PROYECTO DE VIDA EN COMÚN Y REALIDAD DE UNA VIDA SOLITARIA EN CARLOS DE FOUCAULD


A. Chatelard en esta ocasión, nos sorprende con un artículo verdaderamente delicioso e
interesante sobre un aspecto importante y no muy conocido del hermano Carlos. En verdad vale la pena
leerlo con atención.
No podemos contentarnos con una mirada rápida a la
vida de Carlos de Foucauld para resolver el dilema y la
contradicción aparente de una vida solitaria y de sus
proyectos de vida comunitaria.
Las dominantes de su temperamento pueden servirnos
de modelo para comprender mejor su comportamiento ya
sea en la primera parte de su vida antes de su conversión
(28 años) o en la otra mitad (30 años). Parece ser que
podemos reunirlas en tres:

  • una necesidad de independencia con marcado gusto
    por la soledad y una especie de alergia a la vida en
    grupo y por las multitudes.
  • una necesidad de acción, de creación, de hacer algo
    nuevo.
  • una necesidad de amistad, necesidad de amar y ser
    amado, de expresarse y compartir con los otros.
    Este modelo puede permitirnos recorrer su vida para
    tratar de comprender lo que ha sido su proyecto de vida
    comunitaria para los otros y la realidad de su vida solitaria.
    1 La amistad, una realidad esencial en Carlos de
    Foucauld.

    Incapaz de soportar una vida de grupo reacciona con la
    pereza o las excentricidades ya célebres. Esto es verdad
    26
    respecto al Liceo y el ejército. Los castigos y los despidos no
    cambian nada. Pero cuando, no pudiendo soportar la
    inactividad, se vuelve a reintegrar al ejército para entregarse
    por medio de largas caminatas a la vida en el campamento.
    Igualmente, desde el momento que se encuentra en el
    cuartel, sueña con los viajes y entrega su dimisión.
    Para hacer lo que nadie osa comenzar, hará sólo la
    exploración de Marruecos. Y, en 1885, casi en solitario hará
    un viaje de estudios en el Sur Argelino y Tunecino, (p.20)
    durante más de tres meses, antes de volver a una vida
    siempre solitaria, en su nuevo apartamento parisino para
    corregir las pruebas de su libro “Reconocimiento de
    Marruecos”. Durante este tiempo él no teme singularizarse
    por posiciones políticas, en las que solamente él se pone en
    causa en nombre de su antiguo regimiento, lo cual le valdrá
    una sanción tomada por el gobierno.
    La ausencia de amor y las decepciones políticas
    pueden explicar ciertos comportamientos de este periodo,
    pero hay que señalar que este solitario independiente creó,
    desde su infancia, relaciones que marcarán toda su vida. El
    nombre de Marie Moitessier, convertida en vizcondesa de
    Bondy, podría hacer olvidar todo lo otro, puesto que ella
    sería el ángel guardián, la madre, la mujer idealizada y será
    el gran amor de toda su vida. Sin embargo, no hay que
    olvidar a su hermana Mimi, quien jugó un gran papel, sobre
    todo en el momento de la exploración marroquí, esta otra
    Mimi, Marie C., a causa de quién logró que le echaran del
    Ejército, y Marie Titre, con quién él proyectó seriamente el
    matrimonio en el 1885. Entre los hombres, los dos que cita
    en su testamento: Gabriel Tourdes, amigo de la infancia, y
    Henry Laperrine, quien será el amigo incomparable. Estas
    amistades datan de esta época, como las de Antoine de
    Vallombrosa, de Motylinski, de Balthazar y de Henry
    Duveyrier, quién se suicidará cuando Charles de Foucauld
    le dejara solo para entrar en la Trapa. Habría que extenderse
    en cada una de estas relaciones para mostrar su
    profundidad y originalidad. Solamente podemos
    mencionarlas al igual que aquellas que se crearán durante
    su exploración a Marruecos con judíos y árabes. Entre estos
    últimos se trata sobre todo de Ben Simoun y Hadj Bou Rhim
    en Tissint. Por los otros hay que nombrar a Maunoir, Mac
    Carthy y su familia, su primo Luis de Foucauld. Necesidad
    de independencia, de acción y de amistad: eso es ya toda
    su vida.
