
Gisbert Greshake
PPC, Madrid 2018, 304 págs.
El Dr. Gisbert Greshake (1933), profesor de teología dogmática y ecuménica en Friburgo de Brisgovia, nos ofrece en este excepcional texto, junto con su testimonio personal, la significación del desierto en la espiritualidad cristiana y también laica. Comienza advirtiéndonos que “el desierto no es solo un tipo de paisaje, sino una dimensión interior de nuestra condición humana que cada cual, inevitablemente, experimenta a su manera, aunque nunca haya tenido contacto con las zonas geológicas desérticas del mundo” (pág. 10). El autor estructura su estudio en siete capítulos. En el primero, El desierto en la Sagrada Escritura, señala que “la época del desierto fue la época del primer amor, cuando Dios se apropió de Israel y la colmó de hermosos obsequios. De esos regalos, el del agua fue el más fundamental” (pág. 35). Pues el desierto es el lugar del monoteísmo, porque es el lugar de la verdad: “El Dios uno procede del desierto. Moisés, Jesús, Mahoma, todos los que han predicado al único Dios, venían del desierto” (pág. 49). El desierto es también el tiempo y el lugar en que Dios trató de educar y de poner a prueba a su pueblo. “Por eso el desierto se convierte en castigo, en el lugar y tiempo en que Dios no lucha por, sino contra Israel” (pág. 81), para llegar a la meta del desierto “la nueva alianza, el verdadero conocimiento de Dios” (pág. 82) Y así como Dios condujo a Israel al desierto, ‘para ponerlo a prueba’ (Dt 8, 16), “así también el Espíritu lleva a Jesús al desierto ‘para ser tentado por el demonio’ (Mt4,1)” (pág. 84), con lo que queda expresado “que el lugar propio de la Iglesia es el desierto, a través del cual se dirige, como pueblo de Dios en camino, a la tierra prometida, a la ciudad futura y patria celestial (Heb 13,14;11,15)” (pág. 90). En el capítulo segundo, La espiritualidad de los padres del desierto, el profesor Greshake sitúa el desierto como el lugar donde se toman las grandes decisiones sobre la vida y la muerte, sobre el fracaso o el éxito de una vocación y una misión. Así, “en este paisaje tan significativo como provocador, tanto por su natural simbolismo real como también por los hechos de la historia de la salvación, se encuadra la vida de los Padres del desierto” (pág. 106). Y es en el desierto donde los monjes luchan contra los demonios, “que en la civilización, por el avance de la fe cristiana, ya habían quedado vencidos (en principio), para combatirlos ahora en su último ‘refugio’ y romper el bastión que aún les quedaba para que el mundo quedara liberado del mal” (págs.131-132). En el capítulo tercero el autor trata de El desierto en la mística alemana, donde el desierto es uno de los símbolos más expresivos del retiro interior, pero, “no se trata de que el hombre huya del mundo y ‘se dirija exteriormente al desierto’, sino que ha de aprender a ‘convertirse interiormente en desierto’, es decir, a renunciar a las ‘propiedades’ y a desprenderse de las cosas, en la medida en que no son pura transparencia para ir hacia Dios, a fin de ser muy pobre y abierto para recibir a Dios” (pág. 174).
Llegados al capítulo cuarto, El Carmelo y la espiritualidad ‘Eliana’ del desierto, se señalan los rasgos específicos de la experiencia del profeta del desierto Elías: “Estar directamente ‘ante la faz de Dios’ y allí abogar por otros en su nombre; ‘trabajar con apasionado celo’ y sin transigir en nombre de Dios; vivir a Dios como ‘fuego que consume’” (pág. 201). En el capítulo quinto trata de El desierto en la espiritualidad de Carlos de Foucauld, quien durante largos trechos de su vida, “el desierto no es ante todo lugar de oración y de silencio y de la fascinante experiencia de la proximidad del Creador, sino –y esto es lo nuevo del hermano Carlos- el lugar de ‘hacer el bien’, como repite infinitas veces” (pág. 228). Y en la familia espiritual de Carlos de Foucauld surge este aserto: “En tu ciudad está tu desierto” (Carlo Carretto)” (pág. 237). Por esto, “Voillaume y de modo parejo también Delfieux (fundador de las Comunidades de Jerusalén, ‘vida monástica en la ciudad, entendida como desierto’) encarecen a sus hermanos y hermanas a que, para poder sostener el desafío del desierto ‘cotidiano’, deben retirarse de vez en cuando al desierto ‘especial’: a la soledad y el silencio” (pág. 241), donde “se descubre la verdad de la vida, la propia pobreza e impotencia ante Dios y esperarlo todo de él” (pág. 243). En el capítulo sexto, el Dr. Gisbert sitúa La espiritualidad ‘natural’ del desierto en la actualidad, donde destaca el interés secular por el desierto, marcado por “encontrar un espacio, aún no desfigurado, de amplitud y libertad, un lugar de aventuras y exploraciones… o por un deseo de silencio, de soledad y recogimiento, de vida primitiva y sencilla, de libertad y verdad” (pág. 254). Finalmente, ya en el capítulo séptimo, Iglesia en el desierto, recuerda el autor que en Concilio Vaticano II “se admitió allí de manera completamente nueva que la Iglesia, caminando por el desierto, está cubierta de polvo y suciedad, y necesita limpieza y renovación (pág. 287).
