Carlos de Foucauld: La fragancia del Evangelio

La presentación del libro Carlos de Foucauld: La fragancia del Evangelio publicado por la
editorial PPC en el año del primer centenario (+1 diciembre 1916)
de la muerte/martirio del beato Carlos de Foucauld apareció de
manera modesta en noviembre de 2012 impreso en Murcia a
expensas del pecunio del autor. Aquella primera edición modesta
contaba con 206 páginas. La edición que recensionamos ha sido
revisada y aumentada con la ciencia y experiencia de estos años
pasados contando en la nueva edición con cuarenta páginas más.
El autor, como en muchas de sus publicaciones y escritos,
reflexiona sobre el Evangelio de la mano de Carlos de Foucauld, el
monje/misionero del Sahara que se dejó embriagar por la fragancia
del Evangelio y con el paso del tiempo puede ayudarnos a disfrutar
en nuestra hora presente de ese buen olor de Cristo. Le viene su
vocación de lector desde el aprendizaje de las primeras letras. Su
encuentro con los místicos españoles y con los textos del reformador
francés René Voillaume, especialmente en su libro “En el corazón de
las masas” (Madrid 1958), en sus años de formación seminarística, le
abrieron un horizonte de sentimientos que a lo largo del tiempo ha
ido convirtiendo en libros-testimonio que comparte con sus lectores
para invitar a hacer el mismo viaje de búsqueda del Absoluto. Más
de dieciocho obras jalonan su curriculum junto a innumerables
artículos en revistas tan afamadas como Cuadernos de Oración y
Pastoral Misionera. Luz en el tiempo (Cartagena 1973); Canciones del
hombre nuevo
(Santander 1987); Imágenes y profecías de la amistad
(Santander 1993); Experiencia con la soledad. Páginas de vida y oración
(Madrid 1994); Ráfagas del Espíritu (Santander 1999); Un Dios
locamente enamorado de ti. Fragmentos de oración y vida cristiana

(Santander 2000); Contemplación de la Navidad. Versos y oraciones del
Enmanuel
(Madrid 2000); La vida más allá del sentido (Murcia 2010);
Poemas para la Utopía (Murcía 2011); Un camino imposible (Murcia
2011); Queda el amor (Murcia 2012); Lao Tse y Jesús de Nazaret – Dos
caminos en el amor y la unidad
(Madrid 2013); La oración, aventura
apasionante – Sólo se escucha en el silencio
(Madrid 2013); Ojos nuevos
para un mundo nuevo. De la experiencia mística a otro mundo posible

(Bilbao 2014); Francisco de Asís. Una luz puesta en lo alto (Bilbao
2015).
Imposible conocer una obra, que al fin y a la postre, es texto
sin conocer al autor que nos sitúa en un contexto y nos hace adivinar
su intencionalidad como borrador o pretexto. Nada o poco se
entendería de su obra sin la atmósfera envolvente y al tiempo
apasionante de los prolegómenos, celebración y aplicación del aire
fresco que supuso y supone el II Concilio del Vaticano ni los
pioneros que con esfuerzo y con frecuencia incomprensión fueron
rotulando nuevos caminos misioneros como así lo hicieron Marcel
Légaut, Jacques y Raïsa Maritain, Albert Peyriguère, Tomás
Malagón, Fernando Urbina de la Quintana, Juan Martín Velasco,
Antonio Cañizares Llovera y tantos otros.
Junto a esta corriente reformadora, como se puede colegir
por los títulos de sus libros, otra gran fuente de vida y compromiso
le supuso el encuentro con la espiritualidad foucaldiana. Páginas
para la historia de la espiritualidad cristiana salieron de la pluma de
René Bazin, René Voillaume, J. François Six, Roger Quesnel, Carlo
Carretto, Arturo Paoli, Segundo Galilea, François Chatelard. Mucho
debe el autor y mucho le debe al autor la revista “Iesus Caritas”
publicada bajo el patrocinio de la asociación Familias Carlos de
Foucauld y de la que fue director y asiduo colaborador bajo el
pseudónimo de Lorenzo Alcina. La Fraternidad Sacerdotal que
configuró su espiritualidad comenzó su andadura en España ahora
hace cuarenta años con la celebración del primer Mes de Nazaret
celebrado en Cerro Miguel en las estribaciones de Sierra Nevada.
Comprometidos con el mundo obrero y su acción pastoral estaba
relacionada con la Acción Católica tanto de jóvenes (JOC) como de
adultos (HOAC). El autor era párroco en Cartagena. En los últimos
años había buscado en la filosofía de la no violencia y compartido su
vida con los miembros de la Comunidad del Arca que Lanza del
Vasto, discípulo de Ghandi, había fundado en Elche de la Sierra
(Albacete), en la sierra de Segura.