  1. Encuentro con Dios y mediación humana.
    La fe no cambia nada a la naturaleza y es ciertamente
    el mismo hombre al que encontramos en el nuevo
    convertido. Su conversión solitaria pasa casi desapercibida
    para los que le rodean, que solo se dan cuenta
    progresivamente. Por tanto, su encuentro con Dios se hace
    a través de un encuentro humano, que está al origen de una
    amistad única con un sacerdote excepcional. Es igualmente
    el fruto del amor creciente de Marie de Bondy. Esto se
    traduce inmediatamente para el hombre de acción por un
    “¿Qué tengo que hacer?” La espera a la que le sometió el
    abbé Huvelin la aguanta mal, así que acepta ser algo yendo
    en peregrinación a Tierra Santa. Por supuesto, lo hará en
    solitario. Y durante los meses que le siguen hará cuatro
    retiros, en solitario también, para conseguir la respuesta a
    su “¿Qué tengo que hacer?”. (p.21)
    Podría haberse creído que este temperamento
    independiente se orientaría hacia una vida solitaria. El 30 de
    junio de 1887 ya había encargado dos libros: “Vida de los
    Padres del Desierto”, traducido por Arnauld de Andilly, y los
    “Monjes de Occidente”, de Montalembert, y se lo hubiese
    visto con gusto en la Cartuja si la vida de Jesús de Nazaret
    no hubiese ya marcado su vocación. Pero no hay que
    sorprenderse que después de algunos meses de vida muy
    comunitaria en la Trapa, antes incluso de dejar Notre –
    Dame des Neiges por Akbés, ya no se sienta a gusto. El
    peso de la obediencia será la prueba mayor. La soporta por
    amor y se esfuerza por “someter su juicio”, pero las
    obligaciones de la vida comunitaria y la cantidad de usos y
    costumbres serán su camino de cruz y no una ayuda
    cotidiana.
    La intuición de Nazaret: soledad y deseo de vida en
    común.

    En este contexto es donde surge en él el deseo de vivir
    otra cosa, según la intuición de Nazaret, con algunos
    compañeros. A pesar de las órdenes del abbé Huvelin, no
    puede callarse ese deseo que es más fuerte que él mismo.
    Guarda silencio durante tres años, pero, en junio de 1896, la
    necesidad de crear le puede y, en cuatro páginas, inventa la
    “Congregación de los Hermanos de Jesús”. No podía entrar
    en un cuadro ya hecho que no era a su medida (los
    trapenses reconocerán que amó la Trapa y algunos
    trapenses, pero que nunca entró en el espíritu de la Trapa).
    Ahora bien, su instinto creador le hizo fabricar cuadros aún
    más estrictos en los cuales nadie podría entrar. Esto fue lo
    que le escribió el abbé Huvelin, sin por ello convencerle.
    En esta regla, escrita como un manifiesto, se expresa
    en plural y en presente: “Nosotros queremos… tratamos de…
    rezamos”, como si numerosos hermanos siguiesen esta
    regla desde mucho tiempo antes cuando él está solo y nada
    existe, sino en sus sueños. Este género literario que
    volvemos a encontrar merece ser señalado en el contexto de
    nuestra búsqueda, pues es significativo. Él está solo y crea
    para otros una organización de grupo.
    Durante estos siete años de vida monástica se creó
    amistades sólidas, en primer lugar con los ancianos, sus
    mayores y sus maestros, Luis de Gonzaga, luego, en
    Staoueli, sobre todo con el padre Henri, quién, bajo el
    nombre de padre Jerónimo, permanecerá algunos años en
    la Trapa antes de entrar en el clero diocesano de Argel.
