CARLOS DE FOUCAULD, UN MENSAJE PARA HOY

 INTERCULTURALIDAD Y DIÁLOGO INTERRELIGIOSO

Si queremos entrever como se situó Carlos de Foucauld en su misión hacia los más abandonados, será bueno comentar el artículo XXVIII de los Consejos Evangélicos o Directorio1, escritos en su plenitud de vida, para ver todo el tesoro que él nos ofrece, entresacándolo del lenguaje teológico de su época. Titula así este artículo: “Medios generales en particular para la conversión de las almas alejadas de Jesús, y especialmente de los infieles que pertenecen a las colonias de la madre patria”.2

1. ¿Qué entiende Carlos de Foucauld por la palabra infieles?

No es la primera vez que utiliza este término. En 1890 había dejado la Trapa de Notre-Dame des Neiges (Francia) por una modesta Trapa, fundada por este mismo monasterio, en Akbés (Siria). Esta Trapa estaba situada en medio de una población musulmana; los cristianos, armenios en su mayoría, que había alrededor de Akbés, eran pocos; entonces se da cuenta de la situación de “estas misiones tan aisladas de Oriente”, como le dice al padre Huvelin el 22 de septiembre de 1893; queriendo establecer en ellas pequeñas comunidades, “pequeños hogares de vida fervorosa y laboriosa” y “verlos extenderse especialmente en los países infieles, musulmanes u otros”.

              En junio de 1896 escribe una regla para esos “Nazaret”, como él les llama, y que quiere fundar: “Nos estableceremos especialmente en las ciudades (…) en los pequeños pueblos como Nazaret, en los barrios, en las ciudades de los países infieles”.

              En abril de 1900, cuando se entera de que el posible Monte de las Bienaventuranzas esta en venta, elabora un proyecto para rescatarlo de los infieles3 con la finalidad de “establecerse como ermitaño-sacerdote”. Desea vivir, como escribe en Akbés en 1893 y lo repite el 7 de mayo siempre al padre Huvelin, ”el misterio de la Visitación: es decir, santificar a los pueblos infieles de estos países de misión, llevando en medio de ellos, en silencio, sin predicar, a Jesús en el Santo sacramento y la práctica de las virtudes evangélicas”.

          Si se encuentra en Akbés o en Nazaret en medio de poblaciones musulmanas y si piensa en 1899 instalarse como ermitaño en medio de ellas, hay que notar que desde 1893 su perspectiva no se limita a estas: establece un proyecto de pequeñas comunidades “en los países musulmanes infieles y otros”.

              Conocemos el horizonte que se marcó cuando hizo el retiro preparatorio al subdiaconado en Notre Dame des Neiges, en diciembre de 1900: “El África subsahariana donde hay tantas almas sin evangelizar y donde monjes y ermitaños harían tanto bien”. Y cuando se introduce en el desierto le dice al padre Caron el 8 de abril de 1905, “el Sahara es siete u ocho veces más grande que Francia y más poblado que lo que se creía anteriormente”. Así comprende que un gran número de seres humanos están abandonados: nadie les ha presentado a Jesús y a su Evangelio. Este vacío le sobrecoge.

              En marzo de 1901, durante su retiro de diaconado, no llama a los futuros miembros de la congregación que espera fundar “Ermitaños”, sino “Hermanitos” del sagrado Corazón de Jesús. Escribe al padre Caron el 8 de abril de 1905 diciéndole que en sus retiros de preparación al diaconado y al sacerdocio se ha convencido que hay que “llevar la vida de Nazaret” “entre las ovejas más necesitadas”; la población del Sahara le parecía de esta categoría: “Ningún pueblo me parece tan abandonado como éste”. Abandonado: esta palabra es significativa; hay, según él, pueblos infieles, que lo son porque no han sido tenidos en cuenta, se les ha dejado solos y disminuidos, sin ninguna ayuda y sostén, abandonados.

Así su elección, su destino es dictado por este primer punto de referencia: los “infieles”, los abandonados. Se remarcará que son los más abandonados los que le atraen y hacia los que quiere ir en primer lugar: los más alejados de Dios, no por su falta, sino porque han sido abandonados.

