IMPORTANCIA DE LA EVANGELIZACIÓN EN CARLOS DE FOUCAULD

Charles de Foucauld

Jesús de Nazaret, el testigo del Padre, el sencillo y humilde de corazón, fue tan molesto, que decidieron acallar para siempre su voz y acabar con su presencia. Jesús trató de apagar la mecha de los conflictos no con las armas de la fuerza que se impone, sino con las armas morales de la verdad, la autenticidad y el amor; fuerzas espirituales más molestas aún para los enemigos, porque los alcanzan en su interioridad, llegando al fondo de su ser. Jesús fue un radical. Planteó la conversión a Dios, el cambio de vida y las actitudes éticas y religiosas desde su raíz, estableciendo su Evangelio como único absoluto. El testigo cristiano que intenta vivir con radicalidad el Evangelio de Jesús, sin quererlo, crea conflictos en su entorno. La vida evangélica no deja indiferente. Sin acusar a nadie, deja al descubierto las intenciones. Así, el testigo puede encontrarse con la soledad y la incomprensión: «No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. He venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra, y sus propios familiares serán los enemigos de cada cual«[1]. «Seréis odiados de todos por causa de mi nombre, pero el que persevere hasta el fin se salvará«[2]. La razón última de la ética del testigo es realizar la voluntad de Dios hasta las últimas consecuencias.

Jesús proclama bienaventurados a los testigos que sufren, no sólo a causa de su nombre, sino también cuando sufren por una causa justa, pues escondido en ella late el rostro de Aquel que espera reconocimiento y gratitud. Sufrir persecución por causa de Jesús y reaccionar ante los perseguidores con crispación y agresividad destructiva, es estar en discordancia con el Evangelio. Supone querer defender la causa de Jesús con las mismas actitudes antievangélicas que se están combatiendo. Jesús murió perdonando y amando a sus torturadores. El martirio es el testimonio de la fe consagrado por el testimonio de la sangre.

1. La ermita se convierte en Fraternidad

Es muy importante constatar cóm transcurren los primeros tiempos de instalación en el Sahara del padre Foucauld. Nos puede ayudar esta espléndida descripción:

«Cuando en el mes de octubre de 1901, el comandante ­Lacroix, jefe de servicio de los asuntos indígenas en Ar­gel, dirige a su compañero de promoción Carlos de Foucauld el documento oficial por el que el Comandante militar en Argelia autoriza su instalación en Beni-Abbés, no hace apenas ­más de un año que las tropas francesas ocupan toda esta región del valle del Soura y de Gourara. No se puede decir verdaderamente que la pacificación se haya acabado, no lo está, sin duda, en lo que respecta al espíritu de las po­blaciones. Hay que considerar, pues, como excepcional, por ser contrario a los usos y a las desconfianzas instin­tivas de los militares con respecto a los civiles, el pri­vilegio así concedido al padre de Foucauld».

Los diferentes puestos que jalonan el itinerario han sido avisados y, desde Taghit, a donde llegó la víspera, ­el padre de Foucauld escribe el 24 de octubre a su prima: «Ellos me han demostrado («Ellos» son los oficiales en todos los grados) en todos los puestos una bondad que me conmueve y me llena de reconocimiento para con Dios y para sus almas buenas«. Las mismas disposiciones en Beni-Abbés a donde la pequeña caravana llega cuatro días más tarde, y escribirá a Henry de Castries: “En los militares de cual­quier grado, he encontrado la más afectuosa acogida. Los indígenas también me han acogido perfectamente«.

La ermita la construye rápidamente, con la ayuda de los oficiales y de la guarnición, un poco separada del oasis; y, apenas instalado, el empleo del tiempo del recién llegado se reparte y es totalmente absorbido entre ­oración, meditaciones y lecturas espirituales por una par­te, y trabajo manual y visitas por otra. Estas últimas no son hechas por el padre de Foucauld, sino recibidas por él y le llevan mucho tiempo: «Algunos oficiales, muchos soldados, muchos árabes, muchos pobres, a los que doy cebada y dátiles en la medida de lo posible«, escribe el 8 de di­ciembre a su prima. Enseguida la ermita se convierte en la Khaoua, la Fraternidad; y Khouia CarIa, mi hermano Carlos, como le llamaban los indígenas, se alegra de ello: ¿no quiere ser el hermano universal?

