CARLOS DE FOUCAULD EN EL PAÍS TUAREG DEL HOGGAR (2ª conversión)

El borj de Tamanrasset donde fue asesinado Carlos e Foucauld

1. Pobre entre los pobres

El 13 de enero de 1904 Carlos de Foucauld se pone en marcha agregándose a un numeroso convoy escoltado por cincuenta soldados. Después de dieciocho días de camino el convoy entra en Adrar. “Allí, escribe el hermano Carlos, encuentro al comandante Laperrine, quien me ofrece un aposento en su casa, aposento que transformo en capilla. El comandante me informa de que, de las seis grandes fracciones que constituyen el pueblo tuareg, tres han hecho acto de sumisión ante él en los doce últimos meses: los Iforas, los Taitoq y los Hoggar. El jefe de estos últimos, la más importante y la más belicosa de las seis fracciones, se encuentra ahora en In-Salah, donde acaba de llegar con ochenta notables, para rendir sumisión y presentar la de su tribu… En su próxima gira, el comandante Laperrine tal vez llegará hasta Tombuctú. Si lo hace le acompañaré, para ser conocido por los nativos y entrar en relaciones de amistad y confianza con ellos… El mejor lugar para estudiar la lengua tuareg (tamahaq o idioma hablado) es Akabli donde todos los habitantes lo hablan y se encuentran constantemente caravanas tuareg.”1

En Akabli pasa tres semanas de trabajo y recogimiento, sin perder ni una sola hora. Después reemprende de nuevo el viaje, durante cinco meses, acompañando al comandante Laperrine por el país tuareg y realizando muchas visitas a los nativos. Foucauld se separa de Laperrine, y, el 22 de junio, prosigue la ruta acompañando al teniente Roussel, el sargento Duiller, dos cabos,y setenta y cinco camelleros indígenas. Recorren 40 Km y la columna acampa para pasar la noche entre Aseksen y Tin Tounin. El 3 de julio, el hermano Carlos escribe a un amigo describiéndole las características de aquel viaje: “Vamos de manantial en manantial a los lugares de pastoreo más frecuentados por los nómadas, instalándonos en medio de ellos y pasando allí varios días. Junto con la Eucaristía, las oraciones, las necesidades de este cuerpo mortal, a veces la marcha y el tiempo dado al prójimo, mis días están ocupados por el estudio de la lengua de este país, idioma berberisco muy puro, y en la traducción de los Evangelios a esa lengua. Los indígenas nos reciben bien; no es algo sincero: ceden a la necesidad. ¿Cuánto tiempo precisarán para adquirir los sentimientos que simulan? Tal vez no los tengan nunca. Si los tienen algún día, será el día que se hagan cristianos. ¿Sabrán distinguir entre los soldados y los sacerdotes, ver en nosotros servidores de Dios, ministros de paz y caridad, hermanos universales? No lo sé. Si cumplo con mi deber, Jesús esparcirá gracias abundantes y ellos comprenderán.

El 20 de septiembre Carlos de Foucauld llega a In-Salah, donde las tropas vuelven a sus cuarteles, pero él no se queda allí. Sin convoy y acompañado por un único soldado indígena que le sirve de guía, sigue su camino por Inghar, Aoulef y Adrar. Y, de acuerdo con su promesa, allí donde hay una carpa, un grupo de ellas o casa de barro, allí que se detiene para establecer lazos de amistad. En Timimoun permanece tres días, reemprendiendo luego su camino solitario, durmiendo a la intemperie, sin encontrar durante una semana entera más que un lugar habitado, el fuerte Mac Mahon, donde el jefe indígena de allí lo recibe muy bien. Se detiene poco tiempo en El-Golea, en casa de los Padres Blancos, pues está impaciente por volver a Ghardaia y ver a su gran amigo, el Prefecto Apostólico del Sahara.

Ghardahia será su lugar de descanso. Permanece allí, la capital del Mzab, seis semanas, del 12 de noviembre al día siguiente de la Navidad de 1904, y donde puede afirmar: “Descanso en el silencio y la soledad, en la dulce amistad del Padre Guerin y sus misioneros.” Foucauld entrega a su superior y amigo la traducción completamente terminada de los cuatro Evangelios en lengua tuareg, en la que no ha dejado de trabajar durante las etapas de su viaje, o por las noches bajo las carpas. Después de hacer su retiro anual abandona Ghardaia junto con dos Padres Blancos que iban con él a El Golea. Conocía el camino y, siempre a pie junto a su camello, se adelantaba, como lo suelen hacer los guías de las caravanas que andan siempre cincuenta metros delante de las mismas, para no ser distraído en sus meditaciones y en sus oraciones. Como no tenía reloj, pidió a uno de los acompañantes que le avisara cada hora. Y así se hacía dando unos golpes sobre una olla. El ruido se transmitía por el aire ardiente y el hermano Carlos se volvía haciendo un gesto agradecido. Llegaron a El-Golea el 1º de enero de 1905, donde encontró a su amigo Laperrine, recientemente ascendido a teniente coronel. Dos días más tarde sale con él en dirección a Adrar, donde había una oportunidad de ir a Beni-Abbés, regresando de nuevo el 24 de enero con esta intención: “Regreso sin intención de ausentarme de nuevo, sobre todo, con el gran deseo de que los Padre Blancos puedan hacer, en lo sucesivo, lo que he hecho yo este año; con grandes deseos de permanecer en esta querida Fraternidad, en la que tan sólo falta una cosa: Hermanos entre quienes pueda desaparecer… Al estar sólo, a cada momento es necesario atender a la puerta, contestar, hablar. Las penas de la tierra están hechas para hacernos notar el destierro y suspirar por la patria celestial… Jesús elige para cada uno el género de sufrimiento que considera más adecuado para santificar y, a menudo, la cruz que nos da es la que, si uno se atreviera, rechazaría de plano, aun aceptando todas las demás. La que da Él es la que menos se comprende… Nos dirige hacia los prados de pasto amargo, que sabe buenos. ¡Pobres ovejas! ¡Somos tan ciegas!.”

Así pues, el hermano Carlos reanuda la existencia sedentaria que llevaba un año antes. De nuevo, a media noche, en la meseta desierta se oye la campana; cada vez son más los indígenas que vienen en busca de limosna y a contarle sus preocupaciones. Él, sin embargo, está más agotado que antes del gran viaje que acaba de realizar. Pero las fuerzas regresarán y se le concederá que regrese al Hoggar como primer sacerdote entre los tuareg, cuyo idioma habla y escribe como casi ningún otro europeo. Abandonará la residencia elegida, la capilla pobre y querida, el silencio de las horas reservadas, para internarse una vez más en el desierto y recomenzar en otro lugar la misión a la que ha sido destinado.