Retomando la clasificación que hacía de los diferentes “infieles”, se ve claramente que para él están los infieles de Francia, Europa, de América, los infieles que se encuentran en países cristianos; son los no-bautizados, los ateos; es verdad que están alejados del Evangelio, pero no están abandonados: alrededor de estos, en su familia o vecindad hay cristianos, sacerdotes o laicos que pueden ayudarles, como le ocurrió al mismo Foucauld cuando era agnóstico y se convirtió gracias a la bondad y la acción silenciosa de María de Bondy y el encuentro con el padre Huvelin. Por otro lado, están los infieles que no tienen a su alrededor vecinos o signos cristianos; están sin presencia cristiana. Es a estos a los que hay que ir. Además, algunos de estos infieles están en contacto con naciones cristianas a través de la colonización; estas naciones tienen una doble responsabilidad: ayudar al desarrollo de los países colonizados y, en tanto que cristianos, llevarles el Evangelio. Sobre esto Foucauld hace frecuentemente la comparación con la situación de los padres cristianos que tienen que educar a sus hijos en el crecimiento humano y en la fe. El mismo Foucauld, huérfano de padre y madre, a la edad de cinco años conoció la situación de abandono, por eso su corazón se dirige a los que humanamente y espiritualmente conocen la misma situación. Así, para él ”infieles” no indica rechazo hacia los que no tienen nuestra fe, sino todo lo contrario, una palabra que manifiesta el deseo de ir al encuentro de aquellos de los que nadie se ocupa, que han sido abandonados.

Finalmente, veamos la única distinción que Foucauld hace: junto a los “países infieles” que tienen lazos con los países católicos, hay algunos que dependen de países no católicos pero si cristianos, como las colonias británicas o alemanas. Y otros todavía que son países independientes, como el Japón, por el que, según consta en sus meditaciones de 1916, reza de un modo especial. Estos países son también abandonados y no los podemos olvidar.

Pero vuelve sin cesar sobre la responsabilidad especial que tienen las naciones católicas en relación a los países que han colonizado. Constata como las religiones no cristianas son resistentes y habla frecuentemente de las “dificultades” que se pueden encontrar en la evangelización de todos estos seres profundamente religiosos: “La conversión de los infieles es a menudo difícil”4. Y es entonces cuando subraya que el trabajo pedirá mucho tiempo: “Pasarán quizás siglos entre los primeros golpes de pico y la cosecha”, escribe al superior de los Padres Blancos, Mons. Levinhac el 1º de febrero de 1908.

Foucauld distingue bien la diferencia entre “cristianos”, “infieles” e “incrédulos”. Recordemos lo que le dijo al Dr. Dautheville cuando estuvo unos días en Tamanrasset en 1908: “Tu eres protestante. Teissère es incrédulo. Los tuaregs son musulmanes. Estoy persuadido de que Dios nos recibirá a todos si lo merecemos”. Teissère es un “incrédulo”, un ateo; Dautheville es un “cristiano”; los tuaregs son “infieles”, es decir personas religiosas que tienen otra confesión diferente a la fe cristiana. Foucauld, a finales de 1913, precisa bien que no son infieles “los no bautizados de Europa, los ateos de Europa o de América”. El quiere limitar su misión a los infieles, en concreto a los infieles de las colonias francesas. Pero piensa también en los “infieles” y en los “ateos” que se encuentran en Francia. Treinta años antes del libro del padre Godin, Francia, ¿país de misión? escribe: “Hay que ser misionero en Francia como se es en país infiel y esto tiene que ser obra de todos, eclesiásticos y laicos, hombres y mujeres”. Y en una carta enviada a Joseph Hours el 8 de septiembre de 1913, expone para las misiones de Francia con los infieles y ateos los mismos métodos que ha preconizado para los países infieles de ultramar: la amistad, la confianza, “la simplicidad, la moderación en nuestra vida”5.

