En lo personal es de lo que más me interesa en la oración, junto a la contemplación y adoración «el interceder», fundamental, y cada vez más necesario ..
La foto es la sencilla Cruz de palo que me acompaña desde la época del rancho en el asentamiento. Abrazo y siempre en unión de oraciones !!!
INTERCEDER “escuchar el Clamor de Liberación y Vida” Ya desde bien jovencito, alrededor de los 19 años de edad, atraído por una vida de oración, Adoración e Intercesión, me había asociado a una Madre italiana, (religiosa Dominica), quien reunía en torno a sí a un grupo de personas para ser servidores de oración.. luego, esa asociación se disolvió, pero esos ideales, esa intuición de comunión con el Señor y de servicio a los hermanos intercediendo, se mantuvo firme y creciente a través del tiempo, y sigue intacta hoy, a mis 57 años de edad. A principios de la década del 2000, ya entrado en los 30 años, pude realizar una etapa de búsqueda y concreción de “Pustinia” (desierto) esto fue el instalarme en un “cantegril” o asentamiento (villa, chabola, etc) en la periferia del barrio, en una pequeña y muy humilde casita que construí, bloque sobre bloque, con la ayuda de mi hermmano, y el apoyo afectivo de los queridos compañeros de camino de aquella etapa, para vivir solo y en oración, donde permanecí unos años. Fue un simple cambio de casa, de dirección, nada aparatoso, sin ceremonias especiales, como lo que era, un vecino más. Aquel lugar y vecinos me regalaron ensanchar el corazón y abrir la mente para escuchar el Clamor de Liberación y Vida de los últimos, los pequeños y el llamado concreto a vivir Nazareth, al estilo propuesto por el Espíritu a nuestro hermano mayor Carlos de Foucauld, integrandome a su Familia, donde encontré renovado y más adaptado a mi realidad vivencial todo lo referente también a un llamado, a ser “hermano de todos” como dirá nuestro Carlos, en un amor apasionado por Jesús., que se quiere expresar, derramar, en lo pequeño de nuestras realidades cotidianas, toda una mística de apertura y hospitalidad al otro, tomando su lugar, y en mi caso también, mediante la dedicación a la oración, como fuerza de esperanza y transformación. Así mismo asumí en mi camino de seguimiento, los postulados de la llamada Teología Latinoamericana, un ser, estar y caminar con los de abajo, pues es desde allí donde se mamifiesta y obra el Espíritu Santo, como lo demuestra la historia de los “anawin” (los pequeños que confían y esperan en Yahvé!). Un apreciado hermano que me acompaña me dijo: usted es, o quiere ser “un pequeño de oración”.. y para mí, esto es: permanecer ante el Amado, en oración junto a María, siempre presente y cercana en mi vida, un voto del alma: ¡con Ella todo!.. así, un 19 de marzo, Festividad de San José, hice opción de oración especialísima por los inocentes de derechos vulnerados y por las minorías sociales, descartadas y marginadas.. por todos.. El verdadero y pleno sentido del vivir y orar, necesariamente se han de manifiestar en la preocupación por el otro, por el hermano, en un tiempo concreto dedicado a esa donación amorosa, gratuita, al estilo de Jesús, Nazareno y Redentor. Jorge Márquez, Foucauld (Uruguay)
Como laico vive el celibato opcional. Pertenece a la familia espiritual Carlos de Foucauld. Estudió arte —dibujo y pintura—. Se desempeña como jardinero. Es parte del equipo de redacción de la revista Umbrales.
Nuestra vida es, por el simple hecho de ser personas, un itinerario permanente, instintivo, consciente o no, en búsqueda de comunión, del encuentro con Dios, y en esto podríamos decir que se nos va la vida entera. Jesús nos muestra el camino, iniciándolo y recorriéndolo él mismo. La clave es el encuentro con el hermano, con el pobre, el pequeño, el último, ‘encuentros liberadores’ donde profundizamos juntos nuestro ser hijos del Padre, hermanos entre nosotros, rescatándonos así del vacío existencial y de todas las injusticias sociales que nos puedan marginar de una vida digna, plena. Muy sencillamente y como laico, compartiré unas pequeñas reflexiones, desde experiencias cotidianas, donde el escuchar, y ponernos en camino, despojados y abordables, nos preparan y permiten el encuentro.
