El sueño de la santidad de Carlos Carretto

Al menos una vez en la vida hemos soñado con convertirnos en santos, con ser santos.

Fatigados por el peso de nuestras contradicciones, por un momento hemos vislumbrado la posibilidad de hacer la unidad y la luz en nosotros.

Horrorizados por nuestro propio egoísmo hemos, por lo menos en el deseo, roto las cadenas condicionantes de los sentidos y hemos vislumbrado la posibilidad de una libertad verdadera y un amor autentico.

Hastiados de una vida burguesa y perezosa, nos hemos visto por los caminos del mundo portadores de un mensaje de luz y de fraternidad, capaces de ofrecer en el altar del amor gratuito el testimonio de una vida en la cual el primado de la pobreza y el amor hubieran facilitado las comunicaciones y las relaciones con los hermanos.

Es entonces cuando Francisco, de alguna manera, ha entrado en nuestras vidas.

Es difícil que exista cristiano –ya sea católico, protestante, ortodoxo- que no haya identificado el concepto de santidad en el hombre con la figura de Francisco de Asís y no haya, de alguna manera, deseado imitarlo.

Así como Jesús es el fundamento, Maria, la madre y Pablo, el apóstol de la gente, Francisco es el tipo que encarna en toda la Iglesia la figura ideal del hombre que intenta la aventura de la santidad  y la expresa en un modo verdaderamente universal.

Quien ha pensado que es posible la santidad en el hombre, la ha visto en la pobreza y en la dulzura de Francisco, se ha unido a su plegaria en el Cantico de las Criaturas, ha soñado la superación del límite causado por la incredulidad y el miedo, más allá del cual se puede amansar a los lobos y hablar a los peces y a las golondrinas.

Diré que Francisco de Asís está en el fondo de cada hombre, tocado por la gracia, como se encuentra en el fondo de cada hombre el llamado a la santidad.

Y a Francisco, en todos los tiempos, si bien esta encarnado en la historia, se lo puede poner fuera de la historia.

Se lo puede poner con los primeros cristianos itinerantes por los caminos del Imperio Romano llevando consigo la dicha de un mensaje verdaderamente nuevo, se lo puede poner en el medioevo como reformador y restaurador de una Iglesia debilitada por las luchas políticas y minada por los compromisos; se lo puede poner en la época del barroco a reclamar con su inusitada pobreza y humildad el orgullo de los clérigos por su sacerdocio más dominador que al servicio del pueblo. Se lo puede poner hoy como el tipo de hombre moderno que sale de su angustia y de su aislamiento para reanudar el discurso con la naturaleza, con el hombre y con Dios.

Sobre todo con Dios.

Y me explico.

Si es verdad, como lo es, que estamos atravesando la época más atea de todos los tiempos, es igualmente cierto que con muy poco se puede revertir la situación.

Un pequeñísimo catalizador puede provocar un desbarajuste en un mar saturado de elementos preparados y purificados del sufrimiento y la seriedad de la búsqueda. Ya estamos acostumbrados a ver más conversiones entre “los de lejos” que entre “los de cerca”, y cuando me toca hablar de Dios, los más interesados en oírme son aquellos que lo han negado siempre.

A menudo el “todo no”, que se condensa hasta lo inverosímil en el fondo de la búsqueda libre y autentica, explota en un “todo si” bajo el relámpago provocador del Absoluto.

La desazón que experimentamos es más grande de lo que parece por la primera impresión y hace mucho más daño de lo que pensamos.

A la larga destruye la dicha, quita la paz: nos vuelve nerviosos y malvados.

Terminamos odiando todo y a todos.

Para no pensar en ello tomamos un poco de alcohol o fumamos un cigarrillo.

Sin embargo, el daño sigue y opaca el horizonte de la vida.

Si se presenta ante nuestros ojos el edificio de nuestra escuela o el establecimiento donde trabajamos o si vislumbramos nuestra propia casa, que hemos construido con tanto esfuerzo, nos vienen ganas de no entrar y el mismo trabajo cotidiano nos parece inútil.

Hasta el campanario de nuestra iglesia ha perdido el poder de hablar y de entusiasmarnos. Solo nos parece interesante la huida o el deseo de probar algo nuevo, aunque sea peligroso, y nos disponemos de buen grado a cualquier tipo de aventura prohibida.

También hay menos buenos: las madres están ausentes para sus hijos y los padres siempre tienen algo que hacer lejos de la casa. Es el inicio de la pendiente y el resultado de que no podemos escapar de esto es el hastió, la desconfianza en la sociedad y en el trabajo, la aridez del corazón, el deseo de placer físico como subrogado de los valores ya destruidos o en peligro.

Basta hacer desfilar bajo la mirada el elenco de las películas que se producen en esta época, basta pasar una noche en una estación de tren convertida en dormitorio público de los sin techo, basta estar a cualquier hora en el servicio ambulatorio neuropsiquiatrico de cualquier hospital de la ciudad, donde confluyen los drogadictos en busca de metadona, para convencernos de que hemos llegado a un punto de ruptura de una gravedad excepcional y de una amplitud jamás experimentada.

Como una epidemia que se viene incubando desde hace tiempo, el mal ha invadido el cuerpo entero. Esta arriba, abajo, adentro, fuera; está en todas partes.

He vuelto a ver en estos días el muro de Berlín, este absurdo que se prolonga en el tiempo mientras alrededor todo sucede como si nada.

He advertido como este muro no era más que un signo externo de tantos otros muros que dividen a los hombres y las cosas. El muro está dentro de nosotros y divide a ricos y pobres, al pueblo de los pueblos, al hijo del padre, al hombre del hombre, al hombre de Dios.