2. Tamanrrasset, su nuevo Nazaret

De nuevo, la invitación a regresar al Hoggar vino del comandante Laperrine. En dos cartas del 1 y el 8 de abril de 1905 le propone a Carlos de Foucauld ir a pasar el verano al Hoggar con el capitán Dinaux, jefe de la compañía sahariana del Tidikelt, que debía partir a principios de mayo, pasando por Abnet, el Adrar de los Iforas y el Aïr. El hermano Carlos contestó que no podía abandonar la Saoura antes del otoño, pues tenía que decidir si vivir enclaustrado en Beni-Abbés, o vivir como sacerdote-viajero entre la Saoura, el Gourara, el Touat, el Tidikelt y los Tuareg. Se hallaba extraordinariamente indeciso. Escribió al padre Huvelin, albergando la esperanza de atraer algún hermano a la Fraternidad de Beni-Abbés para transformar su obra personal en fundación duradera. Por eso contestó vagamente a Laperrine.

El 22 de abril recibe desde Francia un telegrama del padre Guerin exponiendo su parecer y el del padre Huvelin, con el siguiente contenido: “Nos inclinamos a que aceptes las invitaciones”. De inmediato el hermano Carlos se informa y se entera de que el capitán Dinaux no saldrá de Akabli hasta el 15 de mayo. Tiene tiempo de llegar. El 3 de mayo sale para Adrar con Pablo. Tres días después, cerca de un pozo de la región del Touat, se encuentra por fin con el capitán Dinaux, quien tiene como compañeros cuatro civiles franceses, tres de los cuales de renombre: el señor E. Gautier, explorador y geógrafo; el señor Chudeau, geólogo; un escritor, el señor Pierre Mille y un inspector de correos y telégrafos en gira, el señor Etiennot. El 23 de junio llega un correo que el capitán Dinant ha enviado en busca del nuevo amenokal del Hoggar, que ha encontrado en Tin-Zaouaten. Trae una carta de Moussa ag Amastane anunciando la próxima llegada del jefe de los tuareg Hoggar. En efecto, dos días después Moussa entra en el campamento y va a saludar al jefe francés. El hermano Carlos valora esto con las siguientes palabras: “Es muy distinguido, muy inteligente, muy abierto, piadoso, quiere el bien, pero es ambicioso y amigo del dinero, el placer y el honor, como Mahoma, la persona más perfecta a sus ojos… En resumen, Moussa es un musulmán bueno y piadoso, que posee las ideas, las cualidades y los defectos llevando la vida de un musulmán lógico y, al mismo tiempo, un espíritu abierto tanto como es posible. Desea mucho ir a Argel y a Francia… Hemos quedado de acuerdo con él para mi instalación en el Hoggar.” El joven jefe, que tiene unos treinta y cinco años, acompaña la misión de Dinaux durante quince días. Luego la columna se reduce. Moussa se marcha y los señores E. Gautier y Pierre Mille, escoltados y guiados por tres jefes de los tuareg, emprenden la travesía del sur del Sahara, llegan a Gao y a Tombuctú y regresaron a Francia después de visitar Senegal. En cuanto al capitán Dinaux sigue su marcha hacia las altas mesetas del Hoggar y, veintiocho días más tarde, entra en el valle de Tamanrasset.

El nombre de Tamanrasset está subrayado tres veces en los márgenes del diario del hermano Carlos. Veamos en las líneas siguientes la emoción que transparentan: “Por la gracia del Divino Bien Amado Jesús, puedo instalarme, enraizarme en Tamanrasset o en cualquier otro lugar del Hoggar, tener aquí una casa, un huerto y establecerme para siempre… Elijo Tamanrasset, pueblo de veinte fuegos, en plena montaña, en el corazón del Hoggar y de los Dag-Rali, la tribu principal, alejado de todos los centros importantes. No parece que aquí tenga que establecerse nunca una guarnición, telégrafo ni europeos; en muchos años no habrá una misión: elijo este lugar abandonado y me instalo en él. Quisiera atraer y radicar en el Hoggar un hortelano, un labrador, un médico; algunas mujeres que sepan tejer lana, el algodón y el pelo de camello; y, además, uno o dos vendedores de telas de algodón, de quincallería, de azúcar y de sal, pero gente buena, que nos puedan bendecir y no maldecir.” Lo mismo que hizo en Beni-Abbés, aquí comienza por edificar una casa, o para ser más exactos, un corredor de seis metros de largo por uno setenta y cinco de ancho, destinado a servir de capilla y de sacristía. Por el momento dispone de una choza de estacas situada a cierta distancia, donde duerme y trabaja. Más adelante prolongará el corredor, separando con una cortina la capilla de la biblioteca y el dormitorio. El 7 de septiembre de 1905 celebra la primera Eucaristía en el Hoggar. Piensa permanecer allí hasta el otoño de 1906, para dirigirse después a Beni-Abbés y pasar el otoño y el invierno, regresando a Tamnrasset a principios el verano de 1907. De esta manera estará dividido entre dos ermitas. Será el emigrante, el monje de las dos cuevas, el amigo de los pueblos abandonados.

Los señores del desierto, como a menudo se denomina a los tuareg, llevan una vida pastoral y nómada. Llenan el desierto con su nombre, pero no son muy numerosos. Tamanrasset tenía sesenta habitantes. Carlos de Foucauld consideraba que las diversas tribus Kel Ahaggar contaban con unas ochocientas familias, mientras que otros grupos, como los Iforas por ejemplo, serían como mínimo unas dos mil familias. En verano se trasladan a distancias considerables, hasta la región sudanesa, para cazar, donde tienen que pagar elevados derechos de peaje. También viajan para el comercio. Caravanas van a vender carneros y cabras a los mercados del Tidikelt y a su regreso traen telas de algodón, dátiles, mijo etc. Otros llevan a Tombuctú sus camellos cargados de sal de las célebres minas de Taoideni; y otros, finalmente, trafican con Rhat y Rhadames. Los tuareg son pobres. No se sabe que es lo que hizo que se retiraran a regiones tan ásperas. En la actualidad prevalece la opinión de que se trata de berberiscos arrojados hasta el fondo del desierto por las invasiones árabes. Para Carlos de Foucauld, “seguramente son camitas. Su lengua lo revela claramente. Su fisonomía, cuando el tipo es puro, es la misma que la de los antiguos egipcios: muy blancos, esbeltos, de rostro alargado, rasgos regulares, ojos grandes, frente un poco huidiza, brazos y piernas largos, un poco delicados: como los egipcios de las antiguas esculturas. Sus costumbres son muy distintas de las de los árabes; son musulmanes con mucha fe y sin ninguna práctica ni la menor instrucción.”2

Los tuareg creen en Dios pero no practican el ayuno del Ramadán, ni hacen las cinco oraciones cotidianas. De la época de las Cruzadas tenemos noticia de los Multimín, los hombres del velo hasta los ojos. Su orgullo es inmenso y de una gran coquetería. La guerra, la expedición para la venganza y el pillaje, ha sido la industria más lucrativa de las tribus tuareg, hasta principios de nuestro siglo. Para ellos, el hombre libre no trabaja. La confederación del Hoggar, lo mismo que las demás confederaciones tuareg, era gobernada por un jefe electo, el amenokal, elegido entre los nobles. El amenokal de los Hoggar era Moussa ag Amastane, sucesor de dos jefes enemigos de los franceses. Mas hábil que sus predecesores y más inteligente también, Moussa entró en negociaciones con los jefes militares de los oasis, antes aún de haber sido elegido amenokal. A principios de 1904 sellaba un tratado de amistad con Francia y se hacía proclamar jefe de los tuareg Hoggar en In-Salah, obteniendo el perdón para el antiguo amenokal, Attisi, que se había retirado hacia el sud-este, a la región de los tuareg Azdjers.