1.1. Escuchar y ponerse en camino
Desde jovencito anidaba en mí el deseo de ir a vivir en soledad a un medio pobre, aún más pobre que el mío, que soy hijo de una familia de obreros y de un popular y populoso barrio de Montevideo, deseo que me fue desaconsejado, en primera instancia y con buen juicio, por los acompañantes espirituales de aquella etapa de mi vida. Fueron pasando los años, pero siempre persistió aquella inquietud, que se hacía más fuerte y, al ver en mi camino aquellos rancheríos de techos de lata, alejados, al borde de los barrios, como expulsados de los mismos, se me hizo más claro escuchar, visibilizar, de dónde provenía ‘el clamor’, el llamado. Recién a principios de la década del 2000 fue que pude comenzar a concretar aquel sueño. Lo único que sabía era que tenía que ir solo, a vivir y rezar allí, y que no iba a reproducir la experiencia de otros, ni a iniciar alguna obra social, ni como agente pastoral de una parroquia, etcétera. Era un cambio de barrio, de dirección, y abierto a lo que Dios quisiera mostrarme. Así empecé a buscar “el cantegril” (asentamiento) en el qué afincarme, y, ya de arranque, comenzaron las experiencias removedoras, a través de personas concretas.
En uno de mis primeros recorridos, saliendo de un asentamiento, me encuentro con un hombre mayor: venía tirando de su carro, volviendo de su trabajo como hurgador. Y allí mismo lo abordo y le pregunto: “señor, ¿usted sabe si acá habrá algún pedazo de terreno donde pueda hacerme un rancho?”. El hombre me mira en silencio, y luego me dice: “¿y vos qué querés hacer acá? Vos no sos de acá…”. Yo le contesto que sí, “yo soy de barrio”… Ante mi sorpresa veo aparecer lágrimas en sus ojos y sigue: “m’hijo, no ves que no sabés ni dónde estás, ni con quién estás hablando, yo tengo varios años de cárcel arriba” … y seguían las lágrimas. No atiné a decirle nada más que, a pesar de eso, él seguía siendo un hombre bueno, pues al contármelo, en cierta forma, me estaba cuidando. El hombre puso su mano sobre mi hombro y simplemente dijo “¡gracias!” y siguió su camino… Dios se hacía presente, en ese simple acto de encuentro entre dos desconocidos. Seguramente a mí me liberaba de una visión idealizada … intuyo que aquel interlocutor también se fue un poco más aliviado. A lo largo de los meses siguió la búsqueda hasta encontrar finalmente el lugar donde levantar la casita, que se realizó con la ayuda concreta de hermanos en la fe, y con mi hermano menor hicimos de albañiles, y comenzamos a levantar las paredes con bloques, y ponerle techo de chapas. Allí viví durante varios años, fue una de las experiencias más transformadoras y enriquecedoras de mi vida, siendo simplemente un vecino más, y dejando que Dios me hablara a través de aquellas personas concretas, mayoritariamente parejas jóvenes con hijos. Allí puedo decir que si bien era ‘sapo de otro pozo’, me sentí bien recibido. Pude constatar de cerca que la mayor pobreza, no es solo material, sino la consecuencia de esta: el estar marginado, al borde, separados. Allí también estábamos materialmente separados del resto del barrio por una cañada. Pocas son las posibilidades de socialización, sacando la escuela, los mandados, y algún evento ocasional. Esa situación de lejanía y aislamiento en la que viven estos hermanos es lo que mayor dolor me produce, también la estigmatización, pues para muchas personas, por el sólo hecho de vivir en un asentamiento “son todos chorros” (ladrones), a mí me lo gritaron alguna vez y tuve que vencer la tentación del orgullo herido que quería defenderse: “yo estoy acá, pero no soy así”… ¡Cuánto tengo para agradecer a mis amigos del cantegril! Estando con ellos pude profundizar la fe, despojándola de tantos ‘adornos sobrantes’, mostrándome “el verdadero rostro de Cristo”, como dice papa Francisco. Aprender junto a ellos lo que significa ser de los últimos, compartir sencillamente de lo poco, ¡haciendo de ello una fiesta!