    Estos lazos de amistad no reemplazaron aquellos de antes
    de su conversión. Él había pensado poner el muro de un
    claustro entre sus amigos y él, cortando toda
    correspondencia, pero ese muro no era el de la indiferencia,
    como él mismo decía, y, de vez en cuando, algunas cartas
    partían desde el claustro hacia aquellos que estaban en el
    mundo. Su corazón permaneció en vela, el seguía teniendo
    necesidad de esas amistades y sabía que algunos tenían
    necesidad de la suya. (p.22) Además de aquellos que ya
    hemos hablado, cómo Maríe de Bondy o Henri Duveyrier,
    hay que hacer notar la correspondencia íntima con su primo
    Louis de Foucauld, abundante durante este periodo en el
    que el coronel se interroga. Este se abrirá a la fe en el
    momento de su casamiento.
  2. Soledad de vida comunitaria: tensiones y respuestas.
    Cuando se encuentra como ermitaño en su cabaña,
    cerca del Convento de las Clarisas de Nazaret, se podría
    creer que había encontrado su sitio. Esto es lo que él cree,
    pero se equivoca, ya que su necesidad de acción y de crear
    le lleva a hacer otros proyectos de futuro y a soñar con un
    mejor en otro sitio. La primera tentación sería volver a la
    Trapa, donde el vio algo después que podía haber hecho
    algo, ser superior, y por tanto poder actuar sobre los demás,
    “hacerles bien”. Únicamente la firmeza del abbé Huvelin le
    mantendrá en Nazaret con un rechazo categórico. La lucha
    durará más de tres años, al comienzo de 1898. Pero
    seguidamente, tras otras tentaciones y proyectos, cada uno
    más urgente que el otro, son sometidos al abbé Huvelin,
    quien no tendrá tiempo de responderle a cada uno. Las
    prioras de Nazaret y de Jerusalén no harán nada para
    impedir sus proyectos. Al contrario, ellas serán a menudo la
    causa directa o indirecta de la insatisfacción permanente de
    su ermitaño doméstico. Estos son los únicos nuevos lazos
    que se crean con personas durante esos tres años de
    ermitaño, a veces empujados al extremo en Jerusalén,
    donde él sólo habla una vez por semana con su confesor.
    Madre Elizabeth, de Jerusalén, tiene una influencia
    cierta (buena o mala) sobre su orientación futura; ella le
    ayudará a precisar su deseo. Pero será con la madre Saint
    Michel, de Nazaret, con quien el lazo afectivo será más
    fuerte hasta el punto de hacerse una molestia. Sus
    relaciones con las clarisas durarán hasta su muerte. Tres
    días antes de morir escribió una carta personal a seis de
    estas hermanas, entonces refugiadas en Malta. Son cartas
    muy paternales.
    Una de las tentaciones de este periodo será el querer
    nuevamente fundar una congregación que no existía aún.
    Pero, ¿por qué el deseo de agrupar hermanos fue tan
    fuerte? Existe, ya lo hemos visto, esa necesidad visceral de
    crear, de inventar, de hacer y crear algo nuevo. ¿Es ese un
    carisma de fundador? No se trata de dar un estatuto a un
    grupo ya existente sino de dar consistencia por escrito a una
    idea que maduró en él. Es su propio ideal, y solamente el
    suyo, el que intentó formular según las circunstancias. En la
    Trapa, en 1896, era para un pequeño grupo de hermanos.
    En Nazaret para numerosos ermitaños. En general, se
    conoce su primer proyecto de 1896 y se conocen aún menos
    los proyectos intermediarios de 1899, y es la larga regla,
    concebida en la soledad más grande y escrita para
    ermitaños, la que será transmitida a la posteridad. Podrá
    suprimir la palabra “ermitaño” (p.23) en todos sus
    manuscritos y reemplazarlo por el de “hermanito”, que el
    espíritu de regla no cambiará, incluso después de la
    corrección de 1902.