Su elección quiso ser limitada. Lo que podemos decir es que Foucauld tomó tal como era la situación de la colonización, pensando que este fenómeno nada más tenía un tiempo y como ya se había producido, por el momento había que asumirlo sacando el máximo provecho espiritual posible. Y, humanamente hablando, ¿qué más podía hacer en 1916 encontrándose en lo más profundo del Sahara, que estar a la escucha del futuro de su región, de vivir de un modo humilde y afectuoso, en amistad con todos y al servicio de todos? Además deseando que hombres y mujeres de toda condición viniesen a instalarse como él en esta colonia y viviesen en la misma actitud de bondad y en la misma fraternidad con los tuareg, intentando vivir el Evangelio en su existencia cotidiana. Así, el artículo IV de los estatutos de la cofradía de 1916, lo titula “Prácticas”, donde resume la perspectiva foucouldiana, “Amor fraterno a todos los hombres”. “Mostrar con la vida lo que es el Evangelio, ser bueno, hacer ver en si la bondad de Jesús; establecer afectuosas relaciones con todos los que nos rodean”. Y más en particular, en el apartado del “Amor fraterno con los infieles de las colonias francesas”, es allí donde habla de enviar a estos países un número suficiente de “sacerdotes, religiosos y cristianos fervorosos destinados a ser misioneros laicos al estilo de Priscila y Aquila”.

2. ¿Qué medios utiliza Foucauld para la evangelización?

“Los principales medios recomendados a los hermanos y hermanas para la conversión de las almas, y particularmente para las de los infieles de las colonias de su patria son: 1º el santo sacrificio de la misa; 2º la presencia de la sagrada eucaristía; 3º la santificación personal; 4º la oración; 5º la penitencia; 6º el buen ejemplo; 7º la bondad; 8º el establecimiento de relaciones de amistad con las personas, con el constante deseo de hacer el bien a sus almas; 9º la ayuda prestada a los sacerdotes, religiosos y religiosas que trabajan por la salvación de las almas fuera del lugar en que se está, y particularmente de los que entre ellos trabajan en la conversión de los infieles de las colonias de la madre patria”6.

Cuando Foucauld habla que quizá tendrán que pasar siglos, como queriendo indicar “largo tiempo”, para que brote la fe cristiana, hay que recordar lo que le expuso a J. Hours sobre “los medios a emplear para la evangelización” en su carta del 25 de noviembre de 1911: “Lo primero preparar el terreno en silencio por la bondad”. Los términos “preparar el terreno” y la “bondad” están en dialéctica: la bondad es silenciosa y el silencio es una paciencia que manifiesta la bondad, es decir, la voluntad de respectar al otro, de no intervenir con violencia contra su voluntad. Se trata de una bondad sin “ideología”, que es el punto más alto al que puede llegar el espíritu humano. Una bondad que crea la fraternidad, una bondad que puede existir evangelizando si no se reduce a una instrumentalización para conseguir conversiones, si no es una ideología disfrazada, pues la bondad como la no-violencia pueden ser ideologías. E. Levinas afirma: “La pequeña bondad que va del ser humano a su prójimo se pierde y se deforma cuando se convierte en doctrina, tratado de política, Partido, Estado, e incluso Iglesia”7. Foucauld no va tras el bien ni el triunfo de una causa, practica la bondad. Esta bondad de la que habla Foucauld marcó mucho a su amigo y discípulo Luis Massignon, que en un artículo titulado “Las delicadas invenciones surgidas de la ingeniosa bondad de Foucauld” nos habla de su “delicadeza inexpresable: Él no pedía, no reclamaba nada, vigilaba, esperaba la hora de la gracia, evitando herir a ninguna alma, no molestar a nadie aunque sea ligeramente. Recuerdo el gesto rápido, afectuoso y discreto, con el que levantó, delante de mi, a un joven musulmán que había resbalado, una imagen de piedad de un buen sacerdote acostumbrado a la bondad”8.

          El padre Huvelin le había invitado especialmente a esta evangelización por la bondad. Veamos lo que dice en su carnet, que escribió en Tamanrasset en una página que lleva por título: “Lo que me ha dicho el padre Huvelin en mi viaje a Francia en 1909”, donde dice esto: “Mi apostolado debe ser el apostolado de la bondad. Viéndome se deben decir: ‘Si este hombre es bueno, su religión debe ser buena’. Si se me pregunta porqué soy dulce y bueno, debo decir: ‘Porque soy el servidor de alguien más bueno que yo. Si supieses como es de bueno mi Maestro JESÜS!’ Quisiera ser tan bueno que se pueda decir: ¿Si así es el servidor, cómo debe ser el Maestro?”. Palabras que Foucauld entendía bien pues el padre Huvelin y su prima María de Bondy habían actuado con la misma bondad silenciosa con él antes de su conversión: podía dar testimonio de que había sido esta mediación la que le había conducido a Dios.