Su amigo Laperrine le ha recomendado cálidamente a un oficial superior diciendo: «Puede contar con él como un instrumento perfecto de pacificación y de moralización«. Efectivamente, y esto es importante notarIo, en esta re­gión, en donde reina la calma en el conjunto, y donde los problemas políticos y administrativos no levantan en este tiempo serias dificultades, el padre de Foucauld se consa­gra exclusivamente a las tareas de su ministerio y a la práctica de la caridad[3]

          Durante su estancia en la ermita del Asekrem el año 1911, Foucauld escribe por primera vez, el 25 de noviembre, a un laico de Lyon, Joseph Hours, en respuesta a la carta que este le había enviado planteándole preguntas sobre la evangelización de los musulmanes del Sahara. Joseph Hours era hijo espiritual de un santo sacerdote de Lyon, el padre Crozier, que había fundado una familia espiritual muy informal, a la que perteneció el padre Foucauld, que se llamaba “la familia del Corazón de Jesús” y que tenían como libro de cabecera espiritual, escrito por el padre Crozier, el Excelsior, publicado en 1903, y que hacía de unión para todos los miembros de esta familia, compuesta por miembros de todos los estados de vida:

«Siempre hay que hacer por el ejemplo, la bondad, la oración, estableciendo relaciones más estrechas con las almas tibias o alejadas de la fe para llevarlas, poco a poco, a fuerza de paciencia, de amabilidad, de bondad, con la influencia de la virtud más que de los ejemplos, a una vida más cristiana, o a la fe, entrando en relaciones amistosas con personas totalmente contrarias a la religión, para hacer caer sus prevenciones con la bondad y la virtud, y llevarlos a Dios. Hay que ampliar nuestras relaciones con los buenos cristianos, para ayudarnos en un amor ardiente a Dios, y con los no‑practicantes, tratando de mantener con ellos no relaciones mundanas, sino de cordial afecto, que les lleven a la estima y a la confianza, y de ahí, a reconciliarse con nuestra fe. Hay que ser misionero en Francia, como se es en país infiel, y eso es tarea de todos, clérigos y laicos, hombres y mujeres» [4]   

          Y en esta meditación encontramos la convicción profunda de Foucauld: Quien acoge a un hermano acoge al mismo Jesús, pues es parte del Cuerpo Místico de Jesucristo:

            ‘Quien a vosotros acoge, a Mí me acoge’. Acoger al prójimo es acoger a un miembro de Jesús, una parte del cuerpo de Jesús, una parte de Jesús; todo lo que hacemos o decimos al prójimo, es Jesús, quien lo oye, y recibe; es a Él a quien se lo decimos o hacemos… ¡Con qué amor, respeto, alegría, con qué gran deseo de hacer a quien se presente a nosotros, el mayor bien posible a su alma, o a su cuerpo según sean sus necesidades y nuestras posibilidades!; ¡con qué ternura apresurada debemos acoger al que se presente a nosotros, a todo ser humano, sea quien sea!… el pobre que llama tímidamente a la puerta, el superior que viene a visitarnos en nombre de la Iglesia y de la Santa Sede, todos, todos, todos, el pobre turco o el obispo, todos, todos, todos, al acogerlos, acogemos a Jesús! Partiendo de esto es como el fiel, el justo ‘que vive de la fe’, ajusta su conducta y sus relaciones con el prójimo, no viendo en él otra cosa que una porción del cuerpo de Jesús[5] 

2. Fuera de la imitación de Jesús no hay perfección

Fuera de la imitación de Jesús no hay perfección. Esta idea es el eje central de toda su espiritualidad: la imitación de Jesús de Nazaret el Cristo. Y esta vida de Nazaret se puede vivir en todas partes:

«Ama, obedece, imita, vive de fe, de esperanza, de caridad. Ama a Jesús, obedécele, imítale. La obediencia te pondrá en las situaciones que Él te quiere: imítale allí. Cuando Su voluntad no te muestre claramente un cambio de situación, sigue en el statu quo. En todos los casos, imítale. Fuera de su imitación no hay perfección: y tú, muy especialmente, Su imitación es tu vocación, tu deber, tu obligación todos los momentos de tu vida. Su imitación se ha puesto para ti en todo tiempo a la cabeza de todas tus elecciones, en todos tus retiros, in capite libri, está a la cabeza de tu vida, es la directriz de tu vida. Jesús te ha establecido para siempre en la vida de Nazaret: la vida de misión y de soledad, para ti como para Él no son más que excepciones. Practícalas cada vez que Su voluntad lo indique claramente. Cuando no sea indicado, vuelve a la vida de Nazaret. Desea el establecimiento de los Hermanitos y Hermanitas del Sagrado Corazón de Jesús. Sigue su Reglamento como se sigue un directorio, sin hacerte de él un deber estricto. Ya estés solo, ya estés con algunos hermanos, hasta que haya posibilidad real de llevar perfectamente la vida de los Hermanitos y Hermanitas en un Nazaret con clausura, toma como objetivo la vida de Nazaret, en todo y por todo con su sencillez y su amplitud, sirviéndote del reglamento sólo como directorio que te ayude en ciertas cosas a entrar en la vida de Nazaret (por ejemplo, hasta que los Hermanitos y Hermanitas estén debidamente establecidos, nada de hábito ‑como Jesús en Nazaret‑, nada de clausura ‑como Jesús en Nazaret‑, nada de vivir lejos de todo lugar habitado, sino cerca de un pueblo ‑como Jesús en Nazaret‑, no menos de  ocho horas de trabajo al día (manual o de otra forma, manual mientras sea posible) ‑como Jesús en Nazaret‑, ni grandes terrenos ni grandes construcciones, ni grandes gastos ni siquiera generosas limosnas, sino extrema pobreza en todo ‑como Jesús en Nazaret. En una palabra: en todo, Jesús en Nazaret. Sírvete del reglamento de los Hermanitos para ayudarte a llevar esta vida, como un libro piadoso; y apártate de él resueltamente para todo lo que no sea imitación perfecta de esta vida. No intentes organizar, prepara el establecimiento de los Hermanitos y Hermanitas del Sagrado Corazón de Jesús: solo, vive como si hubieras de quedarte siempre solo; si sois dos, tres, algunos, vive como si nunca hubierais de ser más numerosos. Reza como Jesús, tanto como Jesús, dejando siempre, como Él, un espacio muy grande para la oración. También como Él, hazle mucho sitio al trabajo manual, que no es un tiempo sustraído a la oración, sino un tiempo regalado a la oración: el tiempo de trabajo manual es un tiempo de oración. […] La vida de Nazaret puede llevarse en todas partes: hazlo en el lugar más útil para el prójimo»[6].

Michel Lafont, discípulo de Foucault, matiza con esta reflexión lo que quiere decir imitar a Cristo:

       «No me hace ninguna falta, Señor Jesús, bus­carte fuera de mí. Tú estás en mí, no como una joya en su estuche, sino como una fuente de vida, como la savia que irriga la viña hasta el más pe­queño de los sarmientos (Cf. Jn 15, 5-6). Cuando hablo de imitación, no me refiero a reproducir los rasgos de un modelo externo: es más bien desde dentro, como por un impulso de vida divina, como quieres llevar a cabo a través de mí tus palabras y tus actos, toda tu semejanza. Tu vida, limitada a treinta y tres años, la continúas, la prolongas en el tiempo y en el espacio en todos aquellos a los que divinizas. De modo que todas sus acciones, de las más geniales a las más normales, que son humanas, se convierten al mismo tiempo en acciones divinas. Ya sea pelar patatas o salmodiar el oficio litúrgico, es el Señor Jesús el que asume en nosotros cualquier actividad, como hace con nuestras alegrías y nuestras penas cotidianas. Tampoco nos abandona el Señor cuando vamos en coche: su presencia al volante cambia completamente nuestra conducta en la carretera. Esta prodigiosa divinización de cada uno de nosotros se realiza dentro de la varie­dad de temperamentos y el inmenso abanico de culturas. El Señor hace suyos la vida de una madre de familia y la de un astronauta, el trabajo de un campesino y el de un ingeniero, la condición de un pigmeo y la de un mongol…»