Estamos divididos, partidos hasta en lo profundo de las vísceras como el muro de Berlín entre alemán y alemán, como Jerusalén entre hebreos y árabes, como el hombre solo en el cosmos que lo circunda.

Todavía todo esta inmóvil pero a punto de saltar por los aires.

Si, lo creo: podremos estar en la vigilia del Apocalipsis… a menos que…

He subido a lo alto del Speco di Narni a pasar unos meses de soledad. Una vez más me he dejado tentar por el desierto que fue siempre para mí la alcoba de mi amor por lo Absoluto de Dios y el lugar donde aflora la caridad. Esta soledad franciscana vale la soledad de las dunas de Beni Abbes o el áspero desierto de Asserkrem. En el fondo todo nace de la misma raíz porque cuando el P. De Foucauld buscaba el desierto africano hacia lo mismo que Francisco cuando buscaba el silencio de las Cárceles del Monte Subacio o la aspereza del Sasso Spicco en La Verna.

Lo que importa es Dios, y el silencio es el ambiente próximo a Él.

He buscado esta ermita porque es uno de los lugares privilegiados del mundo franciscano, donde el santo residió en varias ocasiones y donde todo está fusionado en una unidad perfecta. Bosque, piedra desnuda, arquitectura, pobreza, humildad, simpleza, belleza, forman una de las obras maestras con las que se expresa el franciscanismo dando a los siglos un ejemplo de paz, oración, silencio, respeto ecológico, belleza, victoria del hombre sobre las contradicciones del tiempo.

Al mirar estas ermitas, morada de los hombres pacificados por la oración y la dichosa aceptación de la pobreza, se tiene la respuesta a los angustiantes contrastes que atormentan a nuestra civilización.

Vean lo que dicen estas piedras, vean que la paz es posible. No busquen el lujo para hacer sus casas sino lo esencial. Entonces la pobreza se convertirá en belleza y armonía liberadora como pueden ver en esta ermita. No destruyan los bosques para hacer establecimientos que aumentaran la desocupación y la desesperación. En todo caso, ayuden a los hombres a reinsertarse en el campo, a gozar del trabajo artesanal y bien hecho, a experimentar la dicha del silencio y del contacto con la tierra y con el cielo. No acumulen dinero por el que la devaluación y la rapiña les tenderán una trampa; mantengan abierta, en cambio, la puerta del corazón, al dialogo con el hermano y al servicio del más pobre.

No prostituyan su trabajo construyendo objetos que duran media temporada, consumiendo la poca materia prima que aún tenemos; en lugar de eso, hagan baldes como el que ven aquí sobre este pozo, que saca agua desde hace siglos y todavía está en uso.

Hablan mal del consumismo para llenarse la boca de palabras y hacer callar su mala conciencia y, al mismo tiempo, son sus fieles siervos, incapaces de novedad y fantasía.

Y luego…

Sáquense de encima el miedo al hermano y vayan a su encuentro inofensivos y bondadosos. Es un hombre como ustedes, necesitado de amor y de confianza, al igual que ustedes.

No se preocupen por “la comida o el vestido” (Mt 6,25) , estén tranquilos que no les faltara nada. Busquen antes el Reino de Dios y su Justicia (Mt 6,33) y el resto les será dado por añadidura. “Bástele a cada día sus propios problemas”  (Mt 6,34)

En resumen, esta ermita habla.

Habla y dice que la fraternidad es posible.

Habla y dice que Dios es padre, que las criaturas son hermanas, que la paz es alegría.

Es suficiente quererlo.

Prueben, hermanos, prueben y verán que es posible.

El Evangelio es verdadero.

Jesús es el Hijo de Dios y salva al hombre.

La no violencia es más constructiva que la violencia.

La castidad es más atractiva que la lujuria.

La pobreza es más interesante que la riqueza.

Porque no lo intentamos?

NOTA: Del libro Yo, Francisco de 1980. Aquellos que deseen leerlo completo pueden hacerlo, gracias a Google, en el siguiente enlace:

http://books.google.com.ar/books?id=2sG0yvhfed0C&printsec=frontcover&source=gbs_ge_summary_r&cad=0#v=onepage&q&f=false

CARLOS DE FOUCAULD, INSPIRADOR DE SUEÑOS

CARLOS DE FOUCAULD, INSPIRADOR DE SUEÑOS
Los sueños de Francisco
Fratelli Tutti es una encíclica que invita con entusiasmo a participar en los grandes
sueños de Francisco: «Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la
misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno
con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos
hermanos» (FT 8). El Papa no se queda en el reducido círculo de los católicos, sino que
comparte sus sueños con toda la comunidad humana, convencido de que es necesario
aunar los esfuerzos de todas aquellas personas que portan en su corazón un «deseo
mundial de hermandad» (Id.).
En un mundo cerrado por las sombras, donde tanta gente yace herida al borde de los
caminos, «los creyentes nos vemos desafiados a volver a nuestras fuentes para
concentrarnos en lo esencial: la adoración a Dios y el amor al prójimo, de manera que
algunas de nuestras doctrinas, fuera de su contexto, no terminen alimentando formas de
desprecio, odio, xenofobia, negación del otro» (FT 282).
Entre las personas que han inspirado su pensamiento, Francisco menciona en primer
lugar a san Francisco de Asís, y a continuación cita tres personajes no católicos
comprometidos con la fraternidad universal: Martin Luther King, Desmond Tutu y
Gandhi (cf. FT 286). A modo de conclusión, añade inmediatamente:
«Pero quiero terminar recordando a otra persona de profunda fe, quien, desde su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos. Se trata del beato Carlos de Foucauld.
Él fue orientando su sueño de una entrega total a Dios hacia una identificación con los últimos, abandonados en lo profundo del desierto africano. En ese contexto
expresaba sus deseos de sentir a cualquier ser humano como un hermano, y pedía a un amigo: «Ruegue a Dios para que yo sea realmente el hermano de todos». Quería ser, en definitiva, «hermano universal». Pero solo identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos. Que Dios inspire ese sueño en cada uno de nosotros. Amén» (FT 286-287).