Tal era el país donde el hermano Carlos se proponía vivir. Solo en medio de los tuareg, a 700 Kilómetros de In-Salah, sin más vínculo de unión que los correos mensuales. Una vez instalado en su ermita, hace retiro y anota en su diario: “Hacer todo lo que me sea posible para ayudar a los pueblos de estas comarcas, con olvido absoluto de mí mismo. Realizar todos los años la jira de los arrhem3, del Hoggar; aceptar las invitaciones a viajes por el Sahara, si han de ser útiles; si es posible, pasar todos los años algunos días en las carpas de los Hoggar.” Inmediatamente da comienzo la traducción al tuareg de extractos de la Biblia, con la ayuda de Abden Nebi, harratin de Tamanrasset, a quien abona un precio concertado de antemano y suficiente en aquel país y en aquellos tiempos: veinte céntimos por lección.

La regla de Carlos de Foucauld sigue siendo la de los Hermanos del Sagrado Corazón, pero ha tenido que hacer en ella dos modificaciones: consagra mucho tiempo al estudio del tamacheq y tiene que salir de su claustro para entrar en contacto con sus vecinos. Así pues, el hermano Carlos entrará en los huertos donde trabajan los harratines; irá a conversar, alrededor de las carpas diseminadas en la llanura, con los pastores y sus esclavos. Distribuye medicamentos, agujas para coser a las mujeres etc. Más adelante aprenderá a tejer lana para poder enseñar este menester, pues considera que se puede hacer un gran bien con esto. También se ve con Moussa ab Amastane y considera que “en la actualidad, las dos cosas más necesarias en el Hoggar son la instrucción y la reconstrucción de la familia; su profunda ignorancia les hace incapaces de discernir lo verdadero de lo falso y la relajación de la vida de familia, consecuencia de las costumbres y de los divorcios multiplicados, deja crecer a los niños a su aire, sin educación…

El secreto de la vida del hermano Carlos estaba en la celebración de la Eucaristía y en su adoración prolongada. En una carta dirigida al padre Guerin, con fecha del 2 de abril de 1906, da a entender que tendrá que separarse de Pablo, el antiguo esclavo rescatado de Beni-Abbés y que había traído con él al Hoggar, por su comportamiento moral. Lo que le preocupa también es que no podrá celebrar la Eucaristía al no haber nadie con él, cosa imprescindible en aquellos momentos eclesiales; de no ser así, se requería permiso. Concluye la carta con estas palabras: “Mi alma se halla en paz absoluta. Estoy lleno de miserias, pero sin nada grave que me atormente. Soy feliz y estoy tranquilo a los pies del Bien Amado.”

Su diario indica, con fecha de 17 de mayo, que Pablo ha abandonado la Fraternidad de Tamanrasset. En sus cartas anuncia una próxima visita: “Espero la visita de mi viejo y excelente amigo Motylinski, antiguo intérprete militar, uno de los hombres más sabios de Argelia, para estudiar el tamacheq. Estoy preparando una gramática, un diccionario tamacheq-francés y francés tamacheq y traducciones de extractos de la Biblia, formando una Historia Sagrada abreviada y una colección de los pasajes que pueden resultar más útiles en este ambiente, de los libros poéticos, sabios y proféticos. Todo esto está ya bastante adelantado y quizás pueda quedar listo dentro de dos o tres meses.”El 3 de junio de 1906 llega Motylinski, permaneciendo con Carlos de Foucauld tres meses, durante los cuales los trabajos de lingüística realizaron grandes progresos. A principios de septiembre los dos amigos parten hacia el norte: Motylinski se separa en El-Golea del hermano Carlos, y éste, pasa por Beni-Abbés en dirección a la Maison Carré de los Padres Blancos, donde reside unos días junto con el padre Guerin, regresando apresuradamente al Hoggar. El 10 de diciembre abandona Argel con la intención de pasar algunas semanas en Beni-Abbés y regresar después a Tamanrasset.

Por fin un compañero estaba dispuesto a seguir al hermano Carlos al desierto. El hermano Miguel era un joven bretón que había pasado tres años con los Padres Blancos y otros tres años en un regimiento de Africa. Buscaba su camino definitivo y creyó encontrarlo al oír los relatos que se hacían del apostolado del hermano Carlos. Así pues, partieron juntos hacia Beni-Abbés, primero en ferrocarril y después por el desierto. He aquí algún fragmento del relato que hace el hermano Miguel sobre Carlos de Foucauld: “Permanecí con el reverendo padre Carlos de Jesús del dos o tres de diciembre de 1906, al 10 de marzo de 1907; así pues, viví con él por espacio de tres meses, en la mayor intimidad posible. Puedo afirmar, bajo juramento, que siempre fue para mí un ejemplo edificante, por su tierna devoción al Sagrado Corazón, al Santísimo Sacramento y a la Santísima Virgen María, por su celo ardiente de las almas y su caridad para con el prójimo, por su espíritu de fe, su esperanza firme y su desapego absoluto a todos los bienes de la tierra, por su profunda humildad, su paciencia imperturbable en las contrariedades y, sobre todo, por su mortificación aterradora. Sin embargo, para ser completamente sincero, debo señalar una imperfección, bastante común a los hombres que han ejercido durante mucho tiempo la autoridad, advertida en mi digno superior. De vez en cuando, en las ocasiones en que las cosas no iban a su gusto, se le escapaba un gesto de impaciencia que, por lo demás, era reprimido de inmediato. Aparte de ese ligero defecto, del que ha debido corregirse, estimo que el hermano Carlos practicaba en un grado heroico las tres virtudes teologales y las cuatro virtudes cardinales, lo mismo que las virtudes morales que son las consecuencias de aquellas.4 La esperanza de un obrero sucesor se aleja de nuevo.