    Y en vano se buscará una espiritualidad de la vida
    fraterna, incluso explotando el capítulo XXIV enteramente
    centrado en la vida de la Sagrada Familia de Nazaret delante
    del Santísimo. “Aunque viviendo en comunidad, estos
    monjes se consideran como ermitaño a causa del silencio
    perpetuo”. “Los ermitaños del Sagrado Corazón no hablarán
    sino al prior… Solamente en algunas ocasiones se les
    permite a los ermitaños hablar entre ellos y con personas de
    fuera” (Constituciones, articulo XIX) y el artículo XIX del
    reglamento precisa que los ermitaños no conocen nada del
    pasado de sus hermanos. Solamente tienen relaciones
    puramente espirituales y los raros conflictos eventuales se
    regulan por el silencio y la oración solitaria delante del
    Santísimo. La vida comunitaria de estos ermitaños está al
    servicio de la santidad de cada uno (Regla artículo XXIV).
    Los ermitaños se ayudan a hacerse cada día más santos,
    pero no se explica cómo. La vida comunitaria necesita
    grupos numerosos en los cuales cada uno pueda vivir en
    solitario sin tener que salir del monasterio para ir a buscar
    una ermita fuera.
    Pero, ¿es realmente el Espíritu quién le empujó a
    escribir esta regla que nunca le servirá a nadie? ¿No es
    solamente porque él cedió a la tentación de hacer algo
    creyendo cumplir con su deber? Visiblemente el Espíritu le
    empujaba no a escribir, sino a vivir y contentarse a convivir.
    Para convencerse basta con releer las cartas escritas por el
    abbé Huvelin, quien no cesa al decirle que aquello que creía
    era la voluntad de Dios sobre él:
    “Usted no está hecho para mandar a los demás”, Don
    Martín le diría lo mismo. Pero Dios nos lleva también dando
    rodeos. Desde que la regla está terminada y copiada tres
    veces, otros proyectos le ocuparán y le llevarán finalmente
    abandonar Tierra Santa.
  3. Compañeros para la evangelización.
    Mientras que su preocupación era huir lejos de los
    hombres para vivir solo con Dios, su gusto por la soledad se
    encontraba satisfecho. Si sufría de la falta de relaciones
    humanas ofrecía este sufrimiento como lo más valioso que
    tendría para ofrecer. Él se creía dentro de su vocación al vivir
    apartado, retirado, aislado, solo y lejos de todo aquello que
    amaba, incluso si lo hacía dolorosamente. Pero cuando en
    la lógica del amor de Dios, se hace oír la llamada de hombres
    a los que amar con todo su corazón seguirá siendo siempre
    el mismo temperamento el que responderá a esta llamada
    con la fuerza creadora de su amor, su necesidad de hacer
    su capacidad de afección y su espíritu de independencia.
    Emplea las mismas palabras, pero estos ya no tienen el
    mismo sentido. Hacer algo nuevo, esto sería como (p.24) ir
    a vivir a Marruecos, allí donde sabe que es el único que
    pueda ir. Se irá solo. Sigue siendo la misma ficción literaria
    la que le hace escribir en este momento: “Somos unos
    monjes que…” (LHC Julio 1901). Mientras espera poder
    entrar en Marruecos, prohibido e inaccesible, se instala en
    las proximidades, en el sur de Argelia.
    En Argel dejó su regla al padre Guérin, quien le
    autorizará un poco más adelante a recibir compañeros bajo
    esta regla, pero permanecerá siempre solo en Beni-Abbés,
    en su casa, a la que se le llama ahora, de forma
    contradictoria, “la ermita”, cuando él le daba el nombre de
    “fraternidad” no porque ella acogiera hermanos (solo en
    esperanza), sino porque cada cual es recibido como un
    hermano. Mientras que él multiplica las gestiones para
    lanzar llamadas a quiénes quieren venir a reunírsele, él sabe
    que toma un camino de soledad. A partir del momento en
    que la finalidad es la de ir a reunirse con ellos que están más
    alejados, aquellos hacia quiénes nadie va, aquellos que los
    demás no pueden ir, se compromete en un camino de
    soledad, incluso si protesta por ello y que quiera hacerlo con
    compañeros, incluso si hace todo lo que puede para atraer
    a alguno. El acepta vivir como si nadie quisiera venir a vivir
    con él.