Esta enjundiosa referencia a Carlos de Foucauld subraya la decisión papal de
canonizarle, una decisión confirmada en mayo de 2020 pero que hasta el momento no ha
podido realizarse como consecuencia de la situación sanitaria mundial.
¿Los sueños de Carlos de Foucauld?
Francisco apoya sus propios sueños en lo que él considera que fue «el sueño» de Carlos
de Foucauld: una entrega total a Dios vivida en la identificación con los más
abandonados; dicho de otro modo, ser «hermano universal» haciéndose «hermano de los
últimos».
Una lectura atenta de los numerosísimos escritos de Carlos de Foucauld deja ver que
él mismo utiliza escasamente el campo semántico de los sueños para expresar lo que le
habita, y nunca lo hace –ni en los escritos espirituales ni en la correspondencia– para
referirse a su deseo profundo de ser considerado «hermano universal». Sin ⁰,
Carlos es una persona movida permanentemente por la búsqueda de un «magis» quel
evoluciona a lo largo de su existencia hasta fundirse íntimamente con ese «minus» que le
fascinó desde el principio: «el último lugar».
Sus referencias explícitas a los sueños están más bien vinculadas a un ideal que
progresará con el tiempo: Nazaret. Al Padre Huvelin, su acompañante espiritual, le
confiesa desde Jerusalén, en octubre de 1898, cuando acaba de salir de la Trapa: Lo que
sueño en secreto, sin confesármelo a mí mismo, sin permitírmelo… lo que sueño
involuntariamente es algo muy sencillo y muy poco numeroso, que se parece a las
primeras comunidades de los primeros tiempos de la Iglesia… Algunas almas reunidas
para llevar la vida de Nazaret, vivir de su trabajo como la Sagrada Familia, practicando
las virtudes de Nazaret en la contemplación de Jesús. La historia mostrará que este sueño
tan querido para él no llegará jamás a realizarse durante su propia vida.
Perfil de un caminante
Varón, francés, aristócrata, militar, explorador, amigo,
trapense, ermitaño, sacerdote, lingüista, misionero,
hermano universal… Cada una de estas dimensiones dejará
sus huellas en la personalidad y en la santidad de Carlos de
Foucauld, nacido en Estrasburgo (Alsacia, Francia) en
1858 y asesinado en Tamanrasset (Argelia) en 1916. A los
seis años, él y su hermana Mimí se encuentran huérfanos
de padre y madre, pero son educados con gran cariño por sus abuelos maternos y viven
una infancia feliz. Carlos mantendrá a lo largo de toda su vida un vínculo muy estrecho
con su familia, manifestado en una amplísima correspondencia.