          Se puede decir que la bondad no es patrimonio de los cristianos o de los creyentes, que otros, que no tienen convicciones religiosas la viven y dan testimonio de este “punto más alto” del “espíritu humano” y que por tanto no es una prueba. Si, e incluso también el martirio, que Pascal veía una prueba casi decisiva, no es exclusivo de los cristianos: otros van por otras causas. Nosotros decimos simplemente que Foucauld ha propuesto a los discípulos de Jesús, y con más insistencia a los miembros de su familia espiritual, vivir la Misión antes que nada siendo buenos, una bondad cotidiana y simple. Y esto previo a toda predicación y enseñanza catequética, con una paciencia estrictamente respetuosa por el camino del otro. A finales de 1911, cuando Foucauld invitó a Massignon a pasar con él algunos meses en el Sahara, y sabiendo que este joven era un recién y ardoroso convertido, le da este programa de actuación: “Harás amistad con la población, no les hablarás del dogma, pero te dejarás querer por ellos y serás el amigo de todos”.

3. ¿Fue Foucauld un misionero?

A partir de 1908 ya de una manera muy clara Foucauld se ve a sí mismo misionero. No era un monje “escondido” en tierra de misión. La palabra “escondido” Foucauld, no lo utiliza nunca. Él es un misionero. Y si hay una real novedad en él, no lo es por “una nueva especie de monje”, sino por una nueva especie de misionero, o misionero de una especie rara. En una carta suya del 29 de julio de 1916 a René Bazín, dice: “Los misioneros aislados como yo…”. Es decir el se define netamente como misionero. Por el momento es un caso a parte, cosa que lamenta: “Los misioneros aislados como yo son muy raros”; y lo repite otra vez un poco más adelante en su carta: “Hay pocos misioneros aislados haciendo el trabajo de desbrozadores”.

              En su respuesta a Bazin, Foucauld describe al misionero normal, (piensa por ejemplo en los Padres Blancos), aquel que forma parte de un grupo de varios sacerdotes y que se dedica a las “obras de ayuda y educación”, realizando un “ministerio parroquial”, llegando a afirmar con rotundidad: “Esta vida no es la mía”. Él es “un misionero aislado”, señalando que su “soledad se encuentra en medio de poblaciones muy diseminadas”. Que cambio tan grande se ha producido en Foucauld! Antes Foucauld quería crear “fraternidades” aisladas del mundo, perdidas en la contemplación, a semejanza de María y José en Nazaret alrededor de Jesús. Hoy es un misionero perdido en medio de un inmenso territorio, buscando sin cesar “estar en la más amplia relación” con “estas poblaciones tan desimanadas”; es un misionero aislado, que está solo para ir al encuentro de poblaciones “todavía alejadas de espíritu y de corazón” de Jesús. Él no se encierra con Jesús, sale fuera, como el buen pastor, aquel que de entrada va a buscar a las ovejas “más abandonadas”, o como aquel que se pone a la búsqueda de los más excluidos para invitarles al banquete. Se trata de poner en marcha “relaciones de amistad”: actuar de tal manera que en el Sahara, cristianos y musulmanes lleguen a ser amigos, esta es la finalidad que deben perseguir los “misioneros aislados” empleando solamente “la bondad, el amor y la prudencia”.

              Este trabajo de amistad las autoridades francesas no lo pueden prohibir. Pero paradoxalmente algunos fieles católicos le critican por este aspecto: ¿cómo es posible que Foucauld no predique directamente y enseñe la fe? ¿no esconde su bandera en el bolsillo? Y, ¿cuál es la razón de que tarde en predicar la buena nueva del Evangelio? Otros fieles, a la inversa, ponen el acento sobre lo que ellos llaman el ocultamiento de Foucauld, hasta el punto de desconocer su perspectiva misionera integral, perspectiva a largo plazo, pero no por eso menos pura y vigorosa. Esto pone de relieve la dificultad de captar a Foucauld en la tensión que pone entre un horizonte quizá lejano de irrupción de la fe cristiana y el surgimiento de Iglesia, y un hinc et nunc consagrado a la gratuidad de las relaciones de verdadera amistad, en estricta igualdad fraterna.