Carlos de Foucauld, el 6 de mayo de 1907, después de conocer por el coronel Laperrine la muerte del señor Motylinski, escribe al padre Voillard: “Estoy envejeciendo y quisiera ver a otro mejor que yo remplazándome en Beni-Abbés, de modo que Jesús siga residiendo en ambos lugares y las almas salgan más beneficiadas cada vez.” Mientras, el hermano Carlos compra una casita en In-Salah, en pleno barrio. Allí continúa sus estudios del idioma tuareg con Ben Messis, junto con quien, el 8 de marzo, se une a la expedición del capitán Dinaux, que pretende atravesar en pequeñas etapas el Adrar y el Hoggar. Aquí tenemos al hermano Carlos como misionero y filólogo. Cuando paraban en los campamentos de los pastores, Foucauld recogía las tradiciones y las poesías que nadie había escrito y que se conservaban de memoria: “Documentos preciosos para la gramática y el léxico; en cuanto a la gramática, en caso de duda permiten poner ejemplos; en lo relativo al léxico, se encuentran en ellos muchas palabras que no suelen ser utilizadas a menudo en la conversación… Haré toda clase de esfuerzos para terminar mi diccionario tuareg-francés en el transcurso de este año. He pedido a Laperrine que haga publicar, por quien quiera y como algo de su propiedad, perteneciente a la comandancia militar de los oasis, la gramática tuareg y el diccionario francés-tuareg que ya están terminados, lo mismo que el diccionario tuareg-francés en el que estoy trabajando y las poesías que he coleccionado, con la sola condición de que no figure mi nombre para nada y permanezca enteramente desconocido, ignorado. En el año próximo quisiera no tener otra tarea que la corrección de la traducción anterior de los Santos Evangelios y los extractos de la Biblia y luego no tener otra obra a realizar más que dar el ejemplo de una vida de oración y de trabajo manual, ejemplo que tanto necesitan los tuareg.5

En otra carta al padre Guerin, en Navidad de 1907, da la razón profunda por la que quiere permanecer desconocido: “No son estos medios los que ha dado Dios para continuar la obra de salvación del mundo. Los medios de que se ha servido en el pesebre, en Nazaret y en la Cruz, son: pobreza, humillación, abandono, persecución, sufrimiento y cruz. ¡He aquí nuestras armas! No encontraremos a nadie mejor que Él y Él no ha envejecido!.” El Hoggar sufre una época de gran hambruna. El ermitaño tiene una provisión de trigo que inmediatamente pone a disposición de los pobres, especialmente de los niños. Hay algo que le preocupa, y es la tentativa que realiza Moussa de islamizar el Hoggar. Escribe así al padre Guerin el 22 de julio de 1907: “En Tamanrasset se va a construir una mezquita y un zoco. Será promulgado el diezmo religioso en todo el Hoggar para el sostén de ese zoco, donde probablemente residirá el cadí, y enseñarán el Corán, la religión y el árabe a los jóvenes tuareg. Es la islamización del Hoggar y, por lo mismo, de los Taitoq. Es un hecho muy grave. Hasta ahora, los tuareg, musulmanes poco fervientes, entablan fácilmente relaciones con nosotros, son familiares y francos. Después de que sean penetrados por ese mal espíritu, estrecho, cerrado, tan lleno de antipatía hacia nosotros, será todo muy distinto y es de temer que, dentro de algunos años, la población del Hoggar nos sea más hostil que en la actualidad; hoy existe en ella desconfianza, temor, salvajismo; dentro de unos años, si la influencia musulmana llega a imponerse, será una hostilidad profunda y duradera.”

El 31 de enero de 1908, por una carta del coronel Laperrine, le llega la noticia de que puede celebrar solo la Eucaristía. Esta noticia llega en medio de la enfermedad que sufre el hermano Carlos: cansancio general, pérdida completa de apetito y un dolor en el pecho que al menor movimiento que hace parece anticipar su fin. Se ve obligado a observar una inmovilidad absoluta. Para alimentarlo, sus amigos tuaregs van a ordeñar todas las cabras que tienen un poco de leche y llevan ésta a la cabaña del marabito cristiano. Cuando se recupera de aquella sacudida se siente incapaz de esfuerzos manuales un poco pesados y, por tanto, no puede realizar ningún menester de curtidor. Este es su lamento: “Por un lado, el trabajo humilde constituye una parte íntima de la vida de Jesús en Nazaret, modelo de vida monástica; por otro, nada sería más útil que ese ejemplo, en medio de estos pueblos dominados por el orgullo y la pereza.” La gravedad de aquella dolencia fue adivinada por sus amigos, y en primer lugar por el coronel Laperrine, a quien anunció que no podría ir a In-Salah a comienzos de primavera. El 3 de febrero, y el 13 del mismo mes, Laperrine escribe al padre Guerin. De la primera carta entresacamos: “He recibido una extensa misiva de Foucauld; no piensa estar aquí antes del 15 de marzo y todavía no da esta fecha como segura. Se siente cansado… Esta carta me preocupa bastante porque, para que él se confiese cansado y me pida leche concentrada, es necesario que se encuentre verdaderamente enfermo.” Y en la segunda afirma: “Ha estado más enfermo de lo que quiere admitir; ha sufrido desvanecimientos y los tuareg, que lo han cuidado muy bien, se han sentido muy intranquilos. Sigue mejor. Le he dado una buena reprimenda, porque supongo que sus penitencias exageradas tienen buena parte de culpa de su debilidad, y que el cansancio mental de su trabajo del diccionario ha hecho lo demás. Como la riña no basta, le hemos enviado tres camellos con víveres.”

El coronel Laperrine y el capitán Nieger visitaron al hermano Carlos, lo que fue para éste motivo de una gran alegría, pues no tenía noticias de Europa desde hacía cinco meses. En el verano de 1908, la administración militar resuelve que un destacamento de tropa, que realizará jiras de vez en cuando, será enviado y mantenido en el Hoggar, y que un fuerte va a ser edificado. Laperrine quería llamarlo “fuerte de Foucauld”, pero el ermitaño se opuso. El nombre que tomó fue fuerte Motylinski, 0ubicado a 50 kilómetros de Tamanrasset. El hermano Carlos también se entera de que el año próximo Moussa ag Amastane visitará Francia acompañado por un oficial. Se pregunta, y pregunta al padre Guerin, si no sería conveniente que otros tuareg pudieran viajar también a Francia para adquirir alguna idea de ese mundo tan distinto al suyo, vivir con alguna familia francesa por espacio de ocho días, a fin de llevar consigo la convicción de que no somos paganos y salvajes, como se considera en el Hoggar a los europeos. También se entera de que el amenokal del Hoggar está haciéndose construir, con ladrillos cocidos al sol y barro seco, un edificio importante y varios de sus familiares cercanos le imitan.