Después de haber perdido la fe durante la adolescencia y de ser expulsado del liceo de
los jesuitas en París, se embarca en una carrera militar de la que muy pronto se aburre.
Lleva una vida de cierto desenfreno durante un corto período, aprovechando la herencia
de una gran fortuna. Sin embargo, su espíritu curioso y aventurero le incita a realizar un
viaje de exploración en Marruecos, cuyos brillantes resultados le valdrán a su regreso el
más alto reconocimiento de la comunidad científica.
Intensa experiencia de Dios
La fe de los musulmanes que conoce durante este viaje le interpela profundamente. De vuelta a París, el
testimonio de ciertas personas inteligentes y
espirituales, especialmente su prima Marie de Bondy,
le mueve a acercarse a la Iglesia y a murmurar en lo
profundo de su corazón: Dios mío, si existes, haz que
te conozca. La relación con el Padre Huvelin, que se
onvertirá en su acompañante espiritual hasta la
muerte de éste, tendrá un peso fundamental en su
conversión, en su decisión de entregarse
completamente a Dios y en su deseo de identificarse
con Jesús en el «último lugar».
En Francia (1913) con su prima Marie de
Bondy y su amigo tuareg Ouksem
El itinerario interior de Carlos de Foucauld atraviesa parajes muy diversos, pero se
dirige siempre en una doble dirección: El amor a Dios y el amor a los hombres es toda
mi vida y será toda mi vida, espero (A Henry Duveyrier, Trapa de Nôtre-Dame des Neiges
24/04/1890). Carlos desea ardientemente imitar a Jesús de Nazaret, y durante siete años
busca su camino como trapense, unos meses en Francia, pero enseguida en un monasterio
en Siria.
Allí vive, quizá por primera vez en su vida, el encuentro real con los pobres de carne
y hueso. Ellos le harán notar una diferencia que será cada vez más insoportable para él:
Los pobres, a quienes Dios no da aquello que nos da con tanta generosidad a nosotros,
religiosos (alojamiento, comida abundante y regular, buen sueño, buenos vestidos,
buenas mantas), dan compasión (A Mimí, Siria, 6/02/1891). Esa compasión emerge de
una constatación espiritual muy profunda, que Carlos empieza a hacer en este momento
y que tendrá consecuencias radicales en su itinerario posterior: Los pobres son nuestros
hermanos: «amaos unos a otros, así verán que sois mis discípulos». Son Jesucristo
mismo: «Todo lo que haréis a uno de estos pequeños, me lo haréis a mí»» (A Mimí, Siria,
19/10/1891).
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Camino de transformación
Antes de hacer su profesión solemne, Carlos sale de la Trapa una vez que se siente
confirmado por sus superiores en la llamada a una vida diferente. Primero busca su
camino en Tierra Santa, instalándose como mandadero de las clarisas de Nazaret. Más
tarde, siempre seducido por el misterio de la vida oculta de Jesús, Carlos será ordenado
sacerdote en 1901 y se dejará conducir al desierto del Sáhara, no para aislarse del mundo,
sino para compartir con los últimos el tesoro que ha transformado su existencia: la
presencia de Jesús. Mis últimos retiros de diaconado y de sacerdocio me mostraron que
esta vida de Nazaret, mi vocación, tenía que vivirla, no en la Tierra Santa, tan querida,
sino entre las almas más enfermas, las
ovejas más perdidas, más abandonadas.
Este divino banquete del que me convertía
en ministro, tenía que llevarlo, no a los
hermanos, a los parientes, a los vecinos
ricos, sino a los más cojos, los más
ciegos, los más pobres, las almas más
abandonadas y con menos sacerdotes.
(…) Una vida tan conforme como pudiera
con la vida oculta del Bienamado Jesús
de Nazaret» (A Monseñor Caron, Beni
Abbés 8/04/1905).
En Beni Abbés (1903) con Abd Iesu, un niño
rescatado de la esclavitud, y el Capitán de Susbielle
Fue orientando su sueño
Carlos aspira a vivir a fondo el encuentro con Dios y con todas aquellas personas que
habitan en el desierto. Entiende que su principal ministerio es la santificación personal,
la oración, el amor a Dios; a partir de ahí podrá dirigirse a los oficiales alejados de la
religión, a los soldados que llevan una vida desordenada, y a los musulmanes que no
conocen a Cristo, con el fin de hacerse amar por la virtud, la bondad y la caridad. Movido
por estos ardientes deseos, irá saliendo de un ideal de clausura todavía bien presente en
Beni Abbés (1901-1904) para abrirse a la itinerancia misionera que caracteriza la etapa
de Tamanrasset (1905-1916).
Una razón fundamental para salir de sus proyectos de vida eremítica será la mayor
utilidad a los demás. Me quedaré, o iré acá o allá, según sea más útil a las almas, dirá en

  1. Por ello, si en Beni Abbés acoge en la fraternidad a todo el que llega, en las fases
    siguientes, y hasta el final de sus días, será él mismo quien se ponga en marcha hacia el
    encuentro del otro. Este deseo de llegar a los que están más lejos es el motivo de la
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    construcción de la ermita del Asekrem, razón por la cual afirmará en 1910: Mis ermitas
    se multiplican. Este año he tenido que agrandar la de Tamanrasset y construir una nueva
    en el Asekrem, en plena montaña; ésta última era indispensable para entrar en contacto
    con las tribus que no veo jamás en Tamanraset».
    Identificándose con los ú7ltimos, hermano de todos
    Hijo de su tiempo, de su patria, de su medio y de su Iglesia, Carlos de Foucauld no
    cuestiona la legitimidad del régimen colonial ni se libera de una concepción paternalista
    de la gestión de los territorios ocupados. No obstante, se compromete en el rescate de
    esclavos y alza claramente la voz contra las prácticas esclavistas que continúan en vigor
    entre los indígenas: No tenemos derecho de ser centinelas dormidos, perros mudos,
    pastores indiferentes (A Dom Martin, Beni Abbés, 7/02/1902). Al mismo tiempo que
    denuncia ciertos desórdenes en la administración francesa de las colonias, propone un
    modelo que respete la dignidad de los habitantes y promueva su desarrollo: Como francés,
    sufro por ver que nuestros indígenas no son administrados como deberían serlo, y por
    no ver que los cristianos de Francia se esfuercen, no por la fuerza ni la seducción, sino
    por la bondad y el ejemplo de las virtudes, por llevar al evangelio y a la salvación a los
    infieles de sus colonias de África, hijos ignorantes de los que ellos son los padres (A
    Henri de Castries, Tamanrasset, 8/01/1913).
    Con su actitud y con su manera de encarnarse en medio del pueblo tuareg, con su
    capacidad de encontrar en él verdaderos amigos, Carlos de Foucauld taladra la burbuja
    colonial y muestra que es posible compartir la vida y llevar el evangelio «no por la fuerza
    ni la seducción, sino por la bondad y el ejemplo de las virtudes». Este empeño de
    compartir la existencia con los últimos se traduce en un esfuerzo titánico por aprender su
    lengua, el tamacheq. Carlos se sienta durante horas en una tienda y, a cambio de algunas
    monedas, las mujeres tuaregs le recitan poesías tradicionales que él recopila con esmero.
    Su trabajo no es solo de lingüista, sino también de etnólogo. Conocer la lengua del otro
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    no se limita, para él, a ciertas generalidades; es necesario ir siempre más lejos, hasta el
    fondo, hasta el alma misma de un pueblo que se expresa en sus poemas y en sus cantos.
    A esta empresa formidable, no superada ni siquiera en nuestros días, Carlos le consagra
    más de diez horas diarias durante los últimos doce años de su vida.
    La muerte le llega de manera accidental el 1 de diciembre de 1916 en Tamanrasset, no
    en su ermita sino en el fortín que había construido para defenderse junto con la población
    local en caso de un ataque por parte de los senusistas, radicales que pretendían arrancar
    la zona al ocupador francés. No muere solo: tres militares musulmanes, al servicio de la
    armada francesa, son asesinados en el mismo ataque y los cuatro serán enterrados juntos.
    Su deseo de ser hermano de todos queda definitivamente sellado por una muerte
    compartida con hombres de otra raza, de otra cultura y de otra religión, hijos del mismo
    Padre.
    Tras las huellas de Jesús de Nazaret,
    Carlos de Foucauld permanece en el desierto,
    pero va más allá del desierto, por su deseo de
    ser «hermano universal» y por el «apostolado
    de la bondad» vivido cotidianamente en el
    contacto con una cultura y con una religión
    muy diferentes de las suyas. De esta forma,
    se convierte sin saberlo en precursor de la
    nueva evangelización, marcada por la salida
    hacia las periferias, el compromiso de todos
    los bautizados, el carácter sinodal, el diálogo
    interreligioso y el testimonio de vida. Gracias
    al Papa Francisco, Carlos de Foucauld
    emerge hoy como inspirador de sueños para
    la Iglesia universal.
    Carlos de Foucauld hacia el final de su vida
    Margarita Saldaña Mostajo
    Hermanitas del Sagrado Corazón de Carlos de Foucauld1
    1 Autora de San José. Los ojos de las entrañas (Sal Terrae 2021), Tierra de Dios (Sal Terrae 2019), Cuidar. Relato de una aventura (PPC 2019) y Rutina habitada (Sal Terrae 2014)