Pero uno de los hallazgos más grandes fue el cambio de mi paradigma de comunidad, tantas veces asociado casi exclusivamente con los hermanos con quienes uno comparte y celebra la fe. Acá se me reveló claramente que mis hermanos, ‘mi fraternidad’, han de ser los alejados, invisibilizados por la pobreza, fracturados e inmovilizados por tantísimos dolores, que les impiden entrar en relación plena en derechos y deberes con el resto. Allí pude agudizar el oído y escuchar claramente ‘el sordo clamor del hombre’ que pide liberación y vida, que clama por ‘entrar en comunión’, una comunión profunda que se realiza en pequeños encuentros, cotidianos, ¡pequeños, pero muy profundos! A través de distintas intuiciones y experiencias vamos también haciendo necesarias opciones que pueden dar una nueva orientación a nuestra vida —en mi caso estas exigieron hasta un cambio de espiritualidad, que se escribe fácil, pero que implicó todo un duelo…—.
1.2. Despojados y abordables para el encuentro
Hace ya más de 20 años que la vida me presentó la posibilidad de trabajar como jardinero, trabajo que tiene mucho “de pico y pala, de flores y mariposas” ¡y del que disfruto mucho! Dada la importancia que tiene el trabajo en nuestras vidas, por la sabiduría y experiencia que nos exige, por el tiempo y esfuerzo que conlleva, podemos decir también que el mismo ‘nos posiciona socialmente’, y acá una nueva invitación a ‘insertarme y asumir como hermanos’ a todos los que forman parte de una gran masa de trabajadores itinerantes, generalmente provenientes de barrios pobres, algunos también marginados, que cruzan cada día hacia los barrios más acomodados de la ciudad buscando sustento, especialmente para sus familias, entre ellos, pequeños albañiles, feriantes, hurgadores, vendedores ambulantes, y este hace que mis primeros compañeros de trabajo sean todos los empleados en el servicio doméstico. Al iniciar la jornada, tempranito en la mañana, comienzo con un ‘laudes callejero’ que alaba y agradece a Dios desde el encuentro y saludo —como dándonos ánimo— con cada uno de los de ‘nuestro gremio’, generalmente señores mayores, algunos con muy magras jubilaciones que tienen que salir a hacerle frente para poder parar la olla, y de muchachos jóvenes, con poca formación y, por lo tanto, con pocas posibilidades. Todos ellos trabajan duro, en largas jornadas, expuestos y finalmente ‘como amigados’ con las situaciones climáticas, de extremo calor en verano, y los fríos del invierno… Espacio privilegiado también para una contemplación profunda de Jesús obrero en Nazaret, transpirando al igual que cualquier hijo de vecino, con la pasión por la justicia y la paz que consumen su alma, ¡y entregando así la vida con el mismo amor con el que lo hizo en la cruz!
Si de pasión por la justicia y la paz hablamos, no podemos dejar de mencionar las difíciles condiciones laborales de gran parte de estos trabajadores itinerantes, muchas veces ‘en negro’, o sea sin aportes y respaldo social, que agrava aún más su situación de vulnerabilidad. Y constatar también que la mujer en el servicio doméstico sigue siendo, pese a los distintos avances en la lucha social que vienen haciendo para ‘empoderarse’ desde su ser mujer y salir de las distintas situaciones de opresión a las que muchas veces las ha llevado la estructura de nuestras sociedades patriarcales, las más afectadas por estas condiciones, muchas veces hasta inhumanas, pero que toleran. Un verdadero sacrificio por sus familias. No olvidemos el altísimo porcentaje de familias monoparentales dónde en su mayoría la mujer ‘es jefa’, nunca mejor empleado el término. Es en este ambiente, en esta realidad diaria, cotidiana, escondida, donde surgen preciosos ‘encuentros liberadores’, de verdadera fraternidad, desinteresada, gratuita. En el prestar oído para escuchar mutuamente nuestros sueños y proyectos, cansancios y quejas, Dios se hace presente. Él está, y sigue acompañando la historia, y vuelve a ponerse del lado del pobre, y nos anima con el aliento de su Espíritu en el anhelo y la construcción de una sociedad más justa y fraterna: “mira, hago nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5). Termino este pequeño texto proponiendo un pensamiento de Luis Pérez Aguirre, que nos puede iluminar para afinar el oído y sincronizar el corazón en nuestras búsquedas de Dios y de los hermanos: “hazte radicalmente pobre para ser radicalmente fraternal. Busca, desde el impulso amoroso del eros, la identificación con los más pobres y pequeños a fin de reconstruir la nueva familia humana*.