En trece capítulos el autor nos introduce en los fundamentos
de la vida cristiana de la mano del beato Carlos de Foucauld
precedidos de un prólogo y un apéndice que es síntesis e itinerario
del Evangelio vivido desde la espiritualidad del marabout-profeta del
desierto.
La dedicatoria es la clave para llegar al hondón de la
experiencia del autor. La encuadra con una cita tomada de El
Evangelio del loco de Jean-Edern Hallier donde se invita al lector a
leer la vida desde el corazón: “En Foucauld he despertado lo que había
en mí de dormido a la vida. […] Cuando solo unos pocos seamos capaces de
hablar el lenguaje del corazón –corazón, materia de poesía–, nosotros, los
últimos hombres en libertad, no tendremos más remedio que reanudar la
marcha incierta, como bando de Jesús portando la antorcha de la caridad a
través del país de los muertos
”. Me emocionó en su momento leer los
nombres de tantos amigos con los que durante años compartí la vida
y la fe y ahora, los que aun no han marchado a la casa del Padre,
seguimos buscando juntos. Los nombres de Antonio Sicilia Velasco,
José Marco Santa, Francisco Clemente Rodríguez, Domingo Torá,
José Sánchez Ramos, Jesús Arias y Mateo Clares Sevilla suscitan en
mí sentimientos de gozo y gratitud y juntos hemos soñado “con un
cielo nuevo y una tierra nueva”.
En el prólogo López Baeza presenta los interrogantes que
han suscitado su reflexión que formula del modo siguiente: “¿Qué
tiene este hombre (Hno. Carlos) que, tras su conversión, se retiró durante
casi treinta años al desierto para atraer tan poderosamente a muchos de los
espíritus más perspicaces de nuestra época? ¿Cuál es el núcleo esencial del
mensaje de este creyente, seguidor fiel de Jesús de Nazaret y en Nazaret,
para que muchos contemporáneos intuyan en él un guión, una ayuda, para
avanzar confiadamente en su vida cristiana, y hasta un profeta de los que
marcan senderos nuevos al cristianismo?” para intentar dar una
respuesta a los interrogantes del hombre de hoy cuando escribe:
Carlos de Foucauld, hombre siempre en búsqueda, especialmente
sensible a las llamadas de su hondura interior, puede ser considerado
como un ejemplo en el modo de solucionar los conflictos
cabeza/corazón, fidelidad a su propia conciencia y a la obediencia
debida a sus responsables eclesiales, escucha amorosa/atenta del
Evangelio y a la vez del mundo concreto en que le tocó vivir”
. Carlos
de Foucauld conoció este martirio en su propia fidelidad del que
escribirá nuestro autor que “no me cabe la menor duda de que lo
sorprendente de Carlos de Foucauld, entre los muchos ingredientes
imprescindibles para el seguimiento de Jesús que en él se nos muestran, hay
que situar preferentemente ese sentido de la santidad que consiste en no
separar nunca ni para nada la fe en Dios de la fe en el hombre (cada uno en
sí mismo y en la entera humanidad histórica). Creo que se trata de lo que
queremos encerrar en el subtítulo La fragancia del Evangelio”. Concluye
el prólogo con una afirmación que brota del convencimiento y la
experiencia: “Mantenerse fiel a uno mismo es hoy una forma de ser mártir
de la verdad y del amor a la vida. Una forma de morir cada día, desoyendo
las invitaciones de acomodarse a los esquemas prefabricados del poder
anónimo (…) El precio de la propia fidelidad es alto –por eso son tan pocos
los que a él se arriesgan–
”.
En el primer capítulo de la obra es una evocación llena de
nombres y gratitudes. Recuerda que la lectura de los escritos de
René Voillaume a los Hermanos de Jesús recogidos en En el corazón
de las masas
, junto a la lectura de los escritos de santa Teresa de
Ávila y san Juan de la Cruz, fueron llevando su mente y su corazón a
la contemplación de los misterios de la encarnación y vida oculta en
Nazaret y a la praxis pastoral abrahámica de puesta en camino para
salir al encuentro del hermano bien dispuestos después de adorar al
Eterno como la mejor escuela de servicio desinteresado, adoración
que él llamará “vuelta al Evangelio” en una aplicación franciscana sin
glosa y con mucho amor.