Carlos de Foucauld un guía en nuestros desiertos

Carlos Eugenio de Foucauld (1858-1916), oficial, explorador y religioso. En Tamanrasset, ante su primera capilla. Tamanrasset, ALGERIA – v.1905.


¿Qué podemos retener hoy de la vida de Charles de Foucauld y su “apostolado de la bondad”? François Vayne, periodista y escritor, da testimonio de su relación personal con este ex soldado que se convirtió en explorador, luego ermitaño y artesano del diálogo islámico-cristiano.
François Vayne, periodista y escritor

Publicado el 30/05/2020 en La Vie.


Un poco antes de la fiesta de Pentecostés, nos enteramos de la próxima canonización del Beato Carlos de Foucauld, «confesor de la fe», tras el reconocimiento de un milagro obtenido por su intercesión. Al mismo tiempo que este anuncio, la Sala de Prensa de la Santa Sede dio a conocer que Pauline Jaricot podría ser beatificada. Estas dos grandes figuras católicas francesas, el oficial libertino que se convirtió en ermitaño silencioso en el Sahara y el fundador laico de la Obra Pontificia para la Propagación de la Fe, parecen a primera vista oponerse en su concepción de la misión. En realidad, se unen por su común deseo de llevar el Evangelio a partir de la espiritualidad del Corazón de Jesús, lejos de ciertos modelos clericales en boga en el siglo XIX. Los “Reparadores del Corazón incomprendido y despreciado de Jesús”, fundado por Pauline Jaricot, como la “Unión de Hermanos y Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús”, que Charles de Foucauld hubiera querido ver desarrollarse durante su vida, anunciaron la convocatoria santidad universal lanzada por el Concilio Vaticano II, este «nuevo Pentecostés» que devolvió a los fieles laicos su dignidad de bautizados responsables del testimonio del Evangelio en la vida cotidiana. Si en Pentecostés Jesús desaparece de nuestros ojos, ¿no es para que seamos su corazón y su rostro, su presencia en la sociedad, como pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo?

Esto es lo que el símbolo del Corazón y la Cruz de Jesús, lucido por el padre de Foucauld en su hábito religioso, quiso significar con anticipación. El beato y futuro santo da así su verdadero significado a este símbolo bordado a veces en banderas francesas para apoyar causas políticas nacionales. En lugar de ondear el Sagrado Corazón en estandartes, ¿no es más importante vestirse con él interna y espiritualmente? Esto es lo que aprendí durante mi juventud argelina, en la escuela del «hermano universal», pocos años después de los conciertos de trompeta para la Argelia francesa.

Su canonización consagrará este modelo evangélico que bien podría transformar el perfil de la Iglesia católica en los próximos años, como en la época de San Francisco.
Nacido de un padre desconocido al final de la guerra de Argelia, estoy muy vinculado espiritualmente a Charles de Foucauld: él es mi guía y mi protector. Cuando todavía era un niño en Argel, mi madre me regaló una foto de él, en la parte posterior de la cual mi padre invisible, que se fue a Francia, había escrito estas palabras: «Él te protegerá y te amará por mí». Es aún más importante en mi vida que, habiendo crecido en la pequeña comunidad cristiana de Argel, después de la independencia, he escuchado a menudo el ejemplo del «hermano Charles» mencionado en relación con nuestras relaciones con nuestros amigos musulmanes. Para nosotros, él ya es santo desde hace mucho tiempo. Malentendidos de índole política, en relación con la colonización, parecían haber pospuesto sine die su canonización. La Santa Sede probablemente no quiso causar malentendidos con el gobierno argelino. El testimonio de los 19 benditos mártires de Argelia, que derramaron su sangre junto a muchos musulmanes víctimas de la violencia durante la década negra de la guerra civil, sin duda habrá arrojado luz sobre el mensaje fraterno de Charles de Foucauld que reivindicaron. todos cerca y lejos, mis amigos de Tibhirine en particular. Christian de Chergé firmó su célebre testamento el 1 de diciembre, aniversario de la muerte violenta de Charles de Foucauld.