    Una carta al abbé Huvelin, incluso antes de su llegada
    a Tamanrasset, es muy significativa, la vida comunitaria es
    prioritaria: “Me aceptan… pero yo no veo que acepten a
    otro… Mientras no acepten a otro sacerdote con los tuaregs,
    ¿hay que tratar de quedarse…? Mientras más lo pienso, más
    me parece que sí…, Más me (p.25) parece, puesto que
    Jesús, por vuestra boca, me ha enviado aquí, tengo que
    seguir intentando hacer su obra hasta que otros me
    reemplacen” (LAH 13 julio 1905. pg. 237).
  4. Vive como si siempre debieras estar solo.
    Con la instalación en el Hoggar, el año 1905 señala una
    nueva orientación. La regla es ya solo una referencia de la
    cual hay que adaptarse con resolución si ella es contraria a
    la vida de Nazaret. Acepta vivir solo: “No trates de organizar,
    preparar el establecimiento de los hermanitos del Sagrado
    Corazón de Jesús: solo, vive como si siempre debieras estar
    solo” (22 julio 1905). La voluntad de fundar una
    congregación da paso al deseo de tener un: “Ya sabéis cómo
    deseo tener un compañero”. Esto es lo que expresará
    siempre bajo todas las formas y hasta su muerte.
    Si los otros no osan unirse a él y si los responsables se
    niegan a dejarle marchar, él está muy obligado a aceptar
    vivir solo. Pero uno puede realmente preguntarse si él tiene
    deseos de tener un compañero. En estos últimos meses de
    1905 se encuentra en una situación de soledad totalmente
    nueva para él. Exceptuando algunas semanas de Akabli, el
    año anterior, nunca se encontró en esta situación desde su
    expedición a Marruecos. ¿Cómo reaccionará él? Resiente
    de una manera muy fuerte el aislamiento. Hay que leer todo
    lo que escribe en este momento y no dejarse engañar por
    las cartas a Marie de Bondy, en las que él se esfuerza por
    tranquilizarla ocultándole su sufrimiento y repitiéndole que
    con Jesús uno no está nunca solo.
    Es la primera vez que está tan lejos, sin correo, sin
    alguien con quien hablar. Nada comparable con el dulce nido
    de Nazaret, en el cual hubiese querido enterrarse y dónde,
    en comparación, él estaba tratado “a cuerpo de rey”. Es una
    experiencia nueva, él la acepta por amor, por amor hacia
    aquellos con los que él fue a vivir en ese lugar. Ahora bien,
    esos hombres y esas mujeres, por quiénes vino,
    permanecen distantes y no van a verle en su claustro ficticio.
    No es ese el género de aislamiento que él se esperaba y no
    esconde su decepción. Proyecto a salir, ir a verles, ir a
    instalarse en otro lugar, en sitios más frecuentados.
    ¿Es para romper esa soledad por la que desea tener un
    compañero? No, él tiene miedo de la situación nueva que
    crearía la presencia de un compañero: “Soy tan ruin que miro
    con miedo la presencia de un hermano en mi soledad…
    ¡Para mí prefiero mucho más estar solo!”. Si el temor a llevar
    una vida comunitaria se deja sentir es porque acaba de
    escribir una carta a un sacerdote que podría responder a su
    llamada, un santo sacerdote de Nimes, el abbé Veyras. Es
    la carta con una concepción más amplia y realista que nunca
    haya escrito para tener un compañero: “Lo que yo busco en
    este momento no es un enjambre de almas entrando en
    (p.26) un cuadro fijo para llevar estrictamente un género de
    existencia bien dibujado… No, en el momento presente lo
    que yo busco es un alma de buena voluntad que consienta
    compartir mi vida, en la pobreza, la oscuridad, sin regla
    alguna fija, siguiendo sus deseos como yo sigo el mío…” El
    abbé Huvelin, encargado de transmitir esta carta a su
    destinatario, no lo hará.