Un segundo capítulo enfrenta al lector con la luz nueva de la
fe. Recordando la Constitución Gaudium et Spes del II Concilio del
Vaticano no poca responsabilidad tienen los creyentes en el actual
fenómeno de la increencia (n. 17) por lo que los bautizados hemos de
afrontar con valentía los obstáculos que se oponen a la fe. Carlos de
Foucauld por diversas circunstancias perdió la fe. Lo cuanta a su
amigo Enrique de Castries, el catorce de Agosto de 1901: “Durante
doce años he vivido sin ninguna fe. Nada me parecía bastante probado; esa
fe tan similar a todas las religiones tan diversas, me parecía la condenación
de todas (…) Permanecí doce años sin negar nada y sin creer nada,
desesperando de la verdad, y no aceptando ni siquiera a Dios, al parecerme
que ninguna prueba era suficientemente evidente
” (p. 94). El ejemplo y la
bondad de su prima María Moitessier le devolvieron a la fe junto al
tino pastoral del P. Huvelin. Converso experimenta la fuerza
liberadora de la fe que le lleva a buscar con ahínco la voluntad de
Dios dejándose llevar por Él y recorriendo caminos inimaginables
en años anteriores como estancia en la Trapa, Nazaret o encuentro
con el mundo creyente islámico. La fe es gracia pero exige
disposición y búsqueda de nuestra parte. El itinerario espiritual del
Hermano Carlos se puede sintetizar como búsqueda de la voluntad
de Dios.
El tercer capítulo presenta a Dios como Absoluto. Es un
tema muy querido en la reflexión del tiempo de Carlos de Foucauld
al hilo del pensamiento filosófico. Él escribirá a su amigo Henry de
Castries el 14 de agosto de 1901: “En cuanto creí que había un Dios,
comprendí que no podía hacer otra cosa que vivir sólo para Él: mi vocación
religiosa data del mismo momento que mi fe: ¡Dios es tan grande! ¡Hay tal
diferencia entre Dios y todo lo que no es Él!”
López Baeza escribirá “que
el ser humano es un peregrino del Absoluto lo revela el hambre insaciable de
vida, felicidad, libertad y amor que siente dentro de sí como su verdad más
inalienable
”. En el cuarto capítulo el autor añade a la reflexión el
modo con que Jesús es Absoluto indicando que solo es digno de fe un
ser supremo que hace de su superioridad un servicio para ayudar a
los que están más bajos que él para lo que es menester encontrar a
Dios en las encrucijadas de la historia y siendo humanos a la manera
divina para añadir que la “lectio divina”, el silencio enamorado y el
Evangelio son caminos de encuentro personal con Jesús. Termina el
capítulo indicando que las bienaventuranzas son el fondo y la forma
de la predicación cristiana.
La eucaristía ocupa el quinto capítulo. Ocupa el centro de la
espiritualidad del Hermano Carlos. Él escribirá: “La eucaristía es
Jesús”. Ésta exige unas disposiciones puesto que no es un banquete
para puros y satisfechos sino para aquellos que se anonadan con
Jesús. “Heme aquí, entrando en mi clausura, al pie del divino
tabernáculo, para llevar bajo los ojos del Bien amado tan semejante a
la casa divina de Nazaret, como me lo permita la miseria de mi
corazón
” (Beni-Abbés el ocho de abril de 1905). Este texto muestra a
Carlos de Foucauld viviendo día y noche en presencia del Santísimo
Sacramento, como si se encontrara en la santa casa de Nazaret, en la
cercanía de Jesús, bajo sus ojos, con María y José. La Eucaristía es el
Santo Sacrificio de la Misa, en la que Jesús se inmola en sacrificio a
su Padre. Para ofrecer este sacrificio y rendir así la mayor gloria
posible a Dios, Carlos ha deseado, a partir de abril de 1900, recibir el
sacerdocio. Lo había descartado durante largo tiempo, para
permanecer en la humildad y en la abyección de la vida de Nazaret.
Pero un día escribe al abate Huvelin: “Nunca un hombre imita más
perfectamente a nuestro Señor que cuando ofrece el santo sacrificio… Yo
debo poner la humildad donde nuestro Señor la ha colocado; practicarla
como El la ha practicado; y para esto, practicarla en el sacerdocio,
siguiendo su ejemplo
”. El sacramento del último lugar –capítulo sexto-
es consecuencia lógica de la espiritualidad de Nazaret y de la
presencia de Jesús en la eucaristía. Al Dios escondido se llega
bajando.