Menos de diez años después de la serie de asesinatos de religiosos en Argelia, el hermano Carlos fue beatificado en Roma el 13 de noviembre de 2005. Esta celebración en la que tuve el placer de participar destacó un estilo profético de vida cristiana. desnudo, radiante, que hace de la religión un amor. Su canonización consagrará este modelo evangélico que bien podría transformar el perfil de la Iglesia católica en los próximos años, como en la época de San Francisco. El apostolado de la bondad, el abandono espiritual y la presencia discreta entre los pequeños, son los tres secretos, creo, de esta renovación eclesial «foucauldiana» que se ofrece, como oportunidad actual, a la institución clerical romana.
Al contemplar, en mi adolescencia, los seis exvotos que dejó Charles de Foucauld en el santuario de Nuestra Señora de África, que domina la bahía de Argel, admiré las etapas de su vida misionera. «Mi apostolado debe ser el de la bondad», dijo el ex oficial de caballería entrenado en Saumur, que luchó con sables la rebelión de Sheikh Bouamana contra la presencia colonial, en el sur de Orán, con el futuro general Lapperine. El arma de Dios es, por tanto, su bondad, comprendió a partir de la lectura del Evangelio, habiendo dejado el ejército para convertirse en explorador de Marruecos, luego en trapense y finalmente en ermitaño en medio de los tuareg, artesano del diálogo islámico. -Cristiano. Tres años en Nazaret le habían familiarizado con la ternura de Jesús y quería «gritar el Evangelio de vida», tejiendo con cada uno relaciones de amistad, como lo hizo en particular en Tamanrasset con amenokal, Moussa. Ag Amastan, jefe de una confederación tuareg. Ya no pensaba en convertir, sino en amar. «Estoy seguro de que el buen Dios dará la bienvenida al cielo a los que fueron buenos y honestos sin ser católicos«, escribió sobre los musulmanes que lo rodearon, sin ningún motivo ulterior de proselitismo, precursor en este Concilio Vaticano II y su documento más famoso sobre libertad religiosa, Dignitatis Humanæ. «No se trataba de predicar, sino de ser a la manera de Cristo«, me explicó uno de sus discípulos, el padre René Voillaume, durante su última entrevista, que me concedió en abril de 1999 para el diario La Croix.

Estoy seguro de que el buen Dios dará la bienvenida al cielo a aquellos que fueron buenos y honestos sin ser católicos romanos. (Carlos de Foucauld)

Carlos de Foucauld puso su apostolado de bondad bajo el signo del Corazón de Jesús, recibiendo allí con amor filial su confianza en la paternidad divina, fuente inagotable de fraternidad universal. «Quiero acostumbrar a todos los habitantes, cristianos, musulmanes, judíos a que me consideren su hermano«, le escribió a su prima Marie de Bondy, practicando una espiritualidad de entrega a la voluntad del Padre Celestial, a imitación de Jesucristo. Esta espiritualidad se profundizó en su ermita de Assekrem, en el sur de Argelia, cuando fue salvado del hambre por los tuareg que le trajeron leche de oveja en 1908. Se ofreció como pobre a Dios en completa entrega de sí mismo. «Padre mío, me entrego a ti. Haz lo que quieras conmigo. Hagas lo que hagas conmigo, gracias. Estoy dispuesto a todo, acepto todo, siempre y cuando se haga tu voluntad en mí, en todas tus criaturas, no quiero nada más mi Dios pongo mi alma en tus manos, te la doy mi Dios .. . ”Con unos doce años, balbuceé por primera vez su Oración del Abandono aprendida de memoria, en medio de las dunas de arena. Fue en El-Goléa, con mi madre y algunos de sus amigos, frente a la tumba del hermano Carlos. Allí, un niño rubio perdido en la inmensidad sahariana, entendí que tenía un padre que me amaba desde toda la eternidad, recibí el corazón de un hijo en el Hijo para ser mi hermano para todos. En el desierto había escuchado al Señor decirme también: “Tú eres mi hijo; hoy te he engendrado ”(Sal 2, 17).

Después de haber trabajado en Roma durante siete años, me gusta ir a rezar con las Hermanitas de Jesús, en Tre Fontane, frente al altar eucarístico del Padre de Foucauld, reservado con amor por ellas. Esta reliquia evoca el tercer secreto del hermano Carlos, después del Evangelio y del Sagrado Corazón: el Santo Rostro de Jesús. Símbolo del Verbo Encarnado, lo adoró internamente en el sacramento de la Eucaristía, don que Jesús hizo de sí mismo y que nos revela el amor infinito de su Padre por cada ser humano. Conmovido profundamente por estas palabras de Cristo puestas en relación, «Todo lo que le haces a uno de estos pequeños, es a mí a quien lo haces» y «Este es mi cuerpo, esta es mi sangre«, dijo. Buscó y amó a Jesús en los pequeños, en el fondo de esta Amazonía del norte de África que era para él la región bereber del Sahel. Al no poder celebrar la Misa durante meses, porque la regla exigía que el sacerdote tuviera un monaguillo, creía intensamente en el resplandor de la presencia eucarística que santifica misteriosamente a los que viven cerca.

La única partícula de nobleza que le importa a un cristiano, ¿no es la de la santidad diaria? ()Carlos de Foucauld)
Carlos Eugène de Foucauld de Pontbriand se fue transfigurando gradualmente por la adoración, convirtiéndose en Carlos de Tamanrasset, otro Cristo, como Francisco de Asís, Bernadette de Lourdes, Ignace de Loyola o Thérèse de Lisieux … La partícula de la única nobleza que cuenta para cristiano, ¿no es el de la santidad diaria?