Como enseñaba un discípulo del hermano Carlos: ‘Cristo vive en vosotros… Ni un solo ins­tante os abandona, y en consecuencia, ni un solo instante os alejáis de Él. Hagáis lo que hagáis, Él está en vosotros, Él es vosotros. No distingáis ya entre momentos en los que estáis en Cristo en la oración y momentos en los que estáis menos en Él. Continuamente estáis en Él y Él está en vosotros’ (Albert Peyriguère).

«Señor, que nunca se vea sofocada por mi culpa esta vida divina que, en mí, tiende a crecer y a de­sarrollarse. Sí, a pesar de mis debilidades o mi me­diocridad, tú vives en mí: Sigo siendo un pecador … Es una de las cosas que han contribuido a impe­dirme durante largo tiempo que te buscase en mí mismo para adorarte … Estaba asustado de sentir­te tan dentro de mí, tan cerca de mis miserias, tan cerca de mis imperfecciones innumerables [. .. J. Perdón, socórreme… Soy tuyo, mi cuerpo, mi alma, todo lo que soy es tuyo: ‘Que ya no sea yo el que vive, sino tú el que vive en mí, Jesús’; conti­núa tu vida en mí… para la mayor gloria de Dios. Amén. Y concede esta misma gracia a todos los hombres para que seas glorificado por todos los hombres. Amén[7]

          Veamos ahora esta magnífica meditación del hermano Carlos hablándonos del valor del testimonio cristiano, sin miedo y aceptando con alegría las persecuciones, a imitación de Nuestro Señor Jesucristo:

Las tres enseñanzas son: La primera, que hay que predicar, a ejemplo mío, aun cuando no se espere éxito, únicamente por deber, porque es vuestra obligación dar testimonio de la verdad, incluso cuando no la crean; por obediencia, pues pronto os diré: ‘Predicad a toda criatura’. Es necesario que toda criatura oiga el Evangelio, esté o no dispuesta a acogerlo. La segunda es que hay que saber hablar a los hombres con valor, como lo hago yo aquí; temed a Dios que puede mandar al infierno el cuerpo y el alma […]; no tengáis miedo a hombre alguno, ninguna timidez ni en vuestras palabras, ni en vuestras acciones. Tened caridad, amabilidad, amor, compasión, paz, ternura, sin medida; pero miedo, jamás. La tercera enseñanza que os doy es que, desde el momento en que os declaréis servidores míos, tenéis que esperar la persecución. Yo fui perseguido toda mi vida. […] si me imitáis predicando el Evangelio y siguiendo la verdad, os esperan las persecuciones que siempre Me acompañaron. Habrá que recibirlas con gozo, como marcas preciosas de vuestro parecido conmigo, como una imitación de vuestro Amado, porque si os llegan es porque Yo lo permito y sólo os llegan en la medida en que lo permito Yo, sin cuyo permiso no puede caer ni un cabello de vuestra cabeza. Soportadlas rogando por vuestros perseguidores porque son hijos de Dios, y Dios quiere su salvación, y Yo daré mi sangre por salvarlos. Yo mismo os he dado ejemplo rogando por todos los hombres, por nuestros perseguidores y nuestros enemigos[8].