    ¿Por qué esta búsqueda de un compañero? no es “por
    él”, explicará al abbé Huvelin,” sino por los otros, es
    mucho mejor estar dos o varios”. ¿Por qué? No es por
    romper el aislamiento ni para ir más fácilmente hacia los
    tuaregs. En este momento piensa que un compañero no
    haría más fácil ese acercamiento. Solo se cree más
    pequeño, más abordable. Si él desea tanto un compañero
    no es por el bien de la vida comunitaria, sino por el bien de
    las almas, las almas de los demás. Esa será en adelante la
    motivación que se encontrará en todas sus cartas en las
    cuales se hable de compañeros. Tomar el relevo, proseguir
    la obra emprendida, llevar a buen fin un trabajo científico,
    compartirse el trabajo, a eso son llamados aquellos que
    luego contactará. Pero, por el momento, en este fin de año
    1905, y en los años siguientes, ese bien que él ve en la
    presencia de un compañero, esa “ventaja” para las almas,
    es sencillamente que se podría exponer el Santísimo
    Sacramento, también si el compañero es sacerdote, se
    podría multiplicar el número de misas.
    Desde el comienzo se ve bien que los trapenses, al
    igual que los Padres Blancos, dudan y luego renuncian a
    dejar marchar a algunos miembros de sus comunidades
    para vivir con este hombre cuya original santidad da miedo.
    ¿Otro que no hubiese sido él, en las mismas circunstancias,
    habría recibido compañeros? Es probable. Su voluntad
    creadora no desaparecerá por ello, se trasladará a la
    creación de una asociación de creyentes, laicos, religiosos y
    sacerdotes, y esta obra lo ocupará desde 1907 hasta su
    muerte.
  5. Un intento frustrado.
    En 1907, la corta experiencia de vida comunitaria con
    el hermano Michel se mostró negativa. Se podrían buscar
    las razones. Carlos de Foucauld solamente vio las
    debilidades, muy reales además, de su discípulo. No pensó
    en los defectos de su reglamento, no en las experiencias de
    su comportamiento que desconcertaban al joven de 24 años
    quién, a los ojos de todos, civiles, militares, indígenas o
    franceses, no era sino un antiguo zuavo que el (padre)
    conocía y llevaba como sacristán y sirviente de la misa.
    ¿Quién podría haber aguantado este régimen? El hermano
    Michel describió esa vida comunitaria en una carta el 24 de
    diciembre de 1906 a un padre blanco: “La renuncia más
    completa en todo y en todo lugar en las cosas más pequeñas
    y más mínimas. Aquí, antes de venir, hay que dejar su
    voluntad en el camino… Respecto a los ejercicios de piedad,
    tenemos tres horas por la mañana (p.27) y tres por la tarde
    y una hora de adoración al Santísimo, además de una hora
    de oración durante el día”.
    Una carta del Padre Guérin, ese mismo año, y la
    respuesta de Carlos de Foucauld muestran bien que el
    prefecto apostólico tiene una idea muy equivocada de la vida
    en Tamanrasset. Curiosa coincidencia: este hombre, con
    posibilidades humanas muy limitadas, el único que los
    Padres Blancos quisieron confiar a Carlos de Foucauld, lo
    cual denota una ilusión total sobre la vida que llevaba el
    solitario de Tamanrasset, este hombre vivió el resto de su
    vida en una Cartuja.
    La presencia de un compañero era para Carlos de
    Foucauld una carga y para nada una ayuda, le impedía vivir
    según su ideal de pobreza, era una molestia en sus
    relaciones con la gente del país y aún más con los oficiales.
    Así, pues, está contento de haberlo despedido y sólo sentía
    que, sin él, no podía ya decir la misa. Pero lo toma lo mejor
    que puede y elige renunciar a la misa antes que renunciar a
    los tuaregs.