Murió a la edad de 58 años el 1 de diciembre de 1916, asesinado por rebeldes Senusitas de Libia, aliados con Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, nos recuerda que la ofrenda de nuestra vida a Dios es la única forma de dar fruto, según la parábola del Evangelio, como el grano de trigo que cae en tierra. Además, puede ayudarnos a sentir la urgencia de un despojo de uno mismo, de una purificación del culto y de un retorno al Evangelio, para dar testimonio en silencio en el corazón de nuestros desiertos, en la sociedad secularizada. donde estamos inmersos. Su canonización será una promesa en este sentido para toda la Iglesia.

Un mártir sin verdugos

La experiencia de Charles de Foucauld, a 100 años de su muerte, induce a los bautizados a reconsiderar la relación con el islam

Un mártir sin verdugos


Charles de Foucauld es la figura que enseña a los bautizados la auténtica naturaleza del martirio cristiano, a menudo distorsionada por la «ideología de la persecución».El hermano Michael Davide Semeraro, monje benedictino y maestro de espiritualidad, ofrece una perspectiva muy original sobre el «pequeño hermano» y sobre su herencia, a cien años de su muerte. La figura de De Foucauld, como explica en su libro «Charles de Foucauld. Explorador y profeta de fraternidad universal» no es indiferente en la intemperie eclesial contemporánea, marcada por una relación para muchos problemática cuando no conflictiva con el islam.

La experiencia de Charles es muy útil para volver a considerar hoy el sentido y el significado profundo del martirio cristiano: «En él es vivido sin la necesidad de buscar al verdugo. Solo así se sale del círculo vicioso de la venganza y se entra en la esfera del Evangelio. El verdugo no es necesario para el mártir cristiano: lo que cuenta es la disponibilidad a dar la vida hasta el fondo», explicó el benedictino a Vatican Insider.

Aquí radica la sutil diferencia, que aleja las historias de los mártires de quienes las utilizan como pretexto para movilizaciones identitarias o como punto de partida para campañas de indignación, en una clave político-cultural.

En la actualidad, el martirio sufre a menudo una «modificación genética», cuando los sufrimientos de los fieles son insturmentalizados según lógicas de poder e incluso según los negocios. O cuando el enfoque con el que se ven es el de la mera «reivindicación de los derechos», que queda encerrada en el ala de la Iglesia «modelo Amnistía Internacional».

«Charles de Foucauld representa para la historia de la Iglesia un punto del que no se puede volver: su profecía cayó en el desierto del Sahara como el evangélico grano de trigo, el primero de diciembre de 1916. Abrió nuevos senderos y nuevos caminos mucho antes de que el Concilio Vaticano II cobrara conciencia», explicó Semeraro.

El benedictino encuentra en su vida referencias a Benito de Nursia y a Francisco de Asís: «De la tradición benedictina, vivida el tiempo que pasó como trapista, custodia el aspecto contemplativo de atención a Dios y a los hermanos. De Francisco de Asís imita la pasión por una constante vuelta al Evangelio “sine glossa” y la condición de minoridad, que siempre es lo que permite dar el primer e incondicional paso hacia el otro».

 Y si para el Santo de Asís el viaje hacia la tienda de Saladino representó un momento importante de su camino interior, «el encuentro con el islam fue, para el vizconde Charles de Foucauld, un llamado a la interioridad y a la trascendencia. Son justamente los musulmanes, con su actitud de oración frente al Altísimo, los que le permiten volver a descubrir su fe bautismal».

Así, el explorador geográfico-militar se transforma en un «explorador humano» que trata de adoptar el punto de vista del otro con humildad auténtica. Es un proceso de despojo de sí: «el primer paso es aprender de los otros y aprender la lengua del otro, para conocer sus vida, sus emociones, sus deseos, la manera en las que están acostumbrados a percibir el misterio de la vida, con sus alegrías y fatigas. Charles escribe en su diario: para hacer el bien a las almas hay que poder hablarles, y para hablar del buen Dios y de las cosas interiores hay que saber bien la lengua».

«En este sentido —prosigue Semeraro— Charles retoma la intuición de grandes misioneros como Cirilo y Metodio, como Matteo Ricci. Por esto aprende la lengua de los tuareg, prepara diccionarios, reúne cientos de poemas mediante las que se transmite la sabiduría de estos pueblos».

En la relación con el prójimo, no parte pensando que es el depositario de la verdad: «La verdad es una persona, Cristo Jesús, y es solo la conformación a su forma de hablar, de actuar, de hacerse presente a las necesidades del otro lo que permite ser reconocidos y, en cierto sentido, amados».

Décadas más tarde, esta misma estructura de pensamiento y de acción se reprodujo nuevamente en Tibhirine, en los monjes trapistas asesinados en 1996 en Notre Dame del Atlas. Y, en el tercer milenio, después del atentado contra las Torres Gemelas y de los ataques terroristas en Europa, la experiencia de Charles, según Semeraro, puede ayudar a los cristianos «a leer con una mirada de fe la presencia de los “otros”, deslegitimando lo que muchos consideran como un enfrentamiento contra la civilización islámica».

Uno de los mensajes más fuertes y significativos de De Foucauld se relaciona, pues, con el enfoque hacia el islam: «El beato, hoy, ofrece testimonio de la plena adhesión al Evangelio en su exponerse unilateralmente, es decir sin reciprocidad, a la relación fraterna con los musulmanes».

En lo profundo del desierto argelino, en donde acabará su vida terrenal, Charles de Foucauld lee el Evangelio y adora la presencia de Cristo en la Eucaristía no para protegerse con la coraza de una identidad fuerte y contrapuesta, sino para abrirse a una fraternidad cada vez más universal.

