El Evangelio que ha transformado mi vida

Desde Tamanrasset, el uno de agosto de 1916, cuatro meses antes de su muerte, escribió a Luis Massignon: “No hay, me parece, una palabra del Evangelio que haya hecho mayor impresión en mí, y haya transformado más mi vida que esta: Todo lo que hagáis a uno de estos pequeños, a mí me lo hacéis. Si se piensa que estas palabras las ha pronunciado la Verdad Increada, la misma boca que ha dicho: Esto es mi cuerpo… Esta es mi sangre (…) ¿con qué fuerza no será uno arrastrado a amar a estos pequeños, estos pecadores, estos pobres (…)? 36”. Lo que sobresale en este texto citado, no es tanto el énfasis del segundo mandamiento, semejante al primero, sino 37. la referencia a la Eucaristía. Lo mismo que la fe bajo las especies consagradas el Cuerpo y la Sangre de Jesús, ve también en todo ser humano, un ser inefablemente sagrado, un miembro, una parte, una presencia de nuestro Bien amado Jesús Este realismo de expresión, semejante al lenguaje del Crisóstomo, traduce su fe en el Cuerpo Místico de Cristo. Todos los hombres, bajo una condición u otra, son miembros del Cuerpo de Cristo, porque Cristo, por su Encarnación se ha convertido maravillosamente en uno de ellos. No hay ninguna exclusión, ni para el rico ni para el pobre, pues todos han sido creados a imagen de Dios. Aunque hay, eso sí, una clara preferencia por los pobres. Escribiendo en Nazaret en 1899 las constituciones y el reglamento para su proyecto de fundación de los Hermanos del Sagrado Corazón, describió así esta caridad universal que quiere reinar en la fraternidad: 38 “Los hermanos, no sólo deben recibir con bondad a los huéspedes, los pobres y enfermos que se presenten ante ellos, sino que deben invitar a entrar a los que se encuentran en su puerta, pidiéndoles como una gracia, de rodillas si fuera necesario, como Abraham a los ángeles que no pasen por la puerta de su siervo sin aceptar su hospitalidad, sus cuidados, las señales de su fraternal amor. Que todos sepan, desde lejos, que la fraternidad es la casa de Dios, donde todo pobre, todo huésped, todo enfermo, es siempre invitado, llamado, deseado, acogido con alegría y gratitud por hermanos que le aman y ven la entrada bajo su techo como la llegada de un tesoro. Ellos son, efectivamente, el tesoro de los tesoros, porque son Jesús mismo. Recordad: “Todo lo que le hagáis a uno de estos pequeños, a mí me los hacéis 38”. Y esto es lo que él hizo en Beni-Abbés, tal como su propia reflexión lo manifiesta en las sendas cartas a María de Bondy y a Mons. Guerin: “Yo quiero acostumbrar a todos los habitantes, cristianos, musulmanes, judíos o idolatras, a mirarme como su hermano, el hermano universal. Ellos comienzan a llamar a la casa La Fraternidad –Khaoua, en árabe–, esto me es muy dulce 39, y a saber que los pobres tienen allí un hermano, y no solamente los pobres, sino todos los hombres 40”. El que llama al Señor Jesús su Bien amado Hermano, su Hermano Mayor, quiere ser mirado por los hombres, todos ellos miembros de Jesús, como su hermano. Una misma sangre fraternal uno a todos los hombres, no solamente esta sangre humana que nos viene de Adán, sino esta sangre de Cristo el Hijo de Dios hecho Hombre. . 39En Beni-Abbés, en 1902, como más tarde a su llegada a Hoggar en 1905, la primera angustia que revoluciona su alma es la gran miseria en que yacen los esclavos. El quiere que se actúe inmediatamente, por ello escribió: “Entrar en largos detalles sobre los malos tratos sufridos por esclavos de la Saoura y de los oasis me parece abordar mal la cuestión. Son maltratados, es cierto. Pero lo fueran bien o mal tratados, el gran mal y la insoportable injusticia es que sean esclavos 41”.

La esclavitud de los hombres es una de las formas vergonzosas e inmorales de la opresión y la explotación del hombre por sus semejantes. ¡Existe todavía en nuestros días tantas formas, siempre injustas, de opresión! Más para Carlos de Foucauld, aparte de esta inquietud en su espíritu y en su corazón, hay una dolorosa claridad que arroja su fe cristiana sobre el sufrimiento de los hombres. Alguien a quien ha escrito indignado y le responde aconsejándole paciencia y prudencia, contesta: “Lejos de mí desear hablar y escribir. Pero yo no puedo traicionar a mis hijos, dejando de hacer por Jesús, vivo y sufriente en sus miembros, aquello de lo que Él tiene necesidad. Es Jesús, el que está en esta dolorosa situación de los esclavos 42”. Así, en el hombre que sufre, que es oprimido, que está esclavo, su fe viva ve a Jesús sufriendo, oprimido, esclavizado. ¿Qué ocurriría en el mundo, si todos los cristianos tuviéramos la misma fe, la misma mirada?

36 OE, 778.

37 OE, Reglamento de los Hermanitos del Sagrado Corazón, 460.

38 OE, 458.

39 Carta a la Sra. de Bondy, 7 febrero de 1902, Cf. J. F.Six, oc., 275.

40 OE, Carta a Mons. Guérin, 28 de junio 1902, 625.

41 Carta a D. Martin, 7 febrero 1902, en Cartas a mis hermanos de la Trapa, 224.

42 OE, Meditación sobre la Pasión, 266 y 262-263. 40

Ver Boletín Iesus Caritas Abril-Junio de 2016

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