              Foucauld vive esta tensión en la vida de cada día; es esta tensión lo que hace de él, estrictamente, un misionero; el es fundamentalmente un misionero, en sus búsquedas de contacto, relación y amistad. No llamemos a esta tarea “pre-misión”; para él, la relación de amistad que hay que crear es el amor, es el Reinado de Jesús ya presente; es la Misión, la espera de la lejana conversión final, el Reino que tiene que venir. Para él los tuareg están ya trabajados en su corazón por el Espíritu Santo y ya tienen una manera de dialogar con El, en su libertad; las relaciones de amistad, respetuosas con la libertad del otro, manifiestan y hacen ya vivir las relaciones de amistad análogas que se viven con el espíritu.

              Si hay alguna novedad que Foucauld, movido por el espíritu, ha promovido en la Iglesia, es su concepción de “misioneros aislados”: sacerdotes y laicos esparcidos por todas partes, nómadas, en movimiento, en visitación, en diáspora en un mundo refractario a la fe cristiana, y que se esfuerzan en crear “relaciones de amistad”, actuando de tal manera que establezcan el contacto, el diálogo, la amistad entre cristianos y aquellos que tienen otras convicciones, sobretodo las convicciones más alejadas de la fe cristiana.

              Para Foucauld hay necesidad y urgencia de ver surgir este género de misioneros. Todo bautizado puede llegar a ser un misionero de este tipo. Todo cristiano lo puede ser en su condición humana común, en su familia, barrio, trabajo: Nazaret continúa siendo para él, más que nunca, la referencia para esta tarea de “misionero aislado”: Jesús vivió en Nazaret, en la “Galilea de los paganos”, y no en la santa Jerusalén, mezclado con la población de su pueblo en un intercambio constante y una amistad cotidiana con ella. En los estatutos de 1909, Foucauld escribe que Jesús “vivió en medio del mundo. Lo que Él ha querido, lo que ha escogido para Él, es de ser llamado ‘el hijo del carpintero, el carpintero hijo de María’” (art. IX). Cuando Jesús volvió más tarde a su propio pueblo, a Nazaret, no fue entendido por su predicación. El “misionero aislado” se encuentra solo en medio de un pueblo que ignora la relación de Dios y del hombre tal y como Cristo la trae; sabe que por el momento no puede hablar claramente y ser escuchado, expresarse en una predicación “abierta” y ser escuchado; sabe que su rol de ”apostolado”, su misión propia se realiza en la amistad y la bondad. Sabe que Jesús ya en Nazaret es completamente “misionero” de su Padre; que anuncia ya la Buena Nueva; que incluso este primer trabajo misionero es indispensable para la predicación anunciadora del Evangelio (Francisco de Asís, nómada, hacía este anuncio por montañas y valles). Foucauld pide que cada cristiano, allí donde se encuentre, anuncie el Evangelio en y por su condición cotidiana. Hace falta pues, en relación a esto, abandonar las imágenes de un Foucauld que toma Nazaret como exaltando la sola esfera privada de la pura relación con Dios; como lo dijo bien claramente el Dr. Dautheville que vivió seis meses con él en Tamanrasset en 1908, Foucauld estaba “muy interesado por los acontecimientos humanos”, implicándose en los asuntos saharianos, la política, y la vida “diseminada” de los tuareg. Nazaret es lo opuesto a una religión de repliegue o una doctrina de evasión.

                                          José Luis Vázquez Borau


1  J. L. VÁZQUEZ BORAU, Consejos Evangélicos o Directorio de Carlos de Foucauld, BAC, Madrid 2005

2  Para la presente reflexión y comentario nos apoyamos básicamente en la opinión, que compartimos, de J F SIX, El testamento de Carlos de Foucauld, Editorial San Pablo, Madrid 2005

3  Carta al padre Huvelin del 26 de abril de 1900

4  A Mons. Caron el 11 de marzo de 1909

5  A Joseph Hours el 24 de julio de 1914

6  Consejos evangélicos, o .c., 82

7  E. LEVINAS, Entre nous. Essai sur le penser à l’autre, Gasset 1991, 242.

8  Vie espirituelle, febrero 1922, 43.

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