Este texto se encuentra en el libro “Susurros del Espíritu. Densidad teologal de los procesos de liberación”, página 105, que nos lo ofrece gratuitamente la Asociación AMERINDA, con acceso abierto, a disposición de todos/as,
La obra, coordinada por Pablo Bonavía, Francisco de Aquino Júnior, Geraldina Céspedes y Alejandro Ortiz, consta de 747 páginas y se encuentra organizadas en tres partes precedidas de un Prefacio y una Introducción.
En la primera parte, Agenor Brighenti aborda el “Panorama del itinerario de la teología de la liberación”.
En la segunda parte, 13 autores y autoras disertan sobre la “Densidad teologal de la Historia”: Pablo Bonavía, Jorge Márquez, María Laura Manrique, Afonso Murad, Margot Bremer, Luis Van de Velde, Jorge Costadoat, Pedro Trigo, Francisco de Aquino Júnior, Diego Pereira Ríos, Marcelo Barros, María José Caram y Víctor Codina (QEPD).
Finalmente, la tercera parte —y la más extensa del libro— está compuesta por 18 capítulos que sugieren una “Lectura teologal de procesos históricos actuales”. Los autores y autoras de esta tercera parte son: Ivo Lesbaupin, Marcelo Barros, Elio Gasda, Leonardo Boff, Alejandro Ortiz, Celso Pinto Carias, Nicolás Panotto, Ronaldo Zacharias, César Kuzma, Faustino Teixeira, Magali do Nascimento Cunha, Roberto Malvezzi, Nancy Cardoso, André Musskopf, Sofía Chipana Quispe, Cleusa Caldeira, Alfredo Gonçalves, Sinivaldo Tavares, y Geraldina Céspedes.
En total, en esta obra colectiva, que fue elaborada fruto de un proceso de planeación y coordinación de sus editores, intervienieron 31 autores y autoras de América Latina y el Caribe, principalmente.
De acuerdo con Francisco Aquino Júnior, “Susurros del Espíritu: Densidad teologal de los procesos de liberación se inserta en el contexto de la celebración de los 50 años de reflexión teológica liberadora en América Latina y el Caribe”.
“Es una obra colectiva intergeneracional, escrita a muchas manos/cabezas/corazones, con sensibilidades y perspectivas diferentes y transversales, que implica a personas de los más diversos países, integradas a las diferentes luchas y resistencias de nuestra Patria Grande – Pacha Mama”, comenta el teólogo brasileño.
Cada 14 de junio, día de Memoria por la desaparición en manos de la dictadura argentina, del religioso y sacerdote uruguayo Mauricio Silva, en 1977, va sumando corazones, voluntades, a esta ya “celebración obligatoria de un santoral popular” que sintonizan con su profundo y silencioso testimonio, como el de “una semilla que cae en tierra y muriendo da mucho fruto” el de un hombre de Evangelio! Quiero aquí simplemente compartir una mirada, una reflexión, intentando acercarme a como habrá sido,(o lo fue) su vivencia de “la fraternidad” en esa última etapa de su vida, como pequeño Hermano del Evangelio, inspirado en Carlos de Foucauld. Los que, de una u otra forma intentamos seguir a Jesús a través de la espiritualidad de Nazareth al estilo propuesto por el Espíritu a Carlos, aún hoy seguimos descubriendo, vamos profundizando, se nos va “como revelando” el sentido que esta palabra tan querida tiene dentro de la misma, y es gracias también a la atención minuciosa que se ha ido haciendo sobre los últimos años de la vida de Carlos ¿tal vez de sus últimos 8 años? donde él define y acepta su ser más profundo y vocación,“el self” nos dirá hoy la psicólogía, y en su caso, etapa clave de despojarse, de verse tal cual es, de abandonar proyectos propios para dejarse guiar y asumir “lo que el Espíritu le susurraba” descubriéndose, aceptándose como “un misionero aislado”, “un desbrozador evangéliico”, ir solo y sin apoyos visibles, al encuentro de los hermanos alejados, ocultos, siendo éstos, en lo concreto de su vida “su única fraternidad”.. sugiriendo así una impronta innovadora y hasta podríamos decir “revolucionaria” dentro de la misma vida consagrada y o asociativa de quienes luego harán suyo este carisma en sus diversas modalidades. Cuando uno tiene la suerte de encontrarse con alguno de los amigos o amigas que compartieron la vida con Mauricio Silva, nos transmiten la figura de un hombre fraterno, abierto, compañero, de escucha, el del mate calentito con el que te podía esperar y recibir en el conventillo de la