
el Evangelio con la vida», pero también la centralidad
de lo pequeño y la búsqueda del último lugar,
tan impropios de un tiempo como el nuestro, versado
en los relumbrones de las imágenes y en dar a conocer
lo poco que a veces se hace, como si fuese un
logro al que hay que darle toda la difusión posible. Y
luego se dice, además, que eso es evangelizar. Por eso,
la espiritualidad de Nazaret y esta vivencia silenciosa
del Evangelio son propuestas preciosas para nuestro
tiempo presente, que pueden ayudar a muchas personas
a un redescubrimiento del mensaje de Jesús desde
la sencillez y la profundidad, devolviéndoles y devolviéndonos
a la centralidad del mensaje evangélico.
Este ha sido y sigue siendo el mensaje de Charles de
Foucauld, que puede erigirse de nuevo en faro para
esta segunda década del siglo xxi, haciendo descubrir
la maravilla de lo sencillo, de lo que no hace ruido,
pero fulgura discretamente.
ACONTECIMIENTO 135

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