El capítulo séptimo se pregunta si puede existir salvación
vivida, experimentada, sentida, que no sea causa de felicidad y de
gozo. Así el autor hace un repaso de las amistades de Carlos de
Foucauld desde su abuelo el coronel De Morlet y su alegría
contenida por las travesuras de sus nietos a la alegría de la amistad
con el amigo de la infancia Gabriel Tourdes o su misma prima María
Moitessier. La amistad es fruto de la primavera de la Resurrección y
patrimonio del alma enamorada. Termina el capítulo con una
reflexión de la exhortación apostólica Evangelii gaudium del papa
Francisco para hacer notar que “la alegría del Evangelio llena el
corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se
dejan salvar por él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío
interior, del aislamiento
” (n. 1).
La felicidad no es ajena a la cruz de Cristo. Así se presenta
en el capítulo octavo en cuanto que la cruz solo es llevadera en el
amor al Crucificado y a los crucificados de la historia para sacar
amor de donde no hay amor siendo hermano de todos viviendo la
fraternidad poniendo como modelo la casa de Nazaret –capítulo
noveno-. Llegado a este punto el autor reflexiona sobre la urgencia
de sencillez en todas las manifestaciones eclesiales sugiriendo la
fraternidad con los ricos a través de la fraternidad con los pobres
viviendo como drama interior los enfrentamientos y guerras y
optando por la construcción de la fraternidad universal.
El capítulo décimo se dedica a la espiritualidad del desierto
retomando la tradición de la iglesia primitiva y donde el tiempo está
preñado de eternidad. En la exposición se recoge la sabiduría de la
experiencia del autor que, entre otros trabajos, redactó junto a José
Sánchez Ramos un directorio para el tiempo de desierto aunque
conviene en señalar como desiertos cercanos el sagrario, la soledad,
la huida de vanas discusiones y luchas por el poder. Termina
afirmando que el desierto de la vida es, sin duda, lugar de renovación
espiritual y misionera. Este capítulo se complementa con el
undécimo dedicado a la oración bajo el sugerente epígrafe “Cómo
puedo, si te amo de verdad, no mirarte” y reivindica el autor tiempos
vacíos para estar a solas con Dios calificando a ésta como “argamasa”
de la vida cristiana desde donde se mira con amor a Dios y al mundo
“gritando el Evangelio desde los tejados” sabiendo que será el trato
íntimo con Jesús en la oración el que nos enseñe cuándo debemos
hablar y cuándo callar. El trato con el Señor, así se presenta en el
capítulo duodécimo, lleva al creyente a dar la vida porque ésta no me
pertenece si no es compartida de tal forma que denunciar los
atropellos, vinieren de donde vinieren, es un deber de amor de Dios
y al prójimo para que vivir de tal manera que nuestra muerte sea el
resultado fiel de cómo hemos vivido. ¿No es aquí donde se justifica y
adquiere su mayor grandeza evangélica el martirio?
El capítulo décimo tercero es un homenaje a Georges
Gorree y Germain Chauvel que ya escribieron en 1968 un libro con
el título “Misioneros que no evangelizaron”. Es una aplicación pastoral
de la espiritualidad de encarnación anteriormente expuesta y vivida
por Carlos de Foucauld y su discípulo y seguidor Albert Peyriguère.
Este estilo evangelizador exige unas notas que le hacen singular a la
hora de seguir y anunciar a Jesucristo, a saber, la austeridad de vida
y la solidaridad con los pobres; la evangelización con la simple
presencia; el cuidado y atención al diálogo interreligioso; la
evangelización a través de la amistad y la imitación en su modo de
vida y aspiraciones de los más pobres. El autor cita de nuevo al papa
Francisco para mostrar la similitud de su proyecto evangelizador
con el de Carlos de Foucauld.
El libro ofrece un apéndice donde de modo resumido y
sintético, bajo el epígrafe de “La profecía de Carlos de Foucauld” el
autor adelanta el futuro de la Iglesia en once proposiciones para
terminar con la exclamación ¡O no será la Iglesia de Jesucristo! Hay
que destacar también la selecta bibliografía al alcance del lector que
divide en cuatro apartados: escritos de Carlos de Foucauld; libros en
torno a Carlos de Foucauld; obras de Albert Peyriguère; y obras de
carácter general relacionadas con el tema.
La obra es oportuna como divulgación de la espiritualidad
foucaldiana en este año 2016 en que se celebra el centenario de su
muerte/asesinato al tiempo que es de fácil y atrayente lectura lo que
la hace asequible a todo tipo de lector interesado sin más
pretensiones que dar a conocer una espiritualidad que puede aportar
mucho en el modo y forma de anunciar a Jesucristo en nuestros días.
Obra de madurez que con el paso del tiempo será tenida como
referencia por todos aquellos que quieran vivir el Evangelio de la
mano del beato Carlos de Foucauld.
MANUEL POZO OLLER – DIRECTOR BOLETÍN IESUS CARITAS

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