    En 1909, en el momento de su primer viaje a Francia,
    habla aún al abbé Huvelin y a Mons. Bonnet de su deseo de
    tener compañeros. Ya no se trata de corregir una regla para
    añadir que los religiosos podían vivir sin hábito y sin
    apariencia religiosa; él imaginó el reunir sacerdotes quiénes,
    como los ermitaños de 1899, vivirían juntos, pero “serían
    vocaciones individuales” o “casos aislados”. Se
    aconseja no agrupar a estos sacerdotes en congregación,
    pero aprobarán su proyecto. “Intentar el tener compañeros,
    al menos un compañero mientras que yo aún viva. Hacer
    todo lo posible por conseguirlo. Sacerdotes misioneros de
    incógnito, de los que nadie conocería su calidad de
    sacerdotes, harían mucho bien, y si yo los encontrase como
    compañeros habría que acogerlos rápidamente” (O.S .p.
    383). Las proposiciones hechas a Louis Massignon el 8 de
    septiembre de este año se inscriben en esa misma
    perspectiva.
  6. ¿Hay un deseo de fundar en Carlos de Foucauld?
    En mayo de 1911, dirigiéndose por medio del
    intermediario del padre Antonin Audigier a unos monjes que
    sentían una vocación más apostólica que la Trapa, describía
    su vida de una forma que no se asemejaba en nada a la
    realidad que vivía en Tamanrasset. Pero vemos en esta
    carta que la presencia a un pueblo (eso que ahora llamamos
    solidaridad) y el bien de las almas tiene más importancia que
    la vida comunitaria, pues, después de haber hablado de
    comunidades reducidas a tres o cuatro personas, se
    apresura a añadir: “Si fuéramos dos, mi hermano estaría en
    el puesto fijo con los tuaregs… Yo estaría de 7 a 8 meses del
    año con él y durante los otros 4 o 5 estaría en mis otras
    ermitas. Si estuviésemos tres, mis dos hermanos estarían
    siempre aquí y yo durante 7 u 8 meses. Si fuéramos más
    (p.28) de tres o cuatro empezaríamos a repartirnos entre dos
    residencia, y así seguidamente” (LFT p. 275).
    Lo que parece importante subrayar como conclusión es
    en primer lugar que ni una sola vez proyectó la vida
    comunitaria como una vida de compartir y de intercambio, de
    confrontación y de ayuda mutua. En esta carta de 1911 no
    se encuentra ni siquiera la alusión que antes hacía a la
    Sagrada Familia. Habla solamente de una vida sencilla,
    como comparación a la vida monástica menos simple.
    En la vida real, estas relaciones de intercambio y ayuda
    mutua, que para él son vitales e indispensables, se sitúan de
    otra forma. En primer lugar y ante todo con aquel que él
    llama su director espiritual. A ese respecto hay que hacer
    notar que su relación con el abbé Huvelin no es comparable
    con la que tendrá con el padre Voillard después de la muerte
    del primero. Eso relativiza un poco lo que escribió sobre el
    papel del director espiritual en general. Para él,
    personalmente, el director no fue el único confidente ni
    consejero y el número de aquellos con quienes se unió por
    amistad durante su vida sahariana es demasiado grande
    para poder nombrarlos aquí.
    Para encontrar una enseñanza o más bien una práctica
    sobre eso que se llama la “vida fraterna” y la comunicación
    entre los hombres y las mujeres que viven en comunidad, no
    hay que referirse a los reglamentos ni siquiera a los Escritos
    Espirituales. Habría que leer y releer sus cartas para
    descubrir la calidad de las relaciones que él tuvo con
    aquellos de los que estaba cercano por lazos familiares o por
    la fe y aquellos a quienes se había acercado por amistad.