3. Proclamar el Evangelio con la vida

Veamos lo que dice Michel Lafont, discípulo de Foucauld, sobre la imitación de Jesús:

Cuando hablo de imitación, no me refiero a reproducir los rasgos de un modelo externo: es más bien desde dentro, como por un impulso de vida divina, como quieres llevar a cabo a través de mí tus palabras y tus actos, toda tu semejanza. Tu vida, limitada a treinta y tres años, la continúas, la prolongas en el tiempo y en el espacio en todos aquellos a los que divinizas. De modo que todas sus acciones, de las más geniales a las más normales, que son humanas, se convierten al mismo tiempo en acciones divinas. Ya sea pelar patatas o salmodiar el oficio litúrgico, es el Señor Jesús el que asume en nosotros cualquier actividad, como hace con nuestras alegrías y nuestras penas cotidianas. Tampoco nos abandona el Señor cuando vamos en coche: su presencia al volante cambia completamente nuestra conducta en la carretera. Esta prodigiosa divinización de cada uno de nosotros se realiza dentro de la varie­dad de temperamentos y el inmenso abanico de culturas. El Señor hace suyos la vida de una madre de familia y la de un astronauta, el trabajo de un campesino y el de un ingeniero, la condición de un pigmeo y la de un mongol…

Como enseñaba un discípulo del hermano Carlos: ‘Cristo vive en vosotros… Ni un solo ins­tante os abandona, y en consecuencia, ni un solo instante os alejáis de Él. Hagáis lo que hagáis, Él está en vosotros, Él es vosotros. No distingáis ya entre momentos en los que estáis en Cristo en la oración y momentos en los que estáis menos en Él. Continuamente estáis en Él y Él está en vosotros’ (Albert Peyriguère).

Señor, que nunca se vea sofocada por mi culpa esta vida divina que, en mí, tiende a crecer y a de­sarrollarse. Sí, a pesar de mis debilidades o mi me­diocridad, tú vives en mí: Sigo siendo un pecador … Es una de las cosas que han contribuido a impe­dirme durante largo tiempo que te buscase en mí mismo para adorarte … Estaba asustado de sentir­te tan dentro de mí, tan cerca de mis miserias, tan cerca de mis imperfecciones innumerables [. .. J. Perdón, socórreme… Soy tuyo, mi cuerpo, mi alma, todo lo que soy es tuyo: ‘Que ya no sea yo el que vive, sino tú el que vive en mí, Jesús’; conti­núa tu vida en mí… para la mayor gloria de Dios. Amén. Y concede esta misma gracia a todos los hombres para que seas glorificado por todos los hombres. Amén[9].

          A menos de un año de la muerte del padre Foucauld, este tiene claro que la Unión que ha fundado junto con su amigo Massignon es una cofradía, que además de pedir y trabajar por la salvación por las almas, hay que hacer gestos concretos de liberación ante las necesidades de nuestros hermanos:

El primer deber es el que ya sabemos: la salvación de las almas. Pero todo está en relación: y muchas cosas que no son la acción propiamente dicha de sacerdotes y religiosos, importan mucho al bien de las almas; así, su instrucción, su buena administración civil, su estrecho contacto con franceses honrados, para algunos su sedentarización, un aumento del bienestar material; también querría yo que nuestra Unión, siendo ante todo una cofradía, conduzca a la mayor unión posible de cada uno con Nuestro Señor, a llenarse de su Espíritu, a vivir según Su voluntad y en Su gracia; que conduzca también a cada uno, según su condición y sus medios, a hacer todo lo que pueda por la salvación de los infieles de nuestras colonias; en eso, hay que dar un impulso, organizar una acción colectiva, concretar, estimular, apoyar actuaciones privadas[10]

          Para que Jesús pueda obrar por nosotros debemos antes abrazarnos a la cruz que Jesús nos da y pedir por las intenciones de Dios, es decir, que su Reino de justicia, paz y amor se instaure entre nosotros:

Desde hace cierto tiempo, y creciendo cada día, mi pensamiento no puede apartarse de Marruecos, de sus diez millones de habitantes, infieles todos, de este pueblo tan considerable totalmente abandonado. Ni un sacerdote, ni un misionero. En los puertos, donde hay consulados de España, capellanes para el consulado, y eso es todo. En el interior, en este país tan grande como Francia, ni un altar, ni un sacerdote, ni una religiosa. La noche de Navidad pasará sin una Misa, sin que ni una boca, ni un corazón pronuncien el nombre de Jesús; con mucha razón se dice: ¡orad por Francia, que se pierde! Pero por dolorosos que sean los desórdenes en Francia, ¡qué son al lado de esta noche, de este luto por Marruecos!… Pienso en ello día y noche, y rezo… Mis oraciones al pie del sagrario, en la Santa Misa, van hacia eso; no olvido las demás intenciones… pero la especial, la particular, va siempre allí, cada vez más. Este pensamiento no me abandona. Por lo demás, estoy en completa oscuridad sobre lo que se podría hacer para que brillase la estrella de los Magos en esta noche: orar, santificarse, de momento no veo más, abrazarse a la cruz también, más de lo que lo he hecho; para llevarla a los demás, hay que abrazarla primero, y yo no he comenzado; oraciones, santificación, sufrimientos, habría que comenzar por ahí, para que seguidamente Jesús pueda hacer algo de mí[11] 

          En estas observaciones que Foucauld da a los misioneros del Sahara se ve claramente el valor tan grande que da a la amistad con todos. La amistad sincera como medio de cercanía y de relación:

1º Cristianos: Charlar mucho con ellos; ser el amigo de todos, buenos y malos; ser el hermano universal; en la medida de lo posible, no recibir nada de nadie; sin que lo parezca, no recibir, ni pedir, ni aceptar ningún servicio, si no es indispensable. Hacer todos los favores compatibles con nuestro estado, con la perfección […] El mayor bien  que se puede hacer a los cristianos es llegar a ser el amigo del corazón, el confidente de cada uno, para que una vez establecida la amistad se puedan dar con fruto buenos consejos, buenos criterios, hacer bien a sus almas. 2º Con los soldados indígenas:[…] ser de acogida fácil, muy grata con ellos, sin familiaridad […]; si buscan mantener relaciones de mayor intimidad, aceptarlas, hablándoles únicamente de Dios, de la santidad, de cosas espirituales; darles consejos conformes a la perfección respecto a sus asuntos familiares, si lo piden, no dárselos nunca sobre los asuntos temporales. 3º Los demás indígenas:[…] Tratar de ganar su confianza y amistad, a fin de que una vez establecidas la confianza y la amistad se les puedan dar con fruto, progresivamente, las mejores enseñanzas […]; obtener su amistad por la bondad, la paciencia, los servicios (pequeños favores de cualquier clase que se puedan hacer a todos: pequeñas limosnas, medicamentos, hospitalidad)[…] Tratar de tener con ellos la mayor relación posible, para establecer confianza y amistad; pero en estas relaciones ser discreto[…]; aprovechar todo para estrechar con ellos la amistad, aumentar en todos la confianza[…]. En la medida de lo posible, vivir como ellos. Tratar de mantener la amistad con todos, ricos y pobres, pero ir sobre todo y primero a los pobres, según la tradición evangélica[12].

4. La ofrenda de su persona

Para poder comprender los últimos tiempos de Carlos de Foucauld en Tamanrasset, veamos la aportación que nos hace H. Didier:

La acción del padre de Foucauld en los últimos momentos de su vida, así como su muerte brutal, hay que comprenderlas en función de la fuerte participación o implica­ción del Magreb en un conflicto que alcan­zó rápidamente dimensiones mundiales. Él hubiera querido participar en los combates en Francia, como tantos otros. El contexto del momento y hasta la voz de su conciencia le obligaron a considerarse movilizado allí mismo. Movilizado contra Alemania y con­tra sus agentes efectivos o eventuales: agi­tadores turco-otomanos infiltrados en país árabe o bereber sin color de panislamismo o senusitas. Al mismo tiempo que proseguía sus trabajos lingüísticos, tomaba parte cada vez más en los asuntos administrativos, en la cuestión del mantenimiento del orden mismo, cuya clave, en aquellos tiempos de hambre y de sequía, era la distribución de víveres franceses a los tuaregs. Ello no le impidió seguir velando por el desarrollo en Francia de la Unión de los hermanos y her­manas del Sagrado Corazón. Durante el año 1915, el estado de la opi­nión pública tuareg comenzó a preocuparle. Para el prestigio de Francia entre ellos, lo mismo que para la paz general, le pareció desastroso que, a petición de París, Argel redujera las guarniciones saharianas. En vano escribió para alertar sobre el peligro: demasiado débiles, los italianos dejaban que en Libia hicieran lo que les parecía los senusitas, a los cuales eran enviadas armas y municiones alemanas. En abril de 1915 se complicó la situación; por el oeste, guerre­ros marroquíes atacaron a Moussa ag Amas­tane, al que por añadidura no llegaban los subsidios franceses… Sin embargo el padre de Foucauld no pen­saba sólo en la coyuntura político-militar del Hoggar objetivamente implicado en el conflicto franco-alemán por caminos a me­nudo recónditos, puesto que, aconsejado téc­nicamente desde lejos por su prima María de Bondy, se esforzaba en enseñar a hacer punto a las mujeres tuaregs, obra esencial para reformar la sociedad introduciendo en ella una cierta ética del trabajo productivo. Sin embargo la situación se agravó el 24 de marzo de 1916 con la caída del fuerte de Djanet en manos de los senusitas, que llega­ron por el este ‘armados y dotados de dinero por la intervención turco-alemana’.