PAOLO AFFATATOPUBBLICATO IL01 Dicembre 2016 ULTIMA MODIFICA06 Luglio 2019 18:07 La Stampa.

C. de Foucauld y el espíritu de Asís, raíz de Europa

«Una mística de los ojos abiertos»

AGUSTÍN ORTEGA

En Foucauld, como en Francisco de Asís, no hay dualismos espiritualistas o esquizofrenias entre la mística y la vida, la fe y la cultura o razón, la oración y la militancia por la justicia frente al mal e injusticia

(Agustín Ortega).- Estamos celebrando el aniversario del Beato Carlos de Foucauld, uno de los testimonios espirituales y de la iglesia más significativos de nuestra época.

Como se ha dicho, hay claras semejanzas entre Foucauld y Francisco de Asís, que recoge lo más valioso de la fe, de la santidad y tradición de la iglesia. Efectivamente, ambos europeos, la primera etapa de su existencia llevaron una vida más superficial y ególatra, centradas en sus ambiciones e intereses individuales. Tras lo cual, experimentaron un proceso de conversión a Jesús en una espiritualidad de encarnación en la pobreza fraterna y solidaria con los pobres de la tierra; frente a los ídolos del poder y de la riqueza-ser rico. Como manifestaba Foucauld, «no sé si habrá alguien que pueda contemplarte en el pesebre y seguir siendo rico: yo no puedo».

Una vida de fe mística en comunión con Dios en Cristo, con la iglesia y con los otros, con los pobres, excluidos y últimos de este mundo. Esta espiritualidad de encarnación, desde el último lugar en la pobreza solidaria y liberadora, como se revela en Jesús de Nazaret, asume la realidad y el mundo. Con sus alegrías e injusticias, sus gozos, trabajos, sufrimientos u opresiones. En el espesor u hondura de la realidad e historia, se realiza una vida espiritual profunda y madura que integra e inter-relaciona: la fe y la misión, la mística y el servicio, la contemplación y la lucha por la justicia; la oración y el compromiso liberador con los pobres, la celebración de la liturgia con sus sacramentos, como la eucaristía, y una vida honrada. Con una moral que promueve el desarrollo humano e integral.

Ante las autoridades y poderosos de la tierra, Foucauld denuncia constantemente la injusticia, tal como es la esclavitud. Como él mismo afirma, «hace falta querer la justicia y odiar la iniquidad, y cuando se comete una gran injusticia contra alguien, tenemos responsabilidad, hace falta decirlo…No tenemos derecho a ser centinelas dormidos o perros mudos o pastores indiferentes». En Foucauld, como en Francisco de Asís, no hay dualismos espiritualistas o esquizofrenias entre la mística y la vida, la fe y la cultura o razón, la oración y la militancia por la justicia frente al mal e injusticia. El proceso de conversión en el seguimiento de Jesús, con una vida espiritual madura e intensa, se va realizando en la misión del Evangelio que se hace servicio de la fe, de la solidaridad y de la justicia con los pobres. Con un diálogo profundo con los otros, con las otras culturas, naciones o etnias y religiones que acoge todo lo bueno, bello y verdadero de esta alteridad. Y que, al mismo tiempo, va promoviendo la liberación integral de todo mal, pecado e injusticia.

La vida de humildad, entrega y pobreza encarnada en la solidaridad fraterna con los pobres, lleva a Foucauld a este diálogo de la fe con la cultura empleando las mediaciones de la razón e inteligencia. Frente a todo fundamentalismo y sectarismo, fanatismo e integrismo, es una espiritualidad y ética efectiva e inteligente que promueve la cultura, el estudio e investigación. En un conocimiento, compresión y transformación de la realidad, que es imprescindible en la misión evangelizadora. Es la misión de la inteligencia de la fe que transmite el Evangelio de la no violencia, de la paz y de la justicia con los pobres. Para testimoniar así el bien, la bondad y la misericordia, la verdad y la belleza del Dios que se revela en Jesús de Nazaret.

Todo un testimonio de inculturación de la fe que encarna el Evangelio en la realidad. Una mística de los ojos abiertos, asumiendo toda la realidad de los otros, la realidad social e histórica, para promover la salvación liberadora e integral de todo lo que deshumaniza u oprime. Como se observa, esta mística y espiritualidad que expresa todo este humanismo solidario e integral, es y debe ser la raíz de Europa. Frente a la Europa de los mercaderes, del capital y del mercado convertidos en falsos dioses con sus ídolos del poder y de la riqueza-ser rico. La Europa de las armas, guerras y violencias, de la destrucción cultural, social y ecológica, con sus vallas y fronteras excluyentes, que no respeta la vida, dignidad y derechos de las personas.

Por tanto, Carlos de Focauld en el espíritu de Asís, que es la más auténtica raíz de Europa como son sus santos, nos ofrecen toda una alternativa espiritual, cultural, moral y social. Desde la fraternidad y moral universal (católica) de la fe, que se hace pobreza solidaria en la paz y justicia con los pobres de la tierra. Con la acogida y cuidado de los otros, de los pueblos, culturas y de esa casa común como es el planeta (la naturaleza y hábitat ecológico). En un dialogo (encuentro) inter-religioso e inter-cultural que lleva al desarrollo y ecología integral, espiritual, humana, social y ambiental. Una espiritualidad y trascendencia de la existencia, hacia los otros y los pobres, hacia el cosmos y Dios que, en Cristo, es comunión con todo el universo.