    Es la parte más desconocida de sus escritos. ¿No es,
    por tanto, la más importante? Ellos son obispos, oficiales,
    sub-oficiales, sacerdotes, tuaregs, laicos, religiosos, todos
    aquellos a quienes él pide consejo y aquellos a quienes él
    no se priva de darlo. Esto se hace a través de
    conversaciones, al igual que a distancia, por cartas. Se han
    encontrado 500 corresponsales y si algunos solo tuvieron
    una carta por año, otros tienen dos al mes. Ciertos
    corresponsales son sobre todo espirituales, otros sólo
    hablan de la vida de la gente del país sin otra referencia
    religiosa que la fórmula de conclusión. Todas son calurosas,
    amigables y afectuosas. Si hubiese tenido compañeros, su
    presencia real, ¿habría cambiado algo la cantidad de estas
    cartas y su calidad? Es probable, pero nada deja prever que
    estos compañeros hubiesen sido confidentes y aún menos
    consejeros. En su soledad conoció una relación privilegiada
    con algunos tuaregs. “Uno o dos de ellos son verdaderos
    amigos, cosa muy rara y preciosa en todo lugar”, le
    confesaba a Henry de Castries, el 18 de enero de 1913.
    Habría que añadir una última constatación. Si él
    hubiese tenido como finalidad primera el suscitar en la
    Iglesia una nueva forma de vida religiosa en el marco de una
    vida comunitaria reducida y simplificada, pero más
    importante que el hecho de ir a vivir con los hombres, no
    habría actuado de esta forma. Hizo todo lo posible (p.29)
    para llevar tras él a algunos compañeros en su camino por
    el cual caminaba solo. Pero las circunstancias, y sobre todo
    la misión a la que se sentía llamado, le obligaban a ir lejos y,
    si hubiese tenido compañeros, a dispersarlos y aceptar la
    eventualidad de vivir solo.
    Se ha podido pensar que este espíritu independiente y
    amoroso de la soledad había sido llevado a la vida de
    ermitaño por su búsqueda de recogimiento. Hay una parte
    de verdad y que nosotros hemos desarrollado ampliamente.
    Pero, a ese respecto, había recibido en 1904 una respuesta
    clara y definitiva: “Por lo que respecta al recogimiento, el
    amor es el que debe recogerte en mí interiormente, no
    alejándote de los hombres. Vive con ellos…” (O.S. 26 abril
    1904, pg.360).
    Se dice también que fue su excesivo temperamento el
    que le impidió tener compañeros. En ese sentido es verdad
    que los trapenses y los padres blancos no osaron confiarle
    un discípulo, al cual hubiese encerrado en el cuadro estricto
    del reglamento. Pero eso no era el caso de todos aquellos a
    quien le propuso una vida libre según la atracción de cada
    cual.
    Conclusión.
    Hay que buscar la verdadera razón de su soledad del
    lado de la misión a la que fue llamado. A partir del día en que
    Carlos de Foucauld renuncia a vivir en los privilegiados
    lugares de Tierra Santa, donde abundan los religiosos, para
    ir a los lugares más desheredados, allí donde nadie puede
    ir, a partir del día en el cual él renuncia a vivir en la clausura
    una relación amorosa con Jesús contemplado en el
    Evangelio y en la Eucaristía para ir a vivir cerca de los
    hombres, como hizo Jesús, amándoles como él les amaba,
    a partir de ese día se compromete en un camino nuevo, en
    la pendiente hacia el lugar del servidor en la lógica de
    Nazaret y no podía preocuparse por preservar en primer
    lugar su soledad monástica ni asegurarse una comunidad de
    sostén, tal como él la había imaginado.
    ¿Pero podría él haber cumplido esta misión y
    mantenerse hasta el final sin un temperamento tan
    independiente capaz de soportar la soledad y el aislamiento,
    sin una pasión por el trabajo que le llevó a realizar una obra
    extraordinaria y sin la calidad de relación y de comunicación
    que supo crear y conservar por todos los sitios donde vivió?
    ¿Habría podido aguantar tanto tiempo en la Trapa, en
    Nazaret o en el Sahara sin la amistad de su prima, sin la
    relación firme y amistosa del abbé Huvelin, sin todas las
    otras relaciones que ya hemos señalado en cada momento
    de su vida? Si él no soñó en codificarlo en reglamentos
    obligatorios, eso no fue menos vital para él.
    Antoine Chatelard – Boletin Iesus Caritas 2/94

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