3. El ermitaño del Asekrem

El 27 de marzo de 1909 Carlos de Foucauld está de nuevo en Beni-Abbés para permanecer allí todo el tiempo pascual, ponerse al servicio de todas las personas que se encuentran en aquel lugar, y dar los últimos toques a los Estatutos de la Asociación para el desarrollo del espíritu misionero, de acuerdo con las indicaciones de Monseñor Bonet, que se había interesado por aquel proyecto. Se trataba de una unión de oraciones para interceder por estos pueblos. Después de permanecer casi un mes en la ermita de Beni-Abbés, se pone de nuevo en camino, andando junto a su camello. De nuevo en Tamanrasset se encuentra su ermita un poco más ampliada gracias a los buenos oficios de sus amigos. Una vez instalado reanuda los trabajos sobre el idioma tuareg con igual ardor que antes, deseoso de terminarlos con la mayor brevedad posible “para trabajar más directamente en la finalidad única: ver más a la gente y dar más tiempo a la oración y a las lecturas religiosas.”

En el año 1910, dos grandes amistades le son arrebatadas a Carlos de Foucauld. El 14 de mayo, el correo que viene de In-Salah trae la noticia de que el padre Guerin había muerto, a los treinta y siete años de edad, agotado por las fatigas de la vida del Sahara. Dos días más tarde escribe al padre Voillard: “El buen Dios acaba de infligirnos una dura prueba. Ha perdido usted un excelente hijo y yo un excelente padre; perdido en apariencia, pues se encuentra más cerca de nosotros que nunca… Preparo una acción más activa sobre las almas, haciendo construir, a 60 kilómetros de aquí, en el corazón de las montañas más elevadas del Hoggar, y en lugares donde se hallan instaladas grandes cantidades de carpas, una pequeña ermita donde podrán vivir dos personas. Allí estaré mucho más en el centro de la población que aquí. Tengo el propósito, a partir del año próximo, de repartir mi estancia entre la nueva ermita y la de Tamanrasset… Le pido una oración para mi director espiritual, el padre Huvelin; me dirige desde hace veinticuatro años; no tendría palabras para expresar lo que es para mí y lo que le debo. Las noticias que me dan sobre su salud no son buenas. Cuando llegan cartas temo enterarme de que también él ha terminado su época de destierro.”

En efecto, menos de dos meses más tarde, el 10 de julio moría el padre Huvelin. A uno de los Padres Blancos que le dio el pésame al hermano Carlos, éste le dice: “Si, Jesús basta; donde está Él no falta nada. Por muy queridos que sean aquellos en quienes brilla un reflejo de Él, es Él quien constituye siempre el Todo. Es Todo en el tiempo y en la eternidad.”

Como si todos los andamios tuvieran que ser retirados del edificio terminado, un tercer amigo del hermano Carlos debía dejar Africa: el coronel Laperrine, que había solicitado el relevo, después de haber dejado pacificado todo el país tuareg. Laperrine no regresará al Hoggar hasta mediados de la Primera Guerra Mundial. No volverá a ver allí a su amigo vivo. Es el adiós ignorado como casi siempre. Antes de abandonar Africa, el coronel había resuelto el viaje de Moussa ag Amastane a Francia. Algunos nobles tuareg acompañaban al amenokal. El jefe del Hoggar, de regreso a Africa, desde Argel, el 20 de septiembre de 1910 escribe esta carta a Carlos de Foucauld: “Al honorable, excelente, amigo nuestro y querido entre nosotros, el señor morabito Abed Aissa6: el sultán Moussa ben Mastane te saluda y te desea la más elevada gracia de Dios y su bendición. ¿Cómo sigues? Si deseas noticias nuestras, como nosotros te pedimos las tuyas, estamos bien, gracias a Dios, y no tenemos más que buenas noticias que darte. He aquí que acabamos de llegar de París, después de un viaje feliz. Las autoridades de París han estado muy satisfechas de nosotros. He visto a tu hermana y estuve dos días en su casa; también he visto a tu cuñado; he visitado sus jardines y casa. ¡Y tú estás en Tamanrasset como un meskine7! A mi llegada te daré todas las noticias detalladamente. Ouani ben Lemniz y Soughi ben Chitach te saludan. Salud!.”

El ermitaño permanece en Tamanrasset hasta fin de año y, a principios de 1911, emprende un segundo viaje a Francia, un poco más largo que el primero, que duró tres semanas en 1911. El 3 de mayo estaba de regreso en Tamanrasset, después de detenerse tan sólo tres días en Beni-Abbés. Después de aquellos cuatro meses de viaje, la calma del Hoggar le pareció dulce y la recepción que le tributaron los tuareg le conmovió. El 14 de mayo el hermano Carlos escribe a su nuevo director espiritual, el padre Voillard: “En estos momentos, debido a la cosecha, hay aquí mucha gente; me quedaré unas tres semanas a fin de aprovechar esta reunión, ver a unos y otros y hablar con Moussa y dar parte de limosna a los pobres de la vecindad, y luego me iré a Asekrem, la ermita de la montaña para pasar en ella un año, por lo menos. Allí me dedicaré a trabajar con todas mis fuerzas en mis trabajos del idioma tuareg, a fin de poderlos terminar en el plazo de un año y medio… He sido muy bien recibido por toda la población, que realiza grandes progresos en la confianza y también materialmente… Seguramente seguirá a esto un movimiento intelectual.” El 5 de julio el hermano Carlos parte hacia el Asekrem, donde vive en una choza, a 2900 metros de altura. Va a buscar allá arriba, en el frío y en la tormenta, las almas de las que se ha hecho el pastor vagabundo. La sequía ha alejado a los tuareg de las mesetas del Hoggar, induciéndoles a ir a acampar en los valles de la Koudiat, donde hay un poco de pasto verde para los rebaños. Allí hay, por algún tiempo, gran cantidad de nómadas de diversas tribus, que intentan superar el hambre.

Se precisan tres días por lo menos para llegar al Asekrem, meseta rodeada por un paisaje fantástico de cumbres, picos, mesas gigantes y pórticos esculpidos por la naturaleza en las cumbres de las montañas de menor altura. Al norte y al sur nada detiene la vista. Recuerda las primeras edades de la tierra. Los grandes ríos saharianos, secos en la actualidad, se deslizaron por sus flancos. Por todas partes pueden advertirse las huellas de los lechos que abrieron y que siguen, unos hacia la laguna Taoudeni, otros hacia el Atlántico y otros en dirección al Níger, como el río sin agua Tamanrasset8. Carlos de Foucauld gustaba de aquella soledad y lo expresaba así: “Es un hermoso lugar para adorar al Creador. Tengo la ventaja de tener muchas almas a mí alrededor y de estar solo en mi cumbre… Esta dulzura de la soledad la he experimentado en todas las edades, desde los veinte años, cada vez que he podido disfrutar de ella. Aun sin ser cristiano, amaba la soledad frente a la hermosa naturaleza, con algunos libros; con mayor motivo debo apreciarla cuando el mundo invisible y tan dulce hace que, en la soledad, uno no se sienta nunca solo. El alma no está hecha para el ruido, sino para el recogimiento, y la vida debe ser una preparación para el cielo, no sólo mediante las obras meritorias sino también por la paz y el recogimiento en Dios. Pero el ser humano se ha lanzado en discusiones infinitas: la poca felicidad que encuentra en el ruido bastaría para demostrar cuán lejos se aparta de su vocación.

