Muerte en Tamanrasset

En el atardecer del 1 de diciembre de 1916, Carlos de Foucauld murió a manos de una banda de forajidos, senusistas y tuaregs disidentes, que rodeó su casa en el Sahara argelino. El plan de la banda era saquear el bordj y tomar a Carlos como rehén. Mientras saqueaban la pobre capilla y las dependencias del humilde cenobio, el joven que custodiaba a Carlos de Foucauld -quien permanecía de rodillas- salió de control y descargó su fusil contra él sin que mediara razón o resistencia alguna. Fue un asesinato precipitado. Carlos murió completamente solo. El mismo día de su asesinato había dejado escrita una carta a su prima:

Nuestro propio aniquilamiento es el medio más poderoso que tenemos para unirnos a Jesús y hacer bien a las almas. San Juan de la Cruz lo repite casi en cada línea. Cuando uno puede sufrir y amar, puede mucho, puede lo que más en este mundo. Uno siente que sufre, pero no siempre siente que ama y es un gran sufrimiento. Pero uno sabe que quisiera amar, y querer amar es amar. […]Se nota que no amamos bastante -esto es verdad, nunca se amará bastante-; pero Dios, que sabe de qué barro nos ha hecho y que nos ama más de lo que una madre podría amar a su hijo, nos ha dicho -él, que no puede morir- que no rechazará a aquél que se acerque a él.

Carta a María de Bondy1 de diciembre de 1916

En 1897, mientras vivía en Nazaret, Carlos había apuntado las siguientes líneas, como si se tratara de un diálogo con Dios sobre la muerte de Jesús, pensamientos que tomaron difusión luego de la muerte que él mismo padeció:

Cualquiera que sea el motivo por el cual nos matan, si nosotros, en el alma, recibimos la muerte injusta y cruel como un don bendito de tu mano, si te lo agradecemos como una dulce gracia, como una imitación dichosa de tu fin, si te lo ofrecemos como un sacrificio ofrecido de muy buena voluntad, si no nos resistimos a obedecer tu palabra: No resistan el mal (Mateo 5:39) y a tu ejemplo: Como oveja ante el esquilador enmudecía y no abría la boca (Isaías 53:7), entonces, cualquiera que sea el motivo que tengan para matarnos, moriremos en el puro amor, y nuestra muerte será un sacrificio de muy agradable aroma, y si no es un martirio, en el sentido estricto de la palabra y a los ojos de los hombres, será un sacrificio a tus ojos y será una imagen muy perfecta de tu muerte… ya que si no hemos, en este caso, ofrecido nuestra sangre por nuestra fe, la habremos, de todo corazón, ofrecido y entregado por amor tuyo…[27]

Carlos de Foucauld, En vue de Dieu seul

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