Foucauld: la santidad en el fracaso, lo cotidiano y el desierto

Perú Católico, líder en noticias.- Hace algunos días surgió la noticia de que el francés Charles de Foucauld (1858-1916) va en camino a la canonización, en fecha que todavía se está por definir. El pasado 26 de mayo, el Papa Francisco autorizó que la Congregación para la Causa de los Santos emitiera el decreto donde reconoció el milagro atribuido a su intercesión, por el que un joven francés sobrevivió a un grave accidente. Foucauld fue beatificado en el 13 de noviembre de 2015, durante el pontificado de Benedicto XVI.

El reconocimiento de la Iglesia al proponer a Foucauld como modelo universal de vida cristiana es una buena noticia, en medio de la situación que estamos viviendo como humanidad y como Iglesia, más ahora que estamos inmersos en una situación de emergencia sanitaria que, al parecer, todavía durará muchos meses más y que nos replanteará la forma de vivir. ¿Por qué es una buena noticia? En mi opinión, porque la vida de Foucauld nos muestra una serie de valores evangélicos que se nos suelen olvidar a los creyentes de hoy y que, en medio de la llamada “nueva normalidad”, habrá que volver a tener en cuenta. Entre esos rasgos está su amor a la Eucaristía, saberse un peregrino en permanente búsqueda, además de su respeto y actitud de diálogo hacia otras religiones como el islam y el judaísmo. Pero ahora quiero destacar estos otros tres valores.

El primer valor es la importancia que Foucauld le dio al desierto, tanto el físico como el espiritual. Sabemos que buena parte de su vida la desarrolló en el desierto del Sahara argelino, primero en Beni Abbès y luego en Tamanrasset, donde fue asesinado el 1 de diciembre de 1916. El desierto para Foucauld fue un lugar propicio para vivir la presencia de Dios, ajeno a cualquier tipo de estímulos que tanto nos seducen, nos distraen, nos hacen poner el corazón y que tanto extrañamos en medio del confinamiento al que estamos necesitados de vivir ahora.

Otro valor es la capacidad de vivir espiritualmente el fracaso. Y es que Foucault no pudo fundar ninguna congregación -aunque su inspiración diera origen después a los Hermanitos y Hermanitas de Jesús-, no pudo convertir a ningún musulmán, ni liberar a ningún esclavo a pesar de sus muchas solicitudes al gobierno francés. Hoy en día estamos atrapados por el deseo de sentir y proclamar nuestros éxitos, ya sea en títulos, logros de todo tipo, likes en las redes sociales, etcétera; por lo que este hombre nos puede mostrar el valor de vivir con libertad y gratitud nuestros propios fracasos y así combatir nuestros no pocos narcisismos espirituales, propios del fariseo que oraba: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres” (Lc 18, 11).

Otro rasgo evangélico de Foucauld, según el P. Pablo d’Ors (quien escribiera sobre él una magnífica biografía novelada titulada El olvido de sí), es que fue un “místico de lo cotidiano. Lo cotidiano él lo llamaba Nazaret. Por encima de la vida pública de Jesús, que ya eran tantos y tantas que buscaban representar -anunciando el evangelio, curando a los enfermos, redimiendo a los cautivos, creando comunidad-, lo que Foucauld quiso fue representar su vida oculta como obrero en Nazaret. La vida en familia, el trabajo en la carpintería, la existencia sencilla en un pueblo… Todo eso, tan anónimo, tan aparentemente insignificante, fue lo que le subyugó hasta el punto de consagrarse siempre y por sistema a lo más pequeño, lo más ordinario, lo más ignorado.”

Estos y muchos otros rasgos de Charles de Foucauld quedaron sintetizados en su llamada “oración del abandono” que comienza diciendo: “Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea te doy gracias”. Los invito a escucharla en una hermosa versión musicalizada por los Misioneros del Espíritu Santo, en México en los años ochenta.

Sergio Padilla

El autor es académico del ITESO, Universidad Jesuita de Guadalajara – padilla@iteso.mx

2 comentarios en “Foucauld: la santidad en el fracaso, lo cotidiano y el desierto

  1. Gracias Sergio. Sin duda de acuerdo, Charles es uno de nuestros santos favoritos. Por su conversión, por su testimonio y su martirio.

    No suelo comentar porque rematar un buen artículo con más palabras añadidas parece poco modesto. Pero aquí sigo tecleando. Un asunto que me obsesiona, por favor que alguien me responda y mis palabras no sean las últimas. El fracaso. Los polos se están derritiendo, seguimos quemando petróleo y pisoteando personas, las distracciones son ahora tan potentes que nos desvían de lo único interesante, Dios. «Al final, mi Inmaculado corazón triunfará» Fátima. Y yo me pregunto a veces, ¿…sobre unas cucarachas radiactivas, únicas supervivientes? Juan Apocalipsis veintidós diecinueve, no pretendo añadir ni cambiar palabras, pero ―«pero», qué fea palabra― ¿tiene sentido hoy tomar las revelaciones apocalípticas así, como vienen, tan simples? ¿Realmente el Anticristo podría ser un ser personal en el modelo de sociedad que tenemos ahora o verosímilmente habrá próximamente? Juan doce treinta y dos, al final, atraeré a todos hacia mí. ¿Serán esos «todos» unos pocos cientos de supervivientes de una hecatombe climática? No tengo claro que el fracaso sea bonito. Además hay fracasos épicos pero también los hay ridículos, no sé cuales peores. Perdón por el pesimismo, gracias por leerme. Por favor que alguien me contradiga.

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