En el Asekrem, lo mismo que en Tamanrasset, había elegido el lugar desde donde puede verse más. Su casa no era más que un corredor, construido con piedra y barro, tan estrecho que dos personas no podían pasar juntas. Pero en aquel pobre refugio había una capilla y, además en cajones, libros, provisiones etc. Dormía en uno de estos que durante el día le servía de mesa. A su alrededor soplaba el viento, con ruido semejante al de la marea ascendente. El padre Huvelin le había mandado doscientos francos para ayudarle a construir la ermita, y le regaló el altarcito de la capilla. Allí, más de una vez por semana, recibe la visita de familias tuareg, que suben todas de los innumerables valles escondidos en la Koudiat. Es una peregrinación y un viaje de placer a la vez. Vienen de lejos, a veces de una, dos y aún más jornadas de viaje. Por lo tanto es preciso descansar, cenar, pasar la noche… En una carta al padre Voillard, del 6 de diciembre de 1911, el hermano Carlos se expresa así: “Una o dos comidas tomadas en común, un día entero o medio día pasado juntos, relacionan más estrechamente que un gran número de visitas de media hora o de una hora, como en Tamanrasset. Algunas de estas familias son relativamente buenas, tan buenas como pueden serlo sin el cristianismo. Estas almas se guían por las luces naturales; aunque de fe musulmana, son muy ignorantes del Islam y no han sido muy mimadas por él. Por este lado, la obra que se hace aquí es muy buena. Por último, mi presencia es motivo para que los oficiales vengan al corazón mismo del país.” El resto del día el hermano Carlos reza o trabaja. Vive con él un informante tuareg, a quien da veinticinco céntimos por hora por el trabajo lingüístico. El enorme trabajo que se realiza, la austeridad de vida y el frío de la llegada del invierno, hacen que a principios de diciembre regresen a Tamanrasset, donde lleva la vida habitual, y donde se entera de la guerra existente entre los italianos y los árabes de Tripolitania. Sus amigos se sienten inquietos por la repercusión que aquella guerra puede tener en el Sahara. Contesta a uno de ellos: “Tranquilízate, el Sahara es grande; indudablemente los turcos hacen todo lo posible por predicar la guerra santa entre las tribus árabes de Tripolitania, pero eso no nos afecta. Los tuareg, que son tibios musulmanes, sienten la misma indiferencia por la guerra santa, los turcos y los italianos. Todo eso les tiene sin cuidado; lo único que les interesa son sus ganados, los pastos y las cosechas.” En cada una de las páginas de la voluminosa correspondencia del ermitaño de Tamanrasset se advierte preocupación por intentar los mejores medios humanos para elevar a aquel pueblo. Para él la civilización “consiste en estas dos cosas: instrucción y dulzura”. Se interesa por todo aquello que pueda ayudar a proteger a los niños, liberar a los esclavos, instruir a los ignorantes y establecer a los nómadas en lugares fijos. Por esto se regocija de la próxima llegada de un comité compuesto de ingenieros, oficiales y geólogos, encargado de estudiar el trazado definitivo del ferrocarril transahariano, y de la noticia de que Marrucecos ha pasado a ser protectorado de Francia. Pero en la contestación de una carta ya apunta lo siguiente: “Si no cumplimos con nuestro deber, si explotamos en vez de civilizar, lo perderemos todo y la unión que hemos hecho con este pueblo se volverá contra nosotros.”9

Llevado por su afán de civilizar, como él lo concibe, proyecta un viaje a Francia acompañado por un joven tuareg. Para esto comienza a preparar a la señora de Blic y a sus primos de Francia, para que reciban a ese visitante vestido con una túnica y que lleva los cabellos trenzados y las mejillas cubiertas con un velo azul. Pero antes de iniciar aquel viaje, el candidato se ve precisado a salir con la caravana integrada por casi todos los hombres válidos del país, para ir en busca de mijo a Damergou. Tanto la primavera, como las demás estaciones del año, encuentran al hermano Carlos en su ermita trabajando con sus manuscritos y libros. Termina el diccionario y se lo manda a Renato Basset para que lo publique “bajo el nombre de nuestro común amigo, el señor de Motylinski.”

Cuando los calores arremeten en la meseta de Tamanrasset, un accidente grave interrumpe su tarea: Una víbora de cascabel muerde a Carlos de Foucauld. Normalmente, esta mordedura es mortal. Al enterarse de lo sucedido los pastores de los alrededores acuden inmediatamente y se encuentran a su amigo sin conocimiento. Curan al ermitaño según su costumbre, aplicando un hierro ardiendo a la llaga, y a la planta de los pies del hermano Carlos para que recobre el conocimiento, como así ocurrió. Está muy débil y en todo el valle se busca leche para alimentarlo. Moussa ordena traer dos vacas desde muy lejos para salvarlo. Durante mucho tiempo el hermano Carlos esta incapacitado para estudiar y andar, pero termina recuperándose.

El viaje a Francia era uno de los medios que el hermano Carlos pensaba podía ser más útil para acercar a estos dos pueblos: Francia y esta tribu tuareg. Había obtenido contestación favorable de su familia y de los padres Blancos de la Maison-Carrée. El hermano Carlos escribe a un amigo: “No llegaré a París hasta el 25 de mayo. Reza por Ouksem: va a casarse con un amor que viene de la infancia. Él tiene cerca de veintidós años y ella, Kaubechicheka tiene dieciocho. Son parientes próximos y se han criado juntos. Ella es muy inteligente y tiene mucha voluntad.” Los viajeros llegan a Maison-Carrée el 8 de junio y tan solo se detienen dos días. El 10 se embarcan en el Timgad. El 13 realizan la peregrinación a la Santa Gruta y el 15 son recibidos por Mons. Bonnet, obispo de Viviers. De allí siguen viaje a Lyon, donde son acogidos por el coronel Laperrine; luego prosiguen hacia Borgoña. A dos kilómetros de Gisey se encuentra la casa de la familia de Blic. Se trata ahora de darse a conocer, para volver a pasar con ellos unos días, después de ir a saludar a la familia del hermano Carlos.