 Si no se hacía nada, anunciaba en una carta en­viada a Lyautey, toda la soberanía francesa en el Magreb se vería amenazada. Los fran­ceses reconquistaron Djanet el 16 de mayo; demasiado escasos en número, desistieron de perseguir a los senusitas en su retirada. En septiembre hubo una alerta seria, y luego otra falsa; pero esta vez el padre de Foucauld no fue advertido a tiempo. No obs­tante, había tomado la precaución de recu­perar un lote de viejas armas en el Fuerte Motylinski, con ayuda de las cuales preveía poder asegurar la defensa del fortín, estable­cida de acuerdo con sus instrucciones en Tamanrasset para los indígenas fieles a Francia. La precaución resultó del todo inútil, pues el viernes 1 de diciembre de 1916 fue capturado y le dieron muerte[13].

          En este texto extraído del Cuaderno de Carlos de Foucauld se descubre su alma misionera y su pedagogía evangélica, que tiene un denominador común: la amistad como premisa de todo, pero sin olvidar la dimensión misionera:

Es bastante difícil tener conversaciones religiosas con las gentes de los oasis saharianos o de la Saúra; corren el peligro de agriarse y de cavar entre ellos y nosotros un foso, en lugar de estrechar la caridad; lo mejor es, pues, mantenerse con ellos en consejos cortos, pero repetidos, sobre la religión natural y la moral cristiana, sin buscar ni aceptar jamás conversaciones, y menos aún discusiones, sobre el dogma y los detalles de la religión. No es ahora el momento de presentarles entero el texto del santo Evangelio. Hay que leerles pasajes escogidos, muy claros, tocantes a la religión natural y a la moral cristiana, pero no poner el S. Libro entero en sus manos. Están todavía en el período en que debe aplicarse el principio: «No  echéis las perlas  a los  cerdos». Primero hay que poner a las almas en confianza y amistad, y cuando la confianza y la amistad se establezcan, cuando ellos nos estimen, entonces, sin miedo a alejarlos ni a ofenderles, se podrán tener con aquéllos de quienes se ha conocido su seria y buena voluntad, largas y serias conversaciones religiosas; con algunas almas podrá ser pronto; será necesario, cuando se llegue a ello, estar en condiciones de presentarles el Santo Evangelio; parece, pues, que sería muy útil ir preparando desde ahora una traducción en árabe argelino, magrebí, en el árabe vulgar de la Prefectura Apostólica del Sahara, para que se pueda leer o hacerlo leer de modo que hasta los menos cultivados lo entiendan. El mismo proceso hay que seguir con los Tuareg, estima, confianza, amistad primero, y durante este período, ni largas conversaciones, ni discusiones religiosas, sino consejos, avisos cortos y repetidos sobre la religión natural y la moral cristiana; a medida que vamos conociendo las almas y traban amistad con nosotros, con las que tengan buena voluntad comenzar conversaciones más largas y detalladas, y presentarles poco a poco el Evangelio: para ellas hay que preparar desde hoy una traducción de los Santos Evangelios en tamahaq.[…] …se les pueden leer pasajes que tocan solamente a la religión y a la moral natural, tales como la parábola del hijo pródigo, la del Buen Samaritano, la del juicio final, en que se compara a un pastor que separa las ovejas de los cabritos, etc.[14] 