calle Malabia, donde vivía en fraternidad de Hermanos. Con la distancia que nos imponen los años ya pasados, pero con la cercanía y calor del corazón, acompañémosle “en el trillar de su laburo diario” como barrendero municipal, reuniéndose con sus compañeros para luego salir a la tarea, un hombre profundamente contemplativo, tratando de escrutar los mensajes que aquellos paisajes callejeros le ofrecían, hechos de vecinos, transeúntes, comerciantes, personas de diversas edades, realidades.. Tratando de ser hermano de todos en medio de aquellas vivencias cotidianas, me pregunto, por ejemplo ¿Cómo viviría las tensiones entre empleados y empleadores, de las que seguramente habrá sido confidente? sobre todo escuchando las justas y dolorosas quejas del trabajador sobrecargado (tal vez el de las empleadas domésticas..) o viendo el rostro curtido y cansado de los que realizaban actividades itinerantes y a intemperie para ganarse el sustento… o en lo personal, recibiendo la mirada agradecida y sonriente de quién le reconocía su trabajo para el bien común, o por el contrario, la de aquellos que le mirarían por encima del hombro.. sin lugar a dudas, ese, el que él eligió para vivir, compartir y servir ¡es un último lugar! Hacer memoria por un testigo como Mauricio, es una Acción de Gracias, también un acto reivindicatvo por la Verdad, ¡Hasta que toda la verdad sea conocida! y una buena oportunidad para abrirnos y recibir esa lucesita fraterna que nos llega desde la gran Comunión de los Santos (dimensión esta, muy sentida por Foucauld) en la que todos
participamos gracias al Espíritu del Resucitado, que nos puede ayudar a cada uno, y también en lo comunitario, a discernir, asumir y enfrentar los desafíos actuales para ser y vivir como hermanos de todos, ahí están, y sólo por nombrar algunos: el de las soledades, en esta sociedad actual, donde estamos “más conectados pero menos comunicados” y ahí van quedando, muchas veces atrás, nuestros viejos, nuestros enfermos.. o ante el escándalo de millones de personas viviendo bajo niveles de pobreza, muchos de ellos, vecinos de nuestros propios barrios.. o ante las minorías y diversidades, tal vez hoy con más leyes que aseguran sus indiscutibles derechos sociales, etc, pero cuánto aún por trabajar sobre los dolorosos prejuicios de los que siguen siendo victimas.. o ante el sufrimiento dantesco de aquellos que son golpeados por las guerras, los conflictos armados y las masacres de inocentes, (esta última expresión la tomo literal de Papa Francisco) que estamos presenciando casi a diario, y a la vista de un mundo mayoritariamente en silencio e inoperante.. o ante las tensiones entre hermanos de nuestra comunidad cristiana, entre los que tratan de ir sintonizando con el aliento del Espíritu, que invita a pujar por una Iglesia más despojada, austera, acogedora, de puertas abiertas, en definitiva, más evangélica, y aquellos que ofrecen duras e implacables resistencias, abrazados a costumbres y formas por sobre lo esencial…o ante.. ¿Cómo ser nosotros hermanos de todos, hermanos universales? Grande es el desafío.. Carlos de Foucauld tratará de ser fiel al mandamiento del Amor que recibimos de Nuestro Bienamado Señor Jesús, y exclamará ¡Con que ternura debemos recibir a todo ser humano, sea quien sea! ¡Recibir a todo ser humano como a un hermano muy querido! pero sabe también que un amor fraterno muchas veces nos exigirá tomar necesarias y oportunas opciones, con posicionamientos claros y firmes ante el sufrimiento de tantos y tantos, pues dirá “hay que amar la justicia y odiar la iniquidad, no tenemos derecho a ser centinelas dormidos, perros mudos, pastores indiferentes”.. Por esas opciones caminó el pequeño Hermano Mauricio, amando, entregándose, “esperanzando” (diría un querido hno) a todos los de su alrededor, por más que las sombras de muerte asechaban, a que un Hombre Nuevo, miembro de una Humanidad Resucitada, construyendo un mundo más fraterno, es posible! María, Pequeña Nazarena, ayúdanos a estar atentos a todo clamor de liberación y vida de los pequeños, los últimos, acompáñanos en la hermosa y desafiante aventura de ser hermanos de todos ! Jorge Márquez, miembro de la Familia Espiritual Carlos de Foucauld.