Mientras Ouksem aprende a tejer para poder dar luego lecciones a las mujeres de su tribu y se va familiarizando con el tipo de vida de la sociedad francesa de aquel tiempo, el hermano Carlos aprovecha para dar a conocer su proyecto de la Unión de oraciones para la Evangelización de los Pueblos a unas pocas personas elegidas. Confía su proyecto al general Laperrine, a quien visita con Ouksem. Y, camino de Marsella, el 25 de septiembre se detiene en Viviers, para pasar el día con su querido obispo Monseñor Bonnet, quien autoriza “en su diócesis la fundación de la cofradía.” Tres días después los viajeros ponen fin a un viaje que ha durado tres meses y medio por Francia. Embarcan hacia Africa y Carlos de Foucauld escribe a su hermana: “Excepto en circunstancias excepcionales un misionero no pasa tanto tiempo descansando entre los suyos; el buen Dios, mediante el viaje de Ouksem, ha provocado esa circunstancia excepcional. Le doy gracias de todo corazón… También a ti, lo mismo que a Raimundo y a tus hijos, os doy gracias por las dulces semanas que me habéis hecho pasar y por vuestra extraordinaria bondad para con Ouksem, bondad que tanto bien hace para su alma; advierto que su alegría de volver a reunirse con los suyos se halla un poco enturbiada por la pesadumbre de abandonar a quienes le han recibido en Francia. El apostolado de la bondad es el mejor de todos.” El viaje de regreso tuvo que ser realizado a marcha lenta debido a dos causas: el calor extraordinario que hacía, y el estado lamentable en que encontraron a los camellos, que habían sido mal cuidados. Dejan Maison-Carrée a finales de septiembre y llegan a Tamanrasset el 22 de noviembre.

4. Desenlace final

El 3 de septiembre de 1914, casi un año después de su regreso, recibe la noticia de que Alemania ha declarado la guerra a Francia, invadido Bélgica y atacado Lieja. El hermano Carlos se da cuenta enseguida de que bandas armadas, reclutadas en Tripolitania, intentarán penetrar los territorios del Sahara predicando la guerra santa contra los franceses. ¿Cual será su actitud? En una carta del 5 de octubre de 1914 se expresa así: “No abandonaré Tamanrasset hasta que haya paz… Nada ha cambiado en el exterior de mi vida tranquila y regular, pues es necesario que los tuareg no adviertan nada que les manifieste un estado distinto al ordinario.” El 19 de noviembre de 1915 escribe el hermano Carlos a su amigo Laperrine, con quien mantiene una correspondencia constante, dándole esta notificación: “El correo del Azdjer no ha llegado todavía. Pero acabo de saber lo siguiente: el fortín Dehibat de Túnez ha sido atacado por los senusitas, mandados por oficiales de uniforme kaki, con prismáticos y revolver (alemán sin duda). El general Moinier ha enviado refuerzos. La situación es grave en toda la frontera tunecino-tripolitana.” El 11 de abril de 1916 escribe de nuevo al general Laperrine indicándole que el fuerte francés de Djanet, en la frontera tripolitana, ha sido asaltado a finales de marzo por más de mil senusitas provistos de un cañón y ametralladoras. Y continua: “Los senusitas tienen el camino libre para venir aquí. Pero la palabra aquí no se refiere a Tamanrasset, donde estoy solo, sino al fuerte Motylinski, capital del país, que queda a cincuenta kilómetros de Tamanrasset. Si se sigue mi consejo, les he dicho que se retiren con la totalidad de municiones y aprovisionamiento a un lugar inexpugnable en la montaña, provistos de agua, desde donde podríamos mantenernos indefinidamente y contra el cual los cañones no pueden hacer nada… No te inquietes si durante algún tiempo no recibes noticias, pues es posible que el correo sea interceptado, lo que no indica que nos haya ocurrido nada malo… Si atacan el fuerte, me reuniré con ellos… Todos estamos en la mano de Dios; no sucederá más que lo que Él permita.” La amenaza era demasiado seria para que la autoridad militar no se preocupara de la protección del hermano Carlos y de los tuareg que habitaban en Tamanrasset. A principios de 1916 se dispuso la construcción de un fortín para poder resistir un asedio. Formaba un cuadrado de dieciséis metros de lado, rodeado de un foso de dos metros de profundidad. En los ángulos se hallaba reforzada por cuatro torres provistas de almenas, a las que se subía por una escalera interna. El interior estaba dispuesto para poder acoger a un número bastante numeroso de refugiados y de combatientes. La construcción se termina el 15 de octubre de 1916.

Mientras, el hermano Carlos, en una carta escrita a René Bazin el 16 de julio de 1916, expresa cual es la misión de los misioneros aislados: “Su tarea consiste en preparar el camino, de modo que las misiones que le reemplazarán algún día encuentren una población amiga y confiada, almas un poco preparadas para el cristianismo y, si es posible, algunos cristianos… Mi vida consiste en estar en relación lo más posible con cuanto me rodea y prestar todos los servicios que puedo. A medida que se establece la intimidad, siempre o casi siempre a solas, hablo brevemente del buen Dios, dando a cada uno lo que pueda llevar: alejamiento del pecado, acto de amor perfecto, acto de contricción perfecta, los dos grandes Mandamientos del amor a Dios y al prójimo, examen de conciencia, meditación con vistas a las finalidades últimas, deber de la criatura de pensar en Dios, etc., orientando a cada uno según sus fuerzas y avanzando lenta y prudentemente… Mi convicción es que si los musulmanes del norte de África no se convierten poco a poco, se producirá un movimiento nacionalista análogo al de Turquía… El sentimiento nacional o berberisco se exaltará, y cuando la ‘elite’ encuentre una ocasión propicia para ello, se servirá del Islam como de una palanca para levantar a la masa ignorante y procurará crear un imperio africano musulmán independiente.” Cuánta razón tenían estas palabras vistas con perspectiva histórica…

En varias cartas escritas por Carlos de Foucauld a su amigo, el general Mazael, podemos descubrir el ambiente previo de los últimos meses de la vida del hermano Carlos. Así el 1º de septiembre de 1916 le dice: “El rincón del Sahara desde donde te escribo sigue estando tranquilo. Sin embargo se permanece alerta, debido a la creciente agitación de los senusitas en Tripolitania; nuestros tuareg de aquí son leales, pero podríamos ser atacados por los tripolitanos. He transformado mi ermita en un fortín; no hay nada nuevo bajo el sol; viendo mis almenas y mis troneras, pienso en los conventos y en las iglesias fortificadas del siglo X. ¡Cómo vuelven las cosas antiguas y cómo reaparece lo que se creía desaparecido para siempre! Me han confiado seis cajones de cartuchos y treinta carabinas Gras, lo que recuerda nuestra juventud…” En otra carta fechada el 15 de septiembre le informa: “Estos últimos días hemos tenido una gran alarma; trajeron la noticia de que íbamos a ser atacados, pero la noticia fue falsa… La alarma ha servido para demostrar la lealtad de la población: lejos de dar muestras de pretender pasarse al enemigo, se ha reunido alrededor del oficial que comanda el fuerte vecino y alrededor mío, dispuesta a defender el fortín de la ermita. Semejante lealtad me ha resultado muy conmovedora y les estoy muy agradecido. Hubieran podido refugiarse en las montañas, donde nada tenían que temer, pero han preferido encerrarse en el fuerte cercano y en mi ermita, a pesar de saber que el enemigo disponía de cañones y el bombardeo era seguro.”

El hermano Carlos tenía la certeza de que sería atacado, pero seguía viviendo solo y tranquilo. En su rostro no aparecía la sombra de la inquietud. A mediados de 1915 había terminado el diccionario tareg-francés, y, el 28 de octubre, como su diario indica, terminó las poesías tuareg. Pensaba, terminada la guerra, volver a Francia para implantar más sólidamente la Unión de oraciones para la Evangelización. Pero esto no fue posible, pues no entraba dentro de los planes de Dios.

Al sur de Tripolitania, en Fezzan, donde Si Mohamed Labed líder religioso senusita tiene su cuartel general, ha reunido a los tuareg Azdjers, llamados por los Hoggar con el nombre general de Fellagas. Ocupan Rhat, en Tripolitania, plaza que los italianos han abandonado, y donde encuentran víveres, material y municiones de guerra. El fuerte de Djanet que había sido abandonado por los franceses por dificultades de aprovisionamiento es tomado por los Fellagas. También había sido evacuado el fuerte de Polignac que estaba situado un poco más al norte. Los camelleros del Fuerte Motylinski siguen y protegen los campamentos dependientes de Moussa ag Amastane y que se encuentran con sus rebaños por esta región, pero pueden brindar poca ayuda al hermano Carlos.

El viernes 1º de diciembre de 1916, al caer la noche, Carlos de Foucauld está solo en casa. Su sirviente Pablo estaba en el pueblo, lo mismo que dos camelleros del Fuerte de Motylinski, que habían venido para asuntos del servicio y que esperaban la noche para regresar al fuerte. Una veintena de Fallagas estaban en aquellos momentos cerca de Tamanrrasset con el fin de raptar al hermano Carlos y saquear el fortín, donde sabían que había armas y provisiones. Para llevar acabo esto reclutaron algunos nómadas tuareg y algunos harratines, con quienes se relacionaba Carlos de Foucauld, en especial un tal Madani. En total eran unos cuarenta. Madani, conocedor de las costumbres del hermano Carlos, se acercó a la puerta y llamó. Al cabo de un tiempo llegó éste y preguntó quien era y qué deseaba. “El correo de Motylinski”, le contestó. Como era el día que el ermitaño esperaba la correspondencia abrió la puerta y rápidamente se abalanzaron hacia él.

Todo duró menos de media hora. La casa estaba rodeada de centinelas. Entonces uno de éstos dio la alarma de que los militares de Motylinski llegaban. Enseguida estalló un tiroteo. El vigilante del hermano Carlos apoyó la boca del cañón de su fusil sobre la cabeza e hizo fuego, muriendo éste al instante, lo mismo que los otros dos militares. Despojaron al hermano Carlos de todos sus efectos y lo arrojaron dentro de la fosa que rodea al edificio. Pasaron la noche comiendo y bebiendo. Por la mañana dieron también muerte a un militar aislado que traía el correo de In-Salah. Al mediodía abandonaron Tamanrasset llevándose el botín. Los harratines dieron sepultura a los muertos, y Pablo salió hacia el Fuerte Motylinski para dar la noticia, donde llegó el 3 de diciembre al mediodía.

El 17 de enero de 1917, Mons. Bonnet, obispo de Viviers, mandó esta carta a la señora de Blic: “Señora, el duelo que le aflige me alcanza también a mí en demasía. Se lo que pierde en la persona del padre Carlos de Foucauld. En mi larga vida he conocido muy pocas almas más amantes, más delicadas, más generosas y más ardientes que la suya y raras veces he tenido la oportunidad de acercarme a otras más santas. Dios le había penetrado de tal modo que todo su ser desbordaba luz y caridad… No podremos consolarnos de la desdicha si no pensamos que nuestro querido y venerado mártir está más vivo que nunca, que ha dejado de sufrir, pero no ha dejado de querernos.” En contra de la propia voluntad del hermano Carlos, que quería ser enterrado en el Hoggar, algunos años después, el 18 de abril de 1929, sus restos, excepto el corazón que quedó en Tamanrasset depositado en un cofre, fueron trasladados a El Golea, a más de mil kilómetros de distancia, hacia el norte, y a 950 kilómetros de Argel. El lugar que acoge al tuareg universal es austero, y se encuentra junto a la primera iglesia construida por los Padres Blancos en el Sahara.


1  Cf. A. CHATELARD, Carlos de Foucauld, el camino de Tamanrrasset, San Pablo, Madrid, 2003

2  Carta del 3 de abril de 1906, al conde Foucauld

3  Con este nombre se designan las pequeñas colonias de agricultores

4  El hermano Miguel entró en un monasterio de Cartujos.

5  Carta al padre Guerin, el 31 de mayo de 1907

6  Abed Aissa, servidor de Jesús

7  El ”meskine” es el pobre, objeto de piedad por su absoluta carencia de todo.

8  El padre Foucauld construyó a principios de 1910 la ermita del Asekrem, el punto más alto del corazón del Hoggar. Investigadores del Centro Geológico y Geofísico de la Universidad Montpellier han mostrado que las célebres montañas del Hoggar, constituidas por extraordinarios relieves volcánicos de 30 millones de años de antigüedad y conocidas en el mundo entero por su belleza y por sus habitantes autóctonos, los tuareg, presentan una anomalía gravimétrica, es decir, una disminución del campo de gravedad, que puede haber sido ocasionada por una densidad anormalmente débil del manto superior de la corteza terrestre. Esto quiere decir que en este oasis mineral de silencio “uno es más ligero que en cualquier otra parte del planeta”25, los científicos han señalado que la ermita que construyó el padre Foucauld, a 2700 m. de altitud, está en el epicentro de esta zona de anomalía. Se ha creído que su presencia en la ermita del Asekrem, en Tamanraset, fue un retiro, como antaño hicieron los Padres del Desierto, pero fue todo lo contrario: partió para vivir la vida de Nazaret con los nómadas más aislados, más pobres que los habitantes de Béni-Abbés. Carlos de Foucauld, como escribe en noviembre de 1911, se instala en el Asekrem, por ser este un lugar de tránsito de las caravanas y el lugar ofrecía grandes ventajas para las relaciones con los tuareg, a los que acogía estableciendo relaciones

amistosas.

9  Cf. J. F. SIX, El testamento de carlos de Foucauld, Editorial san Pablo, Madrid 2005

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