          Durante el último año de su vida está dedicado en la nueva asociación de fieles , la “Unión de hermanos y hermanas del corazón de Jesús que en noviembre de 1913 ya son unos cincuenta. Massignon está entre estos. En esta carta Foucauld le confiesa a Massignon el aspecto del evangelio que más le ha marcado:

Creo que no hay una frase del Evangelio que me haya causado una impresión más profunda y haya transformado más mi vida, que ésta: ‘Todo lo que hagáis a uno de estos pequeños, a Mí me lo hacéis’. Si pensamos que son palabras de la Verdad Increada, la de la boca que ha dicho: ‘Esto es mi Cuerpo… ésta es mi Sangre’, con qué fuerza somos empujados a buscar y a amar a Jesús en ‘esos pequeños’, esos pecadores, esos pobres, aportando todos los medios materiales para aliviar sus miserias temporales[15]

          Entre Foucauld y Massignon se estableció una amistad y una comunión espiritual que fue el fundamento que animó a Massignon a continuar la obra de su querido maestro después de su muerte:

Gracias por rezar cada noche por mis intenciones; yo también lo hago por las suyas de todo corazón. Para unirnos más con oraciones concretas, le propongo lo siguiente: cada día después del Angelus de la mañana, del mediodía y de la noche, yo canto el Veni Creator, seguido de la invocación tres veces repetida: ‘Cor Jesu Sacratissimum, adveniat Regnum Tuum’ por las intenciones de N. S. P. el Papa, para pedir al Espíritu Santo que derrame sus gracias en todos los corazones humanos. Cuando a medianoche estoy despierto, canto también con las mismas intenciones el Veni Creatory estas invocaciones en el primer minuto de la nueva jornada que Dios concede a sus criaturas. En adelante, me uniré a Vd. en estos Veni Creator diarios y en estas invocaciones; si Vd. las recita del todo o en parte, me encontrará unido a Vd.[16].


[1] Mt 10, 34-35.

[2] Mt 10, 22.

[3]G. GORRE – G. CHAUVEL, Misioneros que no colonizaron, Madrid 1968, 122-124.

[4] C. FOUCAULD, Carta a Joseph Hour. 10 febrero 1914, O. E. 203.

[5] C. FOUCAULD, Meditaciones sobre los Evangelios, relativas a la Imitación de Jesús, etc., 52. Nazaret 1898. Mt 10, 40, O. E. 74.

[6] C. FOUCAULD, Diario. En ruta, 22 julio 1905, O. E. 134.

[7] M. LAFONT, Carlos de Foucauld, Ciudad Nueva, Madrid 2005, 44-45.

[8] C. FOUCAULD, Retiro de Efrén, 1898 (Lc 4,30), O. E. 77.

[9] M. LAFONT, Carlos de Foucauld, Ciudad Nueva, Madrid 2005, 44-45.

[10] C. FOUCAULD, Carta a Louis Massignon. Tamanrasset, 21 febrero 1915, O. E. 209.

[11] C. FOUCAULD,  Carta al padre Huvelin. Beni‑Abbés, 15  diciembre 1903, O. E. 107.

[12] C. FOUCAULD, Cuaderno de Beni‑Abbés, 8 junio 1904. Observaciones para los misioneros en el Sahara, O. E. 120.

[13] H. DIDIER, Vida de Carlos de Foucauld, San Pablo, Madrid 2001, 164-167.

[14] C. FOUCAULD, Cuaderno de Beni‑Abbés, 8 junio 1904. Observaciones para los misioneros en el Sahara, O. E.121.

[15] C. FOUCAULD, Carta a Louis Massignon, Tamanrasset, 1 agosto 1916, O. E. 229.

[16] C. FOUCAULD, Carta a Louis Massignon. Assekrem, 19 septiembre 1911 